Añadir comentarioPues menos mal que no canta
Mario Benedetti, Canciones del que no canta, Visor, Madrid, 2007.
¡Pues menos mal que no canta, que si cantara…! dice el lector esforzado, con desaliento, al cerrar este libro. Ese lector que, vez tras vez, y animado por sus amigos benedettianos, ha entrado en las páginas del uruguayo, como quien se mete en un fangal porque le aseguraron que había perlas. Puedo entender que se le tenga cariño a un libro, a un autor, y que ese afecto nos acompañe siempre, por motivos biográficos. Sin ir más lejos, a un servidor se le declaró una chica con el poema “Táctica y estrategia” de El amor, las mujeres y la vida, de Benedetti, en un banco de piedra, un suave otoño sin duda inolvidable y ya olvidado. Por eso, hacer reseñas literarias puede tener estos sinsabores. A lo mejor, un día me mandan comentar una reedición de El Club de los Cinco, y arruino la memoria de esas tardes de verano, leyendo y leyendo –mientras, rumor de Tour de Francia, y batir de aspas de ventilador-. Pero, ciertamente, de Benedetti ya me había desencantado hace mucho, aunque, replica uhren es cierto, hay una época en que puede animar a escribir a un joven bachiller. Quizá una teoría que lo explica es la siguiente: como el proto-poeta adolescente suele aún tener muchos fallos técnicos, vacilaciones en sus temas, y bandazos estilísticos, el poeta con estas características –que sin embargo, es “famoso”– le hace sentirse acompañado, y equiparado. “Esta, esta poesía sí que la entiendo”, podría ser el lema. Aunque por dentro, lo que resuena es “pues si esto es poesía… ¡lo que yo hago también!”.
¡Pero bueno! ¿qué es esto de decir de la obra de alguien que es muy mala, sin dar argumento alguno?, dirá con justicia algún lector. Y es que… entiéndanme… Igual que la Hermosura sólo se puede señalar, para que otro la mire, y no se puede explicar, la fealdad es evidente también. Así que, para ahorrar gasto y tiempo a aquellos que lo vean igual que yo, les copio unas perlas:
Los años pasan y pasan / la vida se pone vieja / tengo surcos en la frente / y una verruga en la oreja, empieza un poema. El hombre puede ser un barco humano / que mira el mundo por su ojo de buey / y desde allí detecta al enemigo, arranca otro. El poema que comenta el cambio horario no tiene desperdicio: si por lo menos esta hora menos / nos achicara un poco la barriga / entonces propondría a los expertos / que por favor bajaran otra hora (¡ese es el final del poema!). Ahora otro comienzo: La felicidad suele ser la breve / vacación del dolor / una engañapichanga (sic) / cual si hubiera justicia en este mundo. No se pierdan el poema "Cenizas" –es un decir, piérdanselo-: para los niños hay la cenicienta / para los adultos están los ceniceros. Y además se anima a hacer sonetos. Tiene uno, "Soneto con tango", que no está mal, pero el resto nos hace sudar, por el esfuerzo de imaginar dónde tendrían que ir los acentos, y de intentar entender las gracietas.
Un argumento técnico, de artesano, sí que se puede dar. Benedetti no es ni un buen versificador con métrica, ni un eufónico versolibrista, ni constructor de imágenes y metáforas que suplan la carencia de la música (aunque es muy difícil suplir esta carencia, en poesía). Es alguien que tiene ocurrencias, las pone en renglones cortitos –una ilusión tipográfica, que decía Borges- y le llama a eso poemas.
En fin. Soy consciente de que estas reseñas así, replica watches agresivas e insolentonas, suelen hacerlas autores que se mandan dardos envenenados en los suplementos culturales y revistas varias. No es el caso, claro está, de esta reseña, pues a Mario Benedetti, a su edad y en su distancia, le importará un pito lo que aquí escribamos; pero es que hay mucho entusiasta de este escritor, alguno entre mis amigos, y hay que poner de vez en cuando el cascabel al gato.
Jesús Beades
