"Pero entonces bailaban por las calles como peonzas enloquecidas, y yo vacilaba tras ellos como he estado haciendo toda mi vida, mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas". Esto escribió Kerouac, en En el camino, que se convertiría, junto al poema Aullido de Ginsberg, en manifiesto de la generación beat americana. Como sus novelas, los jaikus de Kerouac proponen modos de vivir y de mirar, al lado de los excesos de su vida. El jaiku parece ser para él un lugar donde vivir, una casa que construir en cualquier lugar, en cualquier carretera, un refugio donde dar sentido a esa vida beat, con dulzura, con algo de paz, un lugar donde protegerla.
La generación beat aún tiene sentido, y este libro de Kerouac viene a demostrarlo. Como siempre ocurre, sólo los que dentro de esta generación supieron iniciar al mismo tiempo su propio camino han sobrevivido al propio movimiento. Así, poemas como los de Gary Snyder, o Kenneth Rexroth, o este libro de jaikus de Jack Kerouac, más o menos dentro de este movimiento, dan un sentido a la historia y, al mismo tiempo, la superan. Los jaikus de Kerouac no son, digámoslo antes de seguir, una operación comercial para vender poemas de un autor conocido: son absolutamente relevantes. La voz de Kerouac tiene un lugar de excepción en la poesía norteamericana de este siglo, en diálogo con poetas de la talla de Robert Creeley, por su concisión, o A. R. Ammons, por su visión poderosa de la naturaleza. Muchos de las jaikus de Kerouac son narrativos, pequeñas historias. Así, creo yo, es como debe ser: escribir historias como si fueran poemas, escribir poemas como si fueran historias.
En ningún otro género como el jaiku he visto tanto amor por la vida e, incluso, felicidad. Kerouac escribe lo que le hace feliz, las cosas que le hacen actuar. Cada uno debe pensar qué cosas le hacen actuar, y perseguirlas. Kerouac vivió en el límite rodeado de los mejores cerebros de su generación, viéndolos destrozarse, y se unió al mundo de esta forma. Porque si En el camino es, sobre todo, un testimonio, en los jaikus encontramos al Kerouac más puro. En el libro hay jaikus que son reveladores y definitivos, y otros que sólo sirven para contar su vida, para entrar o seguir la historia, su camino. Sorprende este ejercicio de libertad por el que, según el autor, todo cabe en el jaiku, todo cabe en el poema más pequeño. Su brevedad parece inofensiva y, sin embargo, es una amenaza. En ella se esconde o se muestra completamente el autor. Cuanto menos puedo ser, parece decir, más soy. Estos jaikus resisten todo adjetivo, toda crítica, son absolutos ejercicios de libertad. Es en estos pequeños poemas donde la libertad del jazz que tanto amaba Kerouac alcanzó su máxima –su mínima– expresión. Sabía que el jaiku debía conservar la frescura y la pureza del apunte, del hombre de acción, del hombre que parte sin nada, como Basho. Lo único que ha intentado siempre el jaiku es invitar al viaje, a exponerse al mundo, a vivir con lo menos posible, con pocas palabras, con las palabras más breves. No hay tiempo para las palabras largas.
Nos encontramos a un poeta dispuesto a escribirlo todo, a defenderlo como sea, con o sin argumentos, a un poeta que nunca ha parado de escribir prosa y que, sin embargo, sigue siendo un poeta dispuesto a crearlo todo, a destruirlo todo, a cambiar todas las reglas del juego. Kerouac fue uno de los últimos autores que escribió como si la batalla no estuviera perdida, y que, al mismo tiempo, nos habló con nuestras palabras, las del desencanto. Pero hay una conciencia absoluta del viaje, del camino, de estar yendo hacia a algún lugar con el convencimiento de que nadie podrá interrumpir el viaje.
A quién le importa que la palmen los árboles
de la Provenza -
Una carretera es una carretera
Kerouac estaba dispuesto a devorar cualquier cosa,best replica watches a inmortalizarla, a acabarla, y a destruirla con sus palabras. Y Ginsberg escribió El cielo es una señal de carretera. Y esta y no otra, esta carretera que todo lo hace suyo, y en la que puede pasar cualquier cosa, y siempre pasan cosas, es también la carretera del fin del mundo de Cormac McCarthy. Kerouac es la carretera americana y hace que todo pase por el. Sabe que hay que manternerla con vida, y sólo las palabras y la acción pueden conseguirlo.Replica Watches Estos jaikus son la otra forma que tiene En el camino, otra forma de contar una de las pocas vidas de las que aún se puede aprender algo. Pero que nadie haga caso de esta crítica. Yo sigo creyendo en la generación beat. Creo en los que escriben su vida, en los que se exponen en el poema, en los que entran en el poema con pocas cosas y salen sin nada. Yo aún quiero cruzar América. Me creo completamente En el camino. Yo aún busco a Neal Cassady.
Kerouac quiso dejar testimonio, quién sabe por qué. Si como dijo Levi-Strauss la escritura es una forma de esclavizar seres humanos, él fue un esclavo de la escritura, y a los esclavos debemos escucharlos. Y por haberme enseñado a vivir puedo perdonarle casi todo. Y por todos sus aciertos perdono sus errores.
Pablo Fidalgo