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Al Dios del lugar

Johannes Bobrowski, País de sombras ríos, Linteo, Orense, 2008.

Quien venga por el camino
que entre.

 
(Johannes Bobrowski)

 

El poeta es un pequeño dios, según Huidobro. Asciende y desciende, crea y destruye, nombra y calla. El acto de crear es lo que preocupa a Bobrowski, sobre ello reflexiona, y para ello tiene que posarse y buscar en cada lugar el origen, el Dios que estaba, que está, o que estará. Parece reivindicar la distancia, quiere protegernos del caos de la creación, en muchas ocasiones con un lenguaje frío y calculado, casi matemático. Pero sabe que esa lejanía es aproximación, y que esa aparente despreocupación es una forma de darle importancia, de confiar en el otro, de decirle que puede acceder a la poesía por cualquier lugar, por un ritmo, por una sílaba: que la poesía hay que atravesarla. Bobrowski nos deja libres en el medio del poema. Hay una libertad extrema y radical en su poética y se inventa la poesía como si nunca hubiera existido, como si todo fuera posible; confía en ella como pocos poetas son capaces de hacerlo, confía en su poder sin querer conseguir nada concreto de ella, sin insistir, simplemente esperando la ocasión, la revelación, simplemente observando y existiendo.  

El primer libro de Johannes Bobrowski que se tradujo al castellano fue Indicios atmosféricos; ahora llega este segundo libro, que, con Época Sármata, conforma toda la obra de Bobrowski.  Clara Janés ha puesto el dedo sobre uno de los poetas más importantes y menos reconocidos de la poesía europea de la segunda mitad del siglo. Bobrowski nos señala los lugares desde los que puede hablar un poeta, cómo hacerse incuestionable, cómo contener todas las cosas, cómo imaginar el origen. La poesía de Bobrowski es ascética, no puede mezclarse ni confundirse, es una isla. Parece que el poeta diese y quitase vida a su paisaje, a sus palabras, a su antojo, en una conciencia absoluta de lo que la escritura significa. Cada vez que creamos tenemos la oportunidad de cambiarlo todo, e igual que en ese intento no podemos tener siempre éxito, tampoco nos podemos permitir fracasar siempre. Muchos de los poemas de este libro están tocados por la luz, por el cielo, son lo más parecido a la palabra de Dios. Se puede decir que son un triunfo ante la oscuridad, ante la catástrofe del siglo veinte.

Parece más difícil despegarse de una época como la nuestra que de una época como la de Bobrowski, más difícil despegarse de la comodidad que de la incomodidad. En efecto, el poeta siempre está cómodo e incómodo y así deberíamos vivir, siempre serenos y siempre alerta. El pez, el pájaro, los fuegos, el cielo, la palabra de Bobrowski es fundadora: sus ríos son suyos, le pertenecen, marca territorio para convertirlo en un territorio puro, tierra del lenguaje, del símbolo. Su arte es el de volver a nombrar las cosas, de pasear a su alrededor, de encontrar la paz de las cosas al nombrarlas. En la tarea de recuperación y revisión, una por una, de todas las palabras, de cuáles sirven y cuáles no, de exclusiones e inclusiones, Bobrowski escribe siempre con las mismas palabras, las repite, toma decisiones firmes sobre ellas, no se ablanda ante su rostro, ante las palabras que lloran.

Su palabra da vida a la naturaleza. Nada nos indica la presencia humana en muchos de sus poemas; el poema no tiene por qué ser algo humano, debe superarlo: su poder y su magia son infinitos. Abolir el yo para buscar la memoria de la materia, para entrar puros en el bosque, en el agua, en el pueblo. Entrar sin nada para volver llenos. Así se va construyendo País de sombras ríos, un paisaje que puede ser leído y desleído hasta el infinito, un paisaje en el que la palabra y el silencio duran y valen más que la propia vida. Bobrowski busca el Dios del lugar, el Dios de la memoria, el que no olvida. Cada lugar y cada hombre y cada cosa que existe sobre la tierra son una oportunidad para acercarse a Dios.

Bobrowski camina por los bosques siguiendo las huellas de Trakl, pero Trakl fue un poeta de juventud y exceso, mientras que Bobrowski es un poeta maduro y contenido, que va recogiendo los frutos de su maestro. Su tarea es ampliar y multiplicar los límites de la vida y la muerte, los horizontes, el atardecer, los animales. Intentar que ese Dios del lugar, de los lugares, nos dé serenidad después de las tormentas, que ese Dios hable y sepa que miramos al cielo impacientes y que leemos el paisaje hasta que la vista nos falla. Que si no hemos sabido vivir en lo humano es porque siempre hemos buscado lo divino. Que tenemos prisa. Cada poema, cada lugar, es una ocasión, como diría Montale, una revelación esperada. Pero hay una conciencia del final, de la destrucción, de que hay que volver a empezar a habitar la tierra, a nombrarla,  desde el principio, volver a empezarla todas las veces que haga falta. 

La poesía es para Bobrowski lo que no pasa en la vida y el poema existe para provocar el encuentro, el acontecimiento. Su lenguaje es contenido pero tiene un origen irracional, desesperado, se repiten las preguntas en los poemas, busca al otro con rabia, con esperanza. Después de esa fuerza que origina el poema, éste no se convierte en un exceso sino en un susurro, en un resto cantable en palabras de Celan. Porque el poema es siempre posterior al poema. Después de las circunstancias que Bobrowski vive, la Segunda Guerra Mundial y el exterminio nazi, Bobrowski intenta ese nuevo acercamiento a las cosas, a la naturaleza, con un extremo cuidado, tiene esa necesidad de volver a fundar el mundo, de volver a inyectar vida a las cosas. Una forma exquisita de dar las gracias por la vida, a pesar de todo. Es un poeta en tiempo de catástrofe, que nombra aquello que los otros destruyen, que decide leer en las piedras lo que no lee en los rostros, que acusa de la única forma posible: con el talento, la belleza y la fe.

Se hace referencia en País de sombras ríos a muchos poetas muertos. Hay una búsqueda de la pureza en cada presencia humana, de hombres vivos y muertos que cruzan Europa cada noche, nómadas como los gitanos, por la tierra y por el cielo. Así, Bobrowski escribe sobre Else Lasker-Schuller, Nelly Sachs, Gertrud Kolmar, Hölderlin y otros. Ejemplos de quienes han perseguido una verdad toda su vida. Nos hablan de una falta de entendimiento radical, de la vieja y la nueva Europa que se cruzan una y otra vez sin querer mirarse. Bobrowski nos recuerda que es necesario pisar la tierra con cuidado, pero que no por ello debemos dejar de pisarla; nos habla de ir al encuentro, ir directamente a lo importante; nos quita toda nuestra importancia para devolvérnosla con la palabra y su poesía nos hace humildes, nos hace mejores, nos da otro valor en el mundo. Por la noche, sin embargo: unas velas se desplazan / río abajo, en el rígido / bosque de los mástiles, / húmedas, banderas pintadas, desgastadas. / Yo llegué / bajo el borde de la noche, fuera / en cuclillas, antes que el bosque / empezara, un pueblo, tal la gitana, / la morena, en el resplandor / hacía ondear la sartencita sobre / el fuego agonizante, el humo / le partía el cabello.

Nos vamos agarrando a las pocas presencias humanas de los poemas, para explicarnos las luces y las sombras, pero el susurro se convierte en grito y de repente explota. Ve cómo el tiempo se agota pero corre por sus bosques y sus ríos hacia lo humano, hacia fuera de su creación y no puede salir de ella, no puede ponerse a salvo. Tengo / tus ojos, tengo tu mejilla / tengo tu boca, el Señor ha resucitado, / gritadlo, gritad ojos, gritadlo mejillas, grítalo boca, / exclama ¡Hosanna!

La poesía de Bobrowski es responsable y carga con la historia, pero es un peso que es posible soportar: el de la palabra, el del símbolo. Por eso, sus poemas buscan el pez y el pájaro, buscan la levedad intentando descargarse del fracaso, pero al convertirse todo en símbolo, al quedar todo marcado por la época, el peso no desaparece nunca. Al menos durante un instante, el del poema, hemos sido libres y verdaderos, nos hemos repartido el peso de nuestra época, el peso de Europa. Bobrowski no jerarquiza, da un mismo valor a todas las cosas. Cada vez que un hombre se queda solo en la tierra algo es revelado. Todas las cosas que existen en la tierra parecen definitivas e irremplazables en sus versos. Espera la revelación, sabiendo que lo que no tiene un sentido lo tendrá en otra ocasión, en otro momento, y ha dicho basta porque el poema es el lugar donde la historia y la memoria y las vidas de los hombres vuelven a empezar una y otra vez. Sigue buscando a alguien, pero sabe que la presencia humana hay que volver a ganársela, que hay que darse tiempo para aparecer otra vez en el mundo después del desastre y que deberemos volver a aparecer en silencio. De cada lugar esperamos un Dios, pero no siempre podemos llegar a Él. Eso es lo que nos desgasta, lo que nos lleva a destruir la tierra, lo que nos agota. ¿Quién se atreverá a irse sin llamar a nadie, sin preguntar por nadie, sin un último deseo?  

Dar siempre un nombre:
al árbol, al pájaro en vuelo,
a la rojiza roca donde el río
fluye, verde, y al pez,
en el blanco humo cuando la oscuridad
cae sobre los bosques.

Signos, colores, es
un juego, tengo mis dudas,
podría no acabar
bien.

¿Y quién me enseñará
lo que he olvidado, el sueño
de las piedras, el sueño
de los pájaros en vuelo, el sueño
de los árboles, hablan
en la oscuridad-?

Si hubiera allí un Dios
y en la carne,
y me pudiera llamar, yo
pasearía alrededor,
esperaría un poco.

("Dar siempre un nombre")

Pablo Fidalgo Lareo

 

 

 

 











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