“Este es un libro antiguo y anterior. // Escrito en espiral desde 1980 hasta ayer (…).” Estas palabras de la dedicatoria dan justa cuenta del libro que el lector tiene en sus manos. Por una parte nos hablan de una unidad temática que atraviesa toda la obra y que justifica la inclusión de esos poemas de antaño, y, por otra, nos avisa de la posibilidad de que los versos de una y otra época, aquí en convivencia, muestren un resultado desigual. Sin duda, se echa en falta, en algunos de los poemas, el de sobra afianzado quehacer poético de Juan Vicente Piqueras.
Aldea, premio Valencia de Poesía 2006, es la crónica del regreso simbólico del poeta al lugar que le vio nacer. Resurrección.audemars piguet replica watches Vuelta a los suyos desde la tierra que le es propia. En realidad, vuelta desde el lenguaje. Es un regreso a la auténtica realidad de uno mismo. Lo verdadero de cada uno –nos dice Piqueras- no está en huir de las propias raíces. Como el Lázaro evangélico, figura recurrente en toda la obra, se necesita "resucitar" a la vida de la familia, de las propias raíces, salir de uno mismo para poder encontrarse. Y, como el hijo pródigo de la parábola, el hombre está abocado a volver a la casa paterna, a su tierra, punto de partida desde donde entender y dar sentido a la propia vida. Hasta entonces Tal vez se sentiría / como hoy yo, sin razón, huérfano pródigo.
Poesía que explícitamente quiere ser autobiográfica, asumiendo la manipulación de la realidad que supone esta tarea, en la que la relación que mantiene con su padre, con su madre y con la aldea traza el eje de coordenadas de comprensión de la misma. Ahora bien, la reflexión que sobre la propia vida realiza a través de los diferentes referentes bíblicos o grecolatinos, así como el juego de metáforas que va brillando verso tras verso, nos remite a una problemática que, en última instancia, hay que entender como una cuestión de lenguaje. Descubrimos que lo que el autor persigue es fijar con la palabra "su aldea", ardua tarea en la que recuperar la aldea que le vio nacer parece que no es posible (Y volverá a una aldea / que ya no será suya), y que, por otra parte, necesariamente ha de dejar paso a la "aldea" que descansa en su memoria, aun cuando tenga la certeza de que El pasado es más fuerte / que Dios. Nadie, ni Dios, / puede cambiarlo. Sólo la memoria. Y es la memoria, construida a fuerza de lenguaje, el lugar desde donde levanta la fortaleza de Aldea, parapeto detrás del cual se refugia de los vientos de la realidad. Del mismo modo, nos repite una y otra vez, recordar es mirar "desde fuera" de nosotros nuestro propio pasado. Y en ese desdoblamiento, tan característico de la poesía de Jaime Gil de Biedma, podemos ser quien queramos: mirar desde la óptica de nuestra madre (De repente lo siento: soy mi madre), a la vez que se tiene la certeza de lo que hay de la propia madre en cada uno: soy mi madre y el hijo que heredó sus heridas,Replica Watches / su voz, sus ojos tristes, / su corazón que es piña de ciprés.
"Poesía del lenguaje" cargada de intertextualidades tanto temáticas como estilísticas. El uso de metáforas casi puras con las que construye un mundo que, de no ver el anclaje en la realidad, diríamos que escapa de la misma, nos trae el recuerdo del Góngora de las Soledades. Las imágenes, la conjunción de las palabras… tal vez deban mucho al José Hierro de Cuaderno de Nueva York. De Szymborska hereda el oportuno uso de la enumeración así como el amor por las cosas cotidianas, recursos ambos que son de lo más característico de la poesía de Piqueras y que, sin duda, la engrandecen.
Seguramente haya que limpiar los poemas de metáforas para que no suene a vacío detrás de tanto juego verbal y se pueda dejar paso al sentimiento verdadero y al ánimo encendido.
José Manuel Pons