Siempre que pienso en Joan Brossa (Barcelona, 1919-1998) me lo represento con aquellas gafas muy oscuras y redondas, como de soldador o relojero, con que le retrató Antoni Bernad. Brossa es uno de nuestros poetas más raros, en el mejor sentido del calificativo: sin raros como él no habría existido un fenómeno tan interesante como el Dau al set, por ejemplo, y nuestro concepto de poesía sería bastante más estrecho. Brossa es raro por el abanico de sus intereses y conocimientos; porque en vida publicó unos ciento treinta libros y, no obstante, fue relativamente desconocido como poeta hasta 1970, año en que sacó a la luz su Poesia rasa; porque alternaba la producción casi industrial de sextinas y sonetos con esa “poesia rasa” o “antipoesia” y con poemas visuales.
El dia a dia es una pequeña muestra de esa riquísima rareza. Se trata de uno de los cuatro libros de poemas que a su muerte el artista dejó acabados pero inéditos y que conserva la Fundació Joan Brossa; una vez iniciadas las negociaciones de cara a la publicación de este poemario, apareció insospechadamente otra copia del libro, y mecanografiada, en el despacho de Xavier Folch, editor y amigo de Brossa: ésta parecía ser la definitiva, fake taschen kaufen y ésta es la que podemos leer.
Como explica Glòria Bordons en las páginas introductorias, El dia a dia es el libro que inicia la última etapa del ciclo poético de Brossa, un ciclo marcado por el escepticismo y la introspección pero en el que también cabe, no obstante, su humor característico. Son ciento treinta y cinco poemas, y son tan varios como vario puede ser, con una mirada poética, el día a día de cualquier habitante de una metrópolis moderna.
Desde el primer poema, un soneto sobre la guerra del Golfo, se precipita toda una heterogénea colección de temas y modos expresivos: asociaciones de ideas que no son propiamente surrealistas, pues ni siquiera el subconsciente las justificaría; meras constataciones del todo irrelevantes o, por el contrario, apocalípticas (como la imaginaria plaga de insectos que invade la ciudad); breves manuales de instrucciones; paradojas; invectivas contra los políticos, la publicidad, el consumismo o el gregarismo social; reseñas de eventos musicales; caligramas y poemas visuales; la ficha técnica de un vino; la notificación de un despido laboral, y otras muchas curiosidades.
En algunos poemas Brossa reflexiona sobre el oficio de poeta, confirmándose en su poética “rasa” y desvelando al lector el hilo invisible que ensarta los ciento treinta y cinco abalorios. Uno de ellos, “El mirall a la pista”, me parece especialmente revelador:
No anava a la recerca de cap tema,
sinó que acceptava allò que li arribava,
encara que fos en forma d’un retall
de diari: en aquesta acceptació natural
s’han anat formant els llibres.
Crear un sentit en coses que no en tenien.
Entiendo que en el título de este poema Brossa quiere recordar la famosa instrucción de Stendhal acerca del trabajo del escritor. Brossa asume que la materia prima poética se halla en el entorno inmediato del poeta, y que éste no tiene más que arrastrar su espejo a lo largo del camino del día a día. El espejo del poeta, la mirada poética, la “lletra-ull” poetiza las prosaicas circunstancias cotidianas, revela el sentido del sinsentido.
Gonzalo Salvador