En mi memoria, Adam Zagajewski va íntimamente asociado a la época en que se despertó mi interés por la poesía polaca y tomé la resolución de aprender polaco para poder primero leer en original a una serie de autores y, después ya, empezar a traducirlos. En aquella época, ya conocía las traducciones (casi siempre al inglés, puesto que en español eran autores apenas presentes en el mercado editorial) de la poesía de Czesław Miłosz, Tadeusz Różewicz o la tan influyente antología Postwar Polish Poetry del primero de los autores citados. Muy poco después, Wisława Szymborska recibiría el premio Nobel de literatura. Pero aún algunos meses antes, cayó en mis manos un libro de Adam Zagajewski, Canvas, editado por Faber&Faber, y después también (o quizá el orden fue al revés) una pequeña selección de sus poemas bajo el título de Tremor. Allí encontré a un poeta diferente a todos los grandes poetas polacos de las generaciones anteriores. Un poeta diferente pero que a la vez compartía elementos con ellos. Entre estos elementos, encontraba la presencia de la historia, de aquella sombra negra que se cierne siempre sobre la conciencia. Somos hijos de la historia, y una de las grandes lecciones de la poesía es que no debemos olvidarlo. La historia nos construye a la vez que nosotros la construimos. Por otra parte, Zagajewski no había presenciado de manera directa la guerra, así que ya no estaba en la estela de Miłosz, a quien los hechos le obligaban a tomar unos temas determinados. Escribe el gran autor polaco nacido en Lituania:
Mi pluma es más ligera Que la pluma de un colibrí. Este lastre No es para mis fuerzas. ¿Cómo tengo que vivir en este país Donde el pie tropieza con huesos De allegados no enterrados? Oigo voces, veo sonrisas. No puedo No escribir, porque cinco manos Cogen mi pluma Y me obligan a escribir su historia, La historia de su vida y su muerte. ¿Para esto he sido creado, Para convertirme en una plañidera?
Zagajewski no se ve determinado de manera tan trágica por lo que ha presenciado. Pero sí tiene otras obligaciones. En el fondo, Zagajewski es hijo de las consecuencias de la postguerra y de los acuerdos posteriores que determinaron las nuevas fronteras surgidas de la contienda. Nació en L’vov, en 1945, una de las ciudades más importantes de la Polonia libre de la época de entreguerras. Una ciudad que pasó a formar parte de la Unión Soviética (actualmente, en Ucrania), y su familia, como muchas otras familias polacas, tuvo que abandonar la ciudad para desplazarse a los nuevos terrenos recuperados, lo que es actualmente Silesia. Así que su infancia transcurrió en los cielos grises, aún más contaminados por toda la estructura minera de la zona. Una infancia, además, poblada de la añoranza de los mayores por la ciudad que habían abandonado. Y, como bien se sabe, el desarraigo comporta una especie de mitificación de lo que uno ha dejado atrás. Seguramente, esta mitificación, aunque a otros niveles, se encuentra en la obra de Zagajewski, en su manera de mirar la realidad, en su manera de celebración, que es otra de las bases en las que se sustenta su poesía.
En el fondo, Zagajewski es hijo de las consecuencias de la postguerra y de los acuerdos posteriores que determinaron las nuevas fronteras surgidas de la contienda
Al llegar a Polonia por primera vez, durante el otoño de 1996, cuando las noches se hacían cada vez más cortas y las hojas adoptaban una sinfonía de colores antes de formar parte de un nuevo mantillo para una regeneración, me aprovisioné de libros de poesía, con los que entraba en los nuevos poetas y con los que empezaba a descubrir las normas de la lengua. Entre aquellos libros, estaba Tierra del fuego, el primer libro de Zagajewski que empecé a leer en polaco, y después a traducir. En ese libro, encontraba las características de su poesía que lo convertiría, poco tiempo después, en una de las voces más importantes del panorama internacional. Estaba el poema "Refugiados", donde aparece de manera muy presente la conciencia del dolor ajeno y de las imposiciones de la historia. Lo que lo convertía en un gran poema era una voz pausada, melancólica, una dicción y una mirada que iba descubriendo la realidad como si mirásemos por una ventana, a través de la cortina. Y se nos describe lo que ocurre ante los ojos, destacando aquellos detalles más importantes. Y después, el salto a otra realidad, a la reflexión, con unos versos como:
[…] Siempre hay un carro, o como mínimo un carretón repleto de tesoros (colchas, tazas de plata, y el aroma de casa que se evapora rápidamente) […]
El paso a otra esfera con el aroma de casa que se evapora, pero que se sigue recordando, que sigue siendo presente a través del lenguaje, a través de la memoria.
El libro Tierra del fuego se descubría ante mí como un pentagrama donde Zagajewski escribía todas las composiciones posibles, sus pequeñas piezas de cámara que apuntaban a todos los resortes de su escritura. Había la fascinación por la pintura, como en el poema sobre Vermeer; la historia, como ya hemos comentado en el poema anterior, los poemas a los mirlos, símbolo que se repite en su poesía, los viajes, en Albi y en otras regiones, las reflexiones sobre el hecho de vivir en un lugar determinado, de tener un hogar al que volver, como en el poema "Casa", con su primer verso: "¿Lo recuerdas aún, qué era una casa?" ¿Lo recuerda el poeta, se reconoce en estas casas el lector? Porque Zagajewski siempre pone al lector ante la duda, ante el misterio; en su obra surge la necesidad de plantearnos la realidad que vivimos. También aparecían las referencias a la pintura, a la música, a la literatura. La poesía como un refugio donde se encuentran todas las artes, puesto que Zagajewski, como ya indica en uno de sus ensayos, se alinea en el estilo elevado, que puede ser uno de los puntos de soporte de la humanidad. Y también las elegías, la dedicada a su madre, por ejemplo, o la que tiene precisamente el título de "Elegía", donde incluso asoma una muy tímida ironía, como siempre que el autor hace uso de esta figura retórica. Al lado, poemas de celebración, de cantar el instante, la revelación fulgurante que nos eleva por encima de nosotros mismos. Zagajewski es también un poeta claramente epifánico, todavía más en los últimos libros que ha publicado. Existen muy pocos poetas actualmente que sean a la vez tan elegíacos y tan epifánicos, que sepan encontrar un equilibrio entre estos dos polos y, además, sean capaces de combinarlos dentro de una misma composición.
La voz del poeta era inconfundible, y se reafirmaba en cada uno de aquellos poemas que iba leyendo, a la vez que me asaltaban imágenes sorprendentes. La imagen en Zagajewski funciona como una metonimia, no es un poeta que use con frecuencia la metáfora; el mensaje viene vehiculado a través de imágenes en una combinación con los detalles. El detalle permite el salto a la imagen, la imagen permite volver al detalle y mirarlo de manera diferente. Como en los siguientes versos del poema "Casa":
[…] Un viejo fortepiano, hipopótamo de dientes negros y amarillos, dormitaba en el salón. Una cruz de un alzamiento perdido colgaba, en la pared, torcida, junto a fotografías con una niña triste, una vida perdida. […]
En algunos libros, podía dominar un poco más el tono epifánico, en otros el elegíaco, en los últimos parecía como si la historia pasara a un segundo plano, a una cierta zona sombría, pero reaparece con fuerza e intensidad en el poemario más reciente de Zagajewski en polaco (Mano invisible, apareció en Polonia en 2009 y pronto verá la luz en español)
O cuando dice que una casa es como "un bolsillo en el abrigo / de enero para la tormenta" o que son rechonchas como vocales egipcias. Las imágenes se ven reforzadas con el salto a los substantivos abstractos, aquellos que Ezra Pound había ya desdeñado muchos años atrás. Desafía así Zagajewski algunos de los conceptos de la poesía moderna. Memoria, fuerza, poder, angustia, vida, amor son conceptos que se pasean con toda tranquilidad por estos versos. Zagajewski postula una defensa de los valores que se encuentran en la cultura occidental, una jerarquía que ya defendían poetas polacos anteriores a él y que encuentra un lugar de preferencia en sus poemas. A Zagajewski le producen una cierta incomodidad las teorías líquidas de su coterráneo Zygmunt Bauman; prefiere la solidez que construye en la poesía. De ahí que el uso de tales abstracciones no resulte extraño en absoluto.
Todos los elementos que configuraban ese mundo tan particular de Adam Zagajewski en el libro Tierra del fuego, los encontré también tanto en libros posteriores como en los anteriores, por ejemplo, el excelente Ir a L’vov. En algunos libros, podía dominar un poco más el tono epifánico, en otros el elegíaco, en los últimos parecía como si la historia pasara a un segundo plano, a una cierta zona sombría, pero reaparece con fuerza e intensidad en el poemario más reciente de Zagajewski en polaco (Mano invisible, apareció en Polonia en 2009 y pronto verá la luz en español). Y siempre en la poesía de Zagajewski podemos encontrar un refugio donde la búsqueda de resplandor es un camino que nos lleva a conocernos a nosotros mismos, a encontrarnos en diferentes geografías, tanto internas como externas.
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La poesía de Adam Zagajewski puede transmitir una engañosa sensación de que puede ser fácil, a causa de su accesibilidad. Pero, precisamente, en poesía lo que parece fácil acostumbra a ser lo más difícil. A la hora de traducirlo, me planteé unos objetivos que eran los que tenían que conservarse. Dentro de la teoría traductológica, en Polonia, especialmente en el caso de la poesía, hay que remitirse siempre a la figura del gran traductor que es Stanisław Barańczak. Este poeta, traductor y teórico puso en funcionamiento en Polonia el concepto de la "dominante", es decir de aquel elemento que es la base de la construcción de un poema y que es el que hay que conservar en una traducción. En mi opinión, y sin restar mérito al concepto, puede ser una estrategia muy útil, siempre y cuando se tenga en cuenta que la "dominante" la aplica el lector-traductor y no es inmanente al propio texto, como quiere el traductor polaco. Es decir, dentro de las expectativas que tiene el traductor en función de las lecturas que han nutrido su propia formación poética, elige algunos elementos de un poema, de un autor, que considera los más importantes y característicos. En el caso de Zagajewski, y siguiendo con la analogía de la "dominante", consideré que había que conservar sobre todo la voz de Zagajewski, la discursividad del poema sin caer en un prosaísmo, el juego delicado que hace con el lenguaje, el tono entre elegíaco y celebratorio que tienen muchos de sus poemas, y poder hacer encajar las imágenes sorprendentes dentro del discurso sin que hubiese ruptura alguna. En el fondo, buscar en algunos momentos aquella confesión en voz baja al oído, de la que hablaba Auden. Y finalmente, poder encontrar la elección adecuada del léxico, que estuviera balanceándose entre fronteras de diferentes registros sin caer en los extremos.
El traductor no deja de ser un niño a quien le han hecho un regalo, y que al cabo de poco tiempo ya ha querido ver todos los secretos del mecanismo
Aparte de la voz propia de cada autor, que en mi opinión ha de ser la suya propia y no tiene por qué parecerse a ningún autor de la tradición literaria de la lengua a la que se traduce, otro de los problemas de la traducción es siempre cómo el autor utiliza las posibilidades de su propia lengua que, naturalmente, presenta a veces diferencias sustanciales con la lengua a la que se traduce. El polaco es una lengua que se declina, y esto permite que la sintaxis pueda ser muy móvil: el caso siempre nos indica dónde está el sujeto, dónde el complemento directo o el resto de complementos, esté donde esté cada parte de la oración. Además, es una lengua que usa con mucha frecuencia estructuras nominales, que en español suenan muy extrañas, sobre todo si se utilizan de manera reiterada. Especialmente el segundo caso, la nominalización, está presente en la poesía de Zagajewski. A la hora de traducir, podría provocar un exceso de oraciones subordinadas, lo que, por una parte, le restaría legibilidad al texto, y le añadiría demasiado prosaísmo por otra. Con lo cual, una de las estrategias es poder evitar tanto caer en una mimetización de las estructuras como el uso de construcciones que provocan oraciones demasiado extensas. Esto es tan sólo un caso particular para ver cómo puede funcionar la traducción en un autor como Adam Zagajewski. Hay que encontrar un punto donde se encuentren la naturalidad, la sorpresa y la celebración del lenguaje (porque, al fin y al cabo, la poesía es siempre celebración del lenguaje), donde la voz pueda ser la que resuena en su lengua original, y donde el tono se acerque, en este caso, a la confidencialidad de la que nos quiere hacer partícipes el autor.
En última instancia, aunque no menor en importancia, el traductor tiene que impregnarse de la lengua del autor que traduce, leer y volver a leer sus libros, sin descanso. Aquí está la clave, en la lectura, en la relectura. Porque el traductor de poesía es, ante todo, un lector atento que intenta ver cómo está formado el poema, lo desmenuza, lo desmonta y lo vuelve a montar. No deja de ser un niño a quien le han hecho un regalo, y que al cabo de poco tiempo ya ha querido ver todos los secretos del mecanismo. En el caso de Zagajewski, los regalos de sus poemas convierten cada nueva traducción en un día festivo.
Xavier Farré
OBRAS DE ADAM ZAGAJEWSKI EN ESPAÑOL
POESÍA: Tierra del fuego (Ziemia Ognista), trad.. Xavier Farré, Barcelona: Acantilado, 2004 Terra del foc (Ziemia Ognista), trad.. Xavier Farré, Barcelona: Quaderns Crema, 2004 (al catalán) Poemas escogidos, trad. Elżbieta Bortkiewicz, Valencia: Pre-Textos, 2005 Deseo (Pragnienie), trad.. Xavier Farré, Barcelona: Acantilado, 2005 Antenas (Anteny), trad.. Xavier Farré, Barcelona: Acantilado, 2007 En preparación: Mano invisible, trad. Xavier Farré
ENSAYO En la belleza ajena (W cudzym pięknie), trad.. Ángel Enrique Díaz-Pintado Hilario. Valencia: Pre-Textos, 2003 En defensa del fervor (W obronie żarliwości), trad.. J. Sławomirski y A. Rubió, Barcelona: Acantilado, 2005 Dos ciudades (Dwa Miasta), trad.. J. Sławomirski y A. Rubió, Barcelona: Acantilado, 2006 Solidaridad y soledad (Solidarność i samotność), trad. J. Sławomirski y A. Rubió, Barcelona, Acantilado, 2010