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La segunda educación de Europa

Peter Handke, Vivir sin poesía, Bartleby Editores, Trad. Sandra Santana, Madrid, 551 pp., 2009

Handke fue a dar un paseo y dio la vuelta al mundo. Poco después de cumplir los veinte años Handke se dio a conocer en todo el mundo con tres textos de teatro que hoy siguen siendo fundamentales para entender la historia reciente del teatro europeo. Estas obras fueron El pupilo quiere ser tutor —que Jose Luis Gómez tradujo para Primer Acto ya a finales de los años sesenta— , Insultos al Público, y Kaspar Hauser. En todas ellas se presentaban los temas que iban a acompañar a Handke durante toda su vida, tanto en su narrativa como en su poesía. Es decir, una preocupación por el lenguaje, por la educación, y por el juicio constante al que los seres humanos son sometidos. Si es cierto que somos mirados desde todas partes pero nosotros sólo miramos desde un lugar, Handke trata de subvertir esta idea a través de sus viajes, de sus derivas, dejando fluir su pensamiento, poniéndolo en valor a cada instante, porque en la mente nada sucede porque sí, y cada proceso merece atención. Handke sabe que podemos mirar desde más de un sitio, y que podemos ir más allá del juicio. Con el hombre que viaja, viaja también su idioma. Handke nos recuerda la capacidad humana de transformar las cosas y los paisajes, sólo a través de la presencia o la mirada. Responder a todos los estímulos, a todos los lenguajes, a todos los instantes. Sus libros fueron unos de los primeros en mostrar que el hombre de hoy tiene un poder infinito para crear su propia vida, para hacer de ella una obra de arte. El hombre que él propone ha encajado todos los golpes, ha visto todas las cosas y ha jugado con todas las palabras, pero aún tiene fuerza para otro viaje, otra presencia, otra educación. Después de la juventud hay una segunda educación posible.
 
No es posible hablar de Handke sin hablar de Thomas Bernhard, los dos grandes escritores austriacos de la segunda mitad del Siglo. Aunque Bernhard y Handke empiezan a publicar casi al mismo tiempo, creo que la voz potente de Bernhard marcó el camino que Handke podía seguir para no ser devastado por el autor de Corrección. Bernhard fue su protección y su condena. Son los años en los que aparecen los escritores de lo que se ha llamado la nueva subjetividad, grupo en el que se suele incluir a Peter Handke, junto al gran Botho Strauss. La nueva subjetividad fue acaso el último movimiento literario fuerte que se ha producido en Europa, después del Nouveau Roman. Además de la búsqueda de nuevos lenguajes estos autores tienen en común su gusto por la trasgresión de géneros, cultivan el teatro, la poesía, la novela, el ensayo y el diario.

Es un momento importante para la cultura alemana, con nombres como Heiner Muller, Gunter Grass, en literatura, o en cine con Fassbinder, Herzog o Wenders, con el que Handke colaboraría en la bellísima El cielo sobre Berlín, donde hay un poema, que echamos en falta en este volumen, titulado "Cuando el niño era niño", que publicó la Revista Anónima de Pre-textos. La poesía de Handke tiene la capacidad de enfrentamiento del teatro, la mirada del cine, el rigor de la filosofía y la claridad de la novela.  
 
Su primer libro es El mundo exterior del mundo interior del mundo exterior, publicado en 1969. Handke ya sabía entonces que la alineación del Nuremberg podía ser un poema, igual que podía serlo el Hit Parade de Japón en 1968 o la información de la película Bonnie and Clyde. El libro tiene versos antológicos. Sólo cuando el acusado se enfrenta a una condena / nos damos cuenta / de que el condenado estaba acusado. Handke ya era posmoderno hace cuarenta años. Hizo lo que quiso y todos lo comprendieron. Su segundo libro se tituló El fin del deambular, y en él escribió ¿Por qué no me buscas / caminando despacio desde el sol, / y me pretendes, / mujer solar? / Justo ahora tengo tiempo. Handke es dueño de una temporalidad absolutamente propia en que somos invitados a entrar una y otra vez. La poesía de Handke es un viaje al asombro, a las primeras veces. Como si dijera, "estoy aquí". El hombre lucha por aparecer no con una única verdad, sino como parte de un paisaje, como una potencia y una posibilidad. Handke se presenta como un ser en perpetua formación, todo gesto y todo movimiento parecen parte de un plan, de una educación, siempre alerta, siempre buscando un nueva camino. Dice Gide que los seres en formación son difíciles de ver, quizá sea por eso que Handke haya sido un autor que no ha dejado indiferente. Su deriva tiene al mismo tiempo algo de situacionista y algo de mística. Uno no puede leer a Handke sin imaginarlo vagando por Soria buscando el último Jukebox, por Jaén, o por la Sierra de Gredos. Mención aparte merece "El poema a la duración", donde todos los intentos, los juegos y los desafíos planteados por Handke toman forma en un poema único, escrito en absoluto estado de gracia. El poema a la duración es un poema de amor. / Trata de un flechazo / al que siguieron después muchos flechazos. Los últimos poemas del libro son los más bellos. Los últimos poemas del libro son los más bellos, la resolución del juego.

La escritura de Handke y su reflexión sobre el lenguaje, dignifica el oficio de escritor.
Sabe que merece la pena detenerse en los instantes primeros de la infancia, y en el lugar donde se produce la ruptura. El hombre lucha con el caos de las palabras hasta que de repente las palabras se ordenan y hacen el mundo. Handke tuvo la voluntad de volver a explicarlo todo, de desarmar el mundo para volver a armarlo. Nos preguntamos: ¿Le dará tiempo? Cuando escribe versos como ¿Serás capaz de no tomar ninguna otra decisión cuando la decisión esté ya tomada? ¿No está entrando en diálogo con Ashbery? ¿No es la suya una aventura parecida en su imperfección y en sus dificultades? Su poesía no se parece a la poesía, es una ocupación del mundo para apropiarse durante un momento de todas las cosas. Su amor por los lugares y por la repetición nos habla de una Europa que sólo puede existir en esos hombres que están dispuestos a llevar en sí el peso de una historia aún por escribir. Handke apela a una Europa mítica, aún por poblar, aún por inventar. Sólo mediante la utopía podemos pensar la historia y el hombre europeo. Hombres que se hacen responsables de la duración, que son el lugar y la frontera, hombres que tienen que estar dispuestos a ser el principio y el final de Europa. En esto consiste la buena educación. En cargar con todo.

Sabemos que existe otro Handke que ha sido conocido por sus escándalos, que rechazó el Premio Heine, que se peléo con El Pais y con el traidor Tertsch, que defendió a Serbia y a Milosevic. Sabemos que existe otro Handke, pero no puede ser el mismo que ha escrito estos poemas.

Esta es una poesía para quien ha perdido el tiempo, para quien ama el fútbol, para el que no excluye nada, para quien pasea sin rumbo por las noches, para quien viaja sin destino, para quien permanece en los bares más allá de la hora, para quien ha vivido en el centro de Europa y ha sido muy feliz y muy pobre. Esta es la poesía para el que llega tres horas antes a la estación, para los que han visto muchas veces El cielo sobre Berlín, para los que conocen a Hulliet y Straub —la dedicatoria más bella del libro—, y para los que siguen susurrando a destiempo. Esta es una poesía para los que lo han vivido todo y saben que aún no es el momento de contarlo. Esta es una poesía para quien ha visto caer la noche sobre París y ha pensado "¿Es así como acaba todo?". 

 Pablo Fidalgo










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