La sabiduría de las brujas es el libro en el que John Giorno ha estado trabajando la última década, y el primero que se traduce íntegramente al castellano en nuestro país. Su publicación en DVD (traducido por Martín Rodríguez-Gaona) es, por tanto, un acontecimiento. Giorno, que nació en Nueva York en 1936, vivió la generación beat y la sobrevivió. Fue uno de esos chicos que cantaron desesperados desde sus ventanas, se cayeron por la ventana del metro, saltaron del sucio Passaic, se abalanzaron sobre los negros, lloraron por toda la calle, bailaron descalzos sobre vasos de vinos rotos y discos de fonógrafo destrozados de nostálgico europeo jazz alemán de los años treinta, uno de esos que, y sigue Ginsberg, cayeron de rodillas en desesperanzadas catedrales rezando por la salvación de cada uno y la luz y los pechos, hasta que al alma se le iluminó el cabello por un segundo. Pero mientras que Burroughs ha muerto, Ginsberg ha muerto, Kerouac ha muerto y Warhol ha muerto, Giorno está vivo, sigue dando recitales y escribiendo y no tiene prisa por morirse aunque tampoco ningún miedo. Él ha pasado por las drogas, el sexo y la paranoia de la creación indiscriminada de la generación beat pero está aquí para contarlo, y para mirarlo con la perspectiva que dan los setenta años pasados. La sabiduría de las brujas no es Aullido, ni tampoco es On the road. Aquí no sólo importa dejar constancia de los hechos y de un ideario del mejor modo posible —o mejor dicho: en la medida en que se pueda, en la medida en que se titubee menos por la emoción y el alcohol y la claridad inenarrable que ofrecen determinadas sustancias tóxicas— sino aportar un hecho incuestionable: ahora ya no es como entonces. Giorno habla por supuesto de todos los temas de que hablaron los beat (del gran tema: la libertad del cuerpo contra la opresión de la norma; la libertad del alma pura —santa— contra la opresión de la urbanidad urbana), pero habla también de qué encuentra él en la muerte, en la reencarnación budista tibetana, en la reivindicación del pasado, de lo hecho.
Una de las cosas más importantes del libro es la mirada, pero también podemos dejar constancia aquí de las diferentes soluciones formales, que convierten al libro en poemario. Giorno, que es la personalidad en Spoken Word en su país —que es casi como decir en el mundo— no lee poemas, los recita, y tiene una memoria prodigiosa. Como los bardos, el poeta se planta en el centro de la plaza de la villa y canta largamente, con un movimiento de brazos que dicen constantemente lo que se está diciendo y también que los brazos caen. Este libro, de 131 páginas de versos, sólo tiene 12 poemas. Son poemas largos que se mantienen intratables, con la intensidad incólume: cuando no son las repeticiones (esa especie de maha mantra norteamericano que aquí y allá se refleja de formas diferentes en los poemas), son las imágenes las que sostienen el aliento, o la propia narración de la fábula, o el juego con las posibilidades estróficas o el slogan fuerte, penetrante. No es / lo que sucede, / es cómo / lo manejas. // Estás en una burbuja de agua cuerpo humano, / en un jet privado / en lo que parece el mundo de un dios, / un vaso de champaña, / y cierta luminosidad / y vacío, / piel de aire, / un mar pleno de nubes blancas debajo / y una cúpula inmensa de cielo azul por encima, / y tu mente es un clavo de acero entre ambas. No es / lo que sucede, / es cómo / lo manejas (De "Todos se hacen más luminosos"). De tal modo se mantiene la intensidad que leer o escuchar a Giorno recuerda a los músicos que describe Kerouac, que han cogido la nota principal del tema y el alma y van a desarrollarlo en el solo hasta las nubes, mientras los muchachos sudan en la cara, el cuello y el pecho y le jalean (has llegado, lo tienes, sigue ahí), en las decadentes y sucias salas reinos del bop más primario.
Todos estos procedimientos estilísticos conforman la estructura formal -si se puede hablar así, si se puede dividir esto así- de una mirada irónica sobre la vida, la muerte y la felicidad. Giorno cuando recita parece que no está diciendo nada, parece que está quitándole todo el hierro a los asuntos, pero el que le escucha está inquieto. Cuando dice (...) the worst / is at this moment / happening, / the very worst / is happening / now, life / goes on (de "Demonios en las minucias"), no cambia el gesto, y parece que lo explica, que mira con atención al público para que lo comprenda. Pero nadie hace nada. Sólo hay inquietud, la misma que cuando habla de la muerte de Burroughs (el momento en que más se amaron, como dice en un tono místico Giorno en la entrevista que se incorpora junto al poemario en esta edición) y dice que pusieron en el ataúd Un sombrero tipo fedora, gris. Siempre llevaba un sombrero cuando salía. Queríamos que su conciencia se sintiera perfectamente cómoda, muerta (De "La muerte de William Burroughs. Lo que iba en el ataúd de William Burroughs con su cuerpo muerto"). Esa forma de hablar, esa manera de referirse a los últimos momentos es demasiado simple. Está claro que la visión del mundo de Giorno es ahora la del niño que cree en la reencarnación, en que el mundo se hizo de repente hace mucho mucho tiempo (Veinte billones de años atrás, / (...) / algo carente de sustancia se movió ligeramente, explica en "Gracias x (sic.) nada"), en que la clave de la vida es amarse sin miedo. Todas estas creencias, su sentido del amor y algunos médicos le mantienen hoy a la expectativa. Sin embargo, ya no es la voz de un adolescente apasionado/convencido: sabe dotar a su voz de esa sombra de ironía alarmante sobre todo —también sobre su propia forma de ver la vida—, esa sombra de desencanto radical que pasa por encima y oscurece las palabras felices, el just / do it / just make / love / and compassion (De "Simplemente di no a los valores familiares"), el we do / anything / and everything / you want, / too much, / is not enough (De "Ningún acto bondadoso queda impune").
John Giorno es un creador torrencial, que ha vivido en la frontera de la locura, la depresión y la animalidad, que ha visto despeñarse a muchos, que ha visto suicidarse a muchos, que ha acompañado los últimos días de casi todos los compañeros de su generación. Ahora escribe que espera reunirse con ellos (aunque no quiera que vuelvan desde el reino de los muertos). Que aquello estuvo bien y que quizá se repita más adelante, en otra vida. Mientras tanto, él puede —y a ello dedica sus días, como el borracho que repasa su vida en el seno cálido de la cogorza— escribir poemas sobre aquello y sobre cómo se ve aquello, poemas de vida y de muerte que tienen el ritmo del bardo, la imagen lisérgica del soñador tóxico, la fábula de quien ha visto el mundo de otra forma (viendo la esencia del vacío / y cantando más allá de los conceptos, / la comprensión intrínseca, la mente imperturbable (De "Cae la lluvia"), en su cénit y también en su nadir. La sabiduría de las brujas es parte de su sabiduría.
Javier Casacuberta