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La música de la poesí­a

Darío Jaramillo Agudelo, Cuadernos de música, Pre-Textos, Valencia, 2008.

En nuestro ámbito, el español, Rafael Alberti había tratado de aproximar la palabra a la música clásica en una sección de su libro Pleamar titulada "Invitación a un viaje sonoro". Allí el poeta del Puerto intentaba, creo que sin éxito completo, jugar con las palabras y los ritmos y ajustarlos a piezas que se llamaban "Pavana", "Habanera" o "Chacona". A veces un subtítulo precisaba más: "Anónimo. Siglo XVI", "Bach", "Rameau"… Los versos eran muchas veces impecables. El problema, diríamos que estratégico, estaba en que el lector se veía invitado a buscar la pieza entre su discografía y comprobar si las palabras podían ajustarse a la música, hacerlas bailar al son que se les imponía desde fuera. Todos alguna vez hemos asistido a algún recital en el que los organizadores, de buenísima fe, han acompañado las palabras del poeta de un acompañamiento en forma de piano, violín o lo que sea. Y todos hemos comprobado cómo la fuerza de las palabras, por sí mismas, se perdía por culpa de la música. La música se comía al poeta. Pareciera que una y otra tienen mal maridaje, como algunos alimentos con el vino, como las alcachofas y el tinto (o, al menos, eso dicen los enólogos expertos).

Si los versos de Alberti, pese a su virtuosismo verbal, se disolvían en la nada, el colombiano Darío Jaramillo ha sabido sortear el escollo mediante un sentido homenaje a la música en el que la palabra poética ocupa el lugar que le corresponde en un libro de poesía: es decir, todo. Para ello ha eludido dar explicaciones en tres de las cuatro secciones de su poemario: "Piezas para piano" (la I y la III)  y "Piezas para violoncelo" (la II) son los títulos de cada una de ellas.

Ciertamente las palabras pueden ilustrar la música. De hecho, no es difícil adivinar que la segunda parte, la dedicada al violoncelo, evoca de forma admirable cada una de las piezas de las sublimes Suites que Juan Sebastián Bach compuso para este instrumento. Sin embargo, lo que importa es el ahondamiento en las sensaciones que produce la música, una noble experiencia más, como lo son la contemplación de un paisaje, una obra de arte o el rostro de la persona amada. El tono es, como debía esperarse, celebratorio. Son versos despojados de retórica, breves y ceñidos a un instante emocionado. En ocasiones toca el destello de la  greguería:

La luna cabe entera
en el lugar de los pulmones.
 

Otras veces la densidad de lo que sugiere la música lleva a intuiciones metafísicas. Jaramillo Agudelo entra de lleno en una paradoja clásica referida al arte musical: la melodía se desarrolla en un tiempo lineal y juega con él, mediante silencios, contrastes y ritmos. Pero el oyente puede sentir por un momento la suspensión del instante, incluso olvidarse de uno mismo: Yo no soy yo / soy las cosas que pasan. Consideraciones como éstas ha rondado la filosofía de la música de todos los tiempos. En consecuencia, muy de vez en cuando el poeta deriva en versos no muy afortunados, a mi modo de ver, por culpa de un exceso de explicaciones, que provocan un tono didáctico y solemne: La quietud absoluta elimina el tiempo de esta música, por ejemplo.

Pero por fortuna la pasión se impone casi siempre. Imposible no escuchar a Bach, podríamos decir, y no llegar a versos como éstos:

No fue el verbo en el principio.
En el principio fue esta palpitación de Dios que se despierta.
En el origen este vuelo sin adivinar que vuelo.


Las consideraciones religiosas de algunos poemas no nos deben hacer pensar que el poemario responda sólo a un tono, sino que, como el mismo arte musical, participa de otras modulaciones, aunque siempre sean celebratorias. Es el caso de la última sección del libro, sostenida por dos variaciones eróticas a partir de la canción "Some Present Moments of the Future". Jaramillo ha sido un gran poeta amoroso. Aunque aquí me parece advertir alguna caída (sobre todo en el primer poema o variación), vuelve a dar lo mejor de sí mismo en el segundo poema con el que remata el libro, en donde enlaza amor, tiempo, música y poesía, temas esenciales donde los haya tratados con emoción y rigor:

Luz de nosotros:
ámbar o lila, del color de esta tarde
todos los relojes destilando dicha:
duremos este tú y yo,
beso, saliva y piel,
duremos.

Javier de Navascués










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