Voy a atreverme a reseñar un libro que, quizá más que otros, se presta menos a ser reseñado que a ser leído, de modo que si ya se han hecho con un ejemplar, sugiero que acometan su lectura o bien pasen a la siguiente reseña. En caso contrario continúen, pero esperen menos un análisis crítico que una simple invitación.
Una parte importante de la crítica a una obra fundamenta su discurso en lo que en ella sobra o falta. O, bajando un escalón, un poema puede resultar fallido por la excesiva exclusión o por la excesiva inclusión de elementos. En el primer caso, más propio de obras de autores jóvenes o muy mayores, se corre el riesgo de caer en la ininteligibilidad o directamente en la vacuidad conceptual amparada en la voluntad de sugerencia. El segundo, que vemos en la obra de autores consagrados o que creen haber encontrado una fórmula, puede ser fruto de falta de autoexigencia y da como resultado una dispersión formal que anestesia la transmisión del contenido, incluso cuando éste pueda ser valioso. Los poemas de Estudio de lo visible parecen nacer con vocación de equidistar de esos dos extremos, y aunque tras una lectura superficial puede pensarse que pertenecen al primer caso, pronto debemos convenir en que su factura obedece una precisa ley interna. A lo mejor encuentras aquí tu dosis / de tradición. No estoy hablando en clave, / sólo digo lo que no hay —parece querer explicársenos en el poema titulado "Preparación para una despedida". En poemas como "La hora verde" o "La repetición", por poner algún ejemplo, la dualidad forma-contenido sencillamente no sirve para acercarse a ellos porque no existe o porque no ilumina.
Trazados a partir de breves "tomas" o escenas de lo visible, los nuevos poemas de Mariano Peyrou (Buenos Aires, 1971) exponen las percepciones o los hechos pero escamotean la mayor parte del contexto para ir directamente a las claves concluyentes, de modo que al acercarse a ellos como si fueran representaciones de sucesos, lo que experimentamos es una suerte de extrañeza. El resultado es el que se obtendría al hacer pasar la experiencia a través de un lenguaje óptico o de una cámara lingüística; nada sobra o resulta azaroso, el poeta elige ángulo, distancia, filtro y tiempo de exposición para lograr un grado de nitidez o de imprecisión determinado según un exacto sistema de operaciones previas. Los distintos apuntes y aproximaciones de fondo dan la atmósfera necesaria para que fragmentos como Tampoco sé para quién estás decorando/ el dormitorio. Qué extraña limosna confieran un orden a la imagen completa. Se trata de un mecanismo de aproximación similar al que disloca tiempos, lugares, personas y experiencias en los sueños: si nos fijamos bien, la aparente aleatoriedad se revela una trama de causas y efectos que nos explica con mayor precisión que en su disposición natural.
Apuntaba Joseph Brodsky que "todo poema, trate sobre lo que trate, es en sí mismo un acto de amor, no tanto el que pueda sentir un autor por su asunto sino el amor que la lengua siente por un fragmento de la realidad". En este caso, además de la descontextualización de los elementos narrativos ya señalada, hay que añadir la que afecta no tanto al lenguaje como a sus usos, y por tanto a las evocaciones que éstos generan. El lenguaje, por su parte, no ha sido sometido a forcejeo para fundirse con la calle (esa suerte de moda cíclica) ni para sumarse a una determinada estética (que varía de un lector a otro, de una década a otra). Las palabras son lo que dicen, o lo que es lo mismo, la relación entre ellas es más económica que sintáctica. En muchos de los poemas el poeta rememora desde el presente como si el pasado, sea real o imaginario, fuera interrogado sin pudor por el lenguaje antes de transformarse en memoria, como si el segundo dijera al primero: no me des los detalles, o dame sólo aquéllos que no renuncien a mi vida actual: Toda la espiritualidad de ese momento / se reduce, ahora, a algunas / imágenes que retornan con la fuerza de / lo reprimido, con la habilidad / de la indiferencia.
En Estudio de lo visible encontrarán una serie de poemas que toma pocos atajos por la vía de la eficacia o el efecto fácil, que mal puede adscribirse a una corriente, que si bien en términos de pulcritud no renuncia al aprendizaje de autores como William Carlos Williams o Philip Larkin, tampoco asegura un parentesco. Poemas que, en cualquier caso, rara vez repiten fórmulas, que instauran su propia poética autónoma contra el aburrimiento, el del lector, claro, pero también el del propio escritor, pues el grado de autoexigencia da como resultado un libro donde el cliché, enfermedad endémica de la mala poesía, no existe.
Andrés Navarro