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Bohemia junto al mar

Juan Andr�s Garc�a Rom�n, Perdida latitud, Hiperi�n, Madrid, 2004.

Goethe recomendaba al joven Eckermann captar diariamente el presente, elaborar con fresca emoción lo que se presenta de continuo al espíritu. Tener inspiración suficiente para descubrir en cualquier objeto común un aspecto interesante –decía- es lo que revela al verdadero poeta. García Román (Granada, 1979) da la impresión de seguir al pie de la letra el consejo del maestro alemán y, tal vez, lo significativo y diferenciador de su quehacer poético resida aquí; aquí y en su reflexión sobre la palabra, con la que adquiere la deuda de devolverle su prístina naturaleza. Con Paul Celan entiende que el poema, en la medida en que es una forma de aparición del lenguaje, y por lo tanto de esencia dialógica, puede ser una botella arrojada al mar, abandonada a la esperanza –tantas veces frágil, por supuesto- de que cualquier día, en alguna parte, pueda ser recogida en una playa, en la playa del corazón tal vez; y, como Edmond Jabès, piensa que no hay palabra que no surja del silencio, el cual, cuanto más pesado sea, hará más grave esa palabra. García Román se enfrenta a los peligros de la decepción y a las trampas de la inteligencia, y es capaz de encontrar en los seres y en las cosas, más que su inútil sombra, su siempre difícil resplandor.

El clima predominante de las obras que comentamos está fijado por el género musical del "Nocturno", que viene sugerido en el título de varios de los poemas. La misma voz que celebra la dicha canta el llanto, a la zaga de una delicadeza en la expresión de los sentimientos de tristeza y melancolía. En Perdida latitud la tierra se hace canto, estalla el corazón en versos que casi llegan a ser salmos o, a veces, plegarias, con un hálito mítico que anhela la inocencia de lo primigenio, una inocencia que beba del agua viva y limpia de la mañana, donde forma, espacio y tiempo se diluyan orologi replica y haya lugar para la esperanza. Hilo de luz, "difícil claridad" que cuestiona todo cuanto creemos ser. Soledad que da al mar, por el contrario, nos ofrece además versos cincelados por el desengaño, con la limpidez de la palabra cierta. La vida se desenmascara y se muestra en toda su crudeza con poemas brillantes tales como ‘Leandro, héroe del invierno’ o ‘Última carta del profesor Unrat’, noche del alma anunciadora del nuevo día, de la posibilidad creadora de la palabra poética, del renacimiento de la esperanza en un mundo mejor, acaso perdido para siempre, cimentado en el amor. Las canciones de Lázaro despierta la conciencia del propio cuerpo, resucitado como el Lázaro evangélico, a manos de la amada que en estos poemas aparece divinizada.

Dicción poética, la de García Román, deudora de la atenta observación de la naturaleza, de lo que ésta le puede enseñar, y que expresa la orografía de un itinerario que comienza allí donde se descubre la dicha, revelada como epifanía en los gestos más sencillos de lo cotidiano y que acompaña al viajero a lo largo de su andadura, aunque corresponda a éste ir despacio, "sin prisa", para poder descubrirla. Poemas en los que vibra la fe y la esperanza de recuperar ese mundo ideal, y que gimen por transmitir un aliento positivo al lector imaginario: "Por eso yo te pido que me escuches, / hoy es todo más fácil, / sólo hace falta darle la vuelta a todo esto, / que parece negrura, oscuridad y amianto, / pero que es sólo noche, inocente y hermosa, / noche joven y víspera del día, / de la aurora..."

 

José Manuel Pons










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