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Hacer sentir lo m�ximo

Javier Vela, Imaginario, Visor, Madrid, 2009.

Desde sus precoces y brillantes comienzos, la poesía de Javier Vela (Madrid, 1981) se ha caracterizado por una serena emotividad, en la que el yo-poético trata de acompasar sus vivencias y sus sueños al ritmo magistral de la Naturaleza; con el deseo de descubrir en ella, en su inmensidad y en su permanencia, un modelo de vida. Así nos lo ha demostrado en libros tan inolvidables como La hora del crepúsculo (2004) y Tiempo adentro (2006).

Ahora, en Imaginario,swiss replica watches que ha obtenido el Premio Loewe a la Joven Creación, el yo-poético de Vela se nos presenta más informal y desenfadado, más atento a los objetos y acontecimientos mundanos (en el más noble sentido de esta palabra), más entretenido por el ruido y los atractivos de la calle. Éste es el tono predominante en el libro, aunque también hay poemas de mayor gravedad y de explícita reflexión moral, como "El usurero" o "Jordán". Y para esa mirada hechizada por las imágenes de este mundo cotidiano, el poeta ha logrado ceñir su palabra a una enunciación breve, carente de muchos enlaces lógicos y gramaticales aparentemente necesarios; muy eficaz en el arte de la elipsis, para que sólo los chispazos de las imágenes simbólicas y de una breve reflexión o comentario rápido nos impacten con su poderosas sugerencias.

El gran reto de estos poemas consiste en hacernos intuir y vivir su ansiedad de plenitud sin mencionar las grandes verdades ni los elementos sublimes de la Naturaleza; antes bien, haciéndonos sentir esa hambre de algo más bello y verdadero a través de objetos y situaciones cotidianas vividas con un aire más o menos juguetón (de hecho, hay varios poemas cuyo motivo principal es el juego). El reto está, pues, en hacer sentir lo máximo a través de lo más inmediato y material. Valga añadir que entre esas cosas inmediatas también figuran motivos de la cultura y del arte (por ejemplo, mitos clásicos como el de Orfeo y Eurídice o el de Amor y Psique), los cuales, aunque en sí mismos no parezcan nada inmediatos ni materiales, se nos presentan con tal naturalidad como si fueran experiencias biográficas del yo-poético; de manera que el disfrute de la sensualidad del arte y de la vida diaria adquiere un tono que es, a la vez, esteticista y familiar. Cultura y vida se funden con una espontaneidad admirable.

Por ejemplo, el yo-poético es capaz de asombrarse ante la belleza externa de una ninfa o de un museo, ante el mito de Orfeo o ante la contemplación del humo de su propio cigarrillo. Es en esa materia, en su atractivo y en su fragilidad, en lo que se goza el poeta, sin dejar por ello de saber que tales objetos no poseen una consistencia eterna e infinita, sin dejar de reconocer que el corazón busca siempre un algo más que no es visible ni tangible del todo. No obstante, esas pequeñas maravillas materiales contienen un placer que vale la pena disfrutar, hasta el punto de que en el presente libro esos objetos sensibles suelen convertirse en el centro de la mirada y de la acción poética.

Así, en el poema "Las apariencias", que abre este pequeño volumen, la belleza de una chica guapa se convierte en anuncio de la Belleza suma y, a la vez, su belleza vestida anuncia, de un modo pícaro e inocente a la vez, la belleza oculta de su cuerpo; en una doble vuelta de tuerca irónica:

(…)

Sé que bajo la alquimia de tus máscaras
se hace posible un mundo sin contornos.

Levántate las faldas, putita de mil nombres.
Levántate las faldas para que yo lo vea.
(pág. 10)

El libro se cierra también con un poema centrado en la imagen de una mujer, cuyo atractivo es tan intenso que en él verdad y belleza se identifican, de modo que esta última, la belleza, termina siendo purificada de todo deseo innoble, aunque no por ello deje de ser placentera: una belleza exenta de deseo / y una verdad a un tiempo / molesta y deliciosa / como un picor de espalda / que se rasca (pág. 45). En medio queda un conjunto de poemas donde los objetos sensibles de este imaginario son de lo más variado: desde un "Museo" que invita a tomar conciencia de la maravillosa riqueza de este mundo, hasta "Mi perro, Bruno, yo", donde su perro es símbolo de vida y de esa ansia de comunicación que todo ser humano también quisiera eterna y transparente (Ladra conmigo, Bruno, / tu lenguaje / de perro universal y que contigo / ladre y aúlle el perro de la historia, pág. 43), sin olvidar las escenas de un amor erótico tan sensual como deseoso de trascendencia (leánse en este sentido los espléndidos poemas de la serie "Torimbia").

En algunos casos (pienso en los poemas "Ley de Kippel" y "Europa después de la lluvia") el poema pierde su poder de sugerencia y se convierte en una reflexión excesivamente abstracta y aun aleccionadora, hasta perder la frescura inocente que es habitual en el libro. Porque esto es lo esencial y más valioso de Imaginario: su variedad, su continua sorpresa, su juvenil y fresco desenfado; sin caer por ello en la frivolidad del anecdotario, dejando entrever las grandes ambiciones de un corazón insaciable.

Carlos Javier Morales

                                   










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