Digamos ya la verdad: la poesía norteamericana nos salva. Nos reconcilia con la propia poesía. Los poetas norteamericanos aman a sus lectores, les gusta ser leídos, pueden vivir dentro o fuera del mundo, pueden hablar de una cosa o de otra, pero siempre nos enseñan su vida, toda su vida. Siempre se confiesan, siempre nos piden algo, siempre nos necesitan. A los poetas norteamericanos les hacemos falta. Se proponen como mitos y no tienen vergüenza. Son ambiciosos y no son estúpidos. La poesía norteamericana nos agrede pero no nos irrita.
Louise Glück pertenece a una generación de grandes poetas como son Sharon Olds, Jane Kenyon o Jorie Graham. Con El iris salvaje ganó el Premio Pulitzer de poesía en 1993. Glück nació en Nueva York en 1943 y es profesora de literatura en la Universidad de Yale. Podríamos relacionarla fácilmente con una tradición de la poesía americana que va desde Emily Dickinson hasta Elizabeth Bishop o Hilda Doolitle, pero aunque comparta temas con estas poetas su visión es radicalmente nueva. De esta visión -de esta forma de vivir hoy en Estados Unidos que ella propone: ser mujer, madre y escritora- debemos hablar.
Si la poesía es una cuestión de fe, la de Glück es una poesía que cree, replica uhren que confía, capaz de hablar con todas las cosas. Hay poetas que son capaces de creer y poetas que no creen en nada. Glück parece haber pasado por todo pero sigue esperando la revelación en las cosas pequeñas, en donde nadie esperaría nada. ¿Cómo será la espera? ¿Podremos esperar? Glück nos adentra en los ciclos de la vida, en los ritmos, las esperas, los cantos, en los procesos, en que nada se consigue ya sino que todo es proyecto, también el poema. En este libro parece cumplirse a la perfección la norma de Mallarmé porque estos poemas parecen abandonados, no acabados. Y quizá abandonar un poema sea más difícil y más bello que acabarlo.
Glück revisa cuáles son las cosas que importan y sabe qué es lo que le importa a ella. A ella le importan -de ahí viene su dolor- cosas distintas. Gluck nos enseña a recoger el fulgor contenido, una luz que poder hacer nuestra, con la que poder vivir, ser capaces de hacer durar las cosas hasta transformarlas en otras sin destruir nada. Y explica hasta el límite lo inexplicable. Encuentra palabras para hablar de lo inexplicable, para rodearlo. Nos enseña a atender a las señales y no darles un solo sentido. Sus palabras multiplican el mundo, permitiéndonos verlo desde todos los sitios. La poeta se mantiene siempre atenta, porque sabe que todo lo que existe está dispuesto a cambiar nuestra vida.
La poesía de Glück es construcción, luz sostenida o contenida. Construye su lenguaje al mismo tiempo que construye un lugar en el mundo. En El iris salvaje no hay apenas referencias al nuevo mundo. Los poemas hablan de la naturaleza y en ellos el lector se encuentra un diálogo incesante: el poema/poeta siempre se dirige a alguien, siempre busca respuesta inmediata y sufre si la respuesta no llega. Louise Glück habla de su vida, propone su vida, nos deja juzgar su vida, su contradicción, se expone completamente a esa naturaleza que tanto ama. Deja que la naturaleza, o el lector, la destruya o le dé vida. Todo desde el lugar donde la autora se coloca, disuelta, confundida entre los dioses a los que invoca, en esa América sin dioses.
Sabe que la poesía sirve para pedir, para gritar. El diálogo siempre se corta, pero nos hace pensar en todas las respuestas. Glück enseña a hablar, a mirar, a escuchar, nos enseña los errores y toda la tristeza que viene con ellos. Se pregunta cuántos errores podemos soportar y nos muestra las consecuencias, pero también que la tristeza se puede convertir, a través del lenguaje, en alegría. De esta forma, el lenguaje se convierte en una celebración cuando nombra a sus hijos o cuando nombra las plantas, cuando pasa de lo más abstracto a lo más concreto y nos hace ver que son lo mismo, que todo fluye en su pensamiento. Cuando nos enseña, como diría Ramos Rosa, la facilidad del aire, la facilidad de estar; cuando nos abre espacios, atraviesa el aire, es rizoma.
La voz de Glück se levanta para volver a lo más puro, a lo más antiguo. Nos hace imaginar a los primeros hombres y les devuelve al paraíso, escribiendo como si no hubiera nada más allá de esos parámetros edénicos. La poeta norteamericana trabaja para hacer la naturaleza y el lenguaje y las relaciones más soportables, amando sin fisuras todo lo que está vivo y todo lo que vendrá. No usa la palabra para explicar, sino para transformarse en cada cosa, para fundar el mundo. Porque después de hablar de tu vida, de separarte y de unirte, después de exponerte al frío y a la lluvia, sabes que sólo hay una forma de vida posible y debes defenderla, y hablar de ella a quien te pregunte. Sólo hay una forma de creer, de hablar y de mirar. El iris salvaje lo componen los poemas de alguien que ha pasado por todo, que lo ha dejado todo, y que ha decidido volver. Ser capaces de saber cuánta tristeza vive en cada cosa es mucho más de lo que esperábamos saber. Este es el proyecto de Glück: que la tristeza no nos coja desprevenidos.
El jardín
No puedo hacerlo nuevamente,
difícilmente soportaría verlo;
bajo la tenue lluvia del jardín
la joven pareja siembra
un surco de guisantes, como si
nadie lo hubiese hecho nunca:
los grandes problemas todavía
no han sido enfrentados ni resueltos.
Ellos no pueden verse Replica Audemars Piguet Watches
en el polvo fresco aún, empezar
sin ninguna perspectiva,
con las colinas al fondo, verdes y pálidas, nubladas de flores.
Ella desea detenerse;
él desea llegar hasta el fin,
permanecer en las cosas.
Mírala a ella tocar su mejilla,
pedirle una tregua, los dedos
ateridos por la lluvia primaveral;
en el pasto tierno estrellan rojos azafranes.
Aun aquí, aun en los comienzos del amor,
su mano al abandonar la cara
da una impresión de despedida,
y ellos se creen
capaces de ignorar
esta tristeza.
Pablo Fidalgo Lareo