Para reseñar a Giorgos Seferis se impone la evidencia: capaz de armonizar referencias variopintas, entre el núcleo duro del pensamiento y el demorarse de lo popular (construido, a su vez, por siglos y siglos de alta cultura integrada en la costumbre), personalísimo, magistral. Desde luego, lean a Seferis: un poeta raro que deslumbra. puretimereplica.com
Si deciden optar por un acercamiento progresivo, un picoteo, y un atracón posterior si les convence, en las librerías no debiera costarles toparse —y sin embargo ahí está— con un antología poética en Visor, editada en los ochenta, y Días, otra más reciente —diez, doce años— y en Alianza (en este sello también existe una Poesía completa). Para quienes prefieran un banquete, sin embargo, Abada ha publicado con el mimo habitual Tres poemas secretos. En traducción de Isabel García Gálvez, con prólogo de Andrés Sánchez Robayna, Tres poemas secretos se desvela como la última y más seferiana de las entregas del Nobel griego, esencial, y saciará de forma más intensa al lector exigente, porque en ella late el Seferis definitivo, con todos sus hallazgos en exceso, al límite.
Tres poemas secretos: "Sobre un rayo de sol en invierno", "En escena" y "Solsticio de verano". Tres poemas, entonces; tres fragmentos divididos a su vez en siete, siete y catorce textos, en una lógica que obedece —admite Sánchez Robayna— a una numerología mágica fundada en el guarismo siete. La clave hermética hacia la que gira la poética de Seferis en este libro final (aparece en Atenas en 1966, tras un largo silencio —dos lustros— desde su entrega anterior, y sin descendencia impresa después), la entonación esotérica, la esfera de lo sumergido, asoma ya desde los primeros poemas: Los compañeros me volvieron loco / con teodolitos brújulas sextantes / y telescopios que agrandaban cosas / —mejor que queden lejos. / ¿Dónde nos llevarán tales caminos? / Pero aquel día que empezó / puede que todavía no se haya extinguido / con ese fuego en un barranco como rosa / y ese mar delicado a las plantas de Dios (tercer fragmento de "Sobre un rayo de sol en invierno"). Tres poemas, entonces, o siete más siete más catorce, y la opción de conocerlos poco a poco, pero también la de concebir Tres poemas secretos como un único poema oculto, cuyos versos cobran su real sentido arcano —si es posible— leídos como un todo.
Estos Tres poemas secretos se erigen, creo, en poema-tótem: un verso significa, quizá, o al menos da pie a una interpretación, a un golpe, a un deslumbramiento —la luz por algo, claro—, pero significa más al engarzarse con el otro, y en poema, y se completan y construyen un mundo —no obstante, precisemos, se mantienen en la sombra o el ocultamiento, paradoja frente a la luz que se mantiene quiebre tras quiebre del discurso— convertidos en tres en uno. Cada poema, cada fragmento, se interrumpe antes del sentido, no se arrepiente de decir pero se muerde los labios para callar, con alguna excepción: ¿Quién ha escuchado en pleno mediodía / el cuchillo afilándose en la piedra? / ¿Qué jinete ha venido / con hachones y teas? / Cada cual / lava sus manos refrescándolas. / ¿Y quién ha destripado / a la mujer al niño y al hogar? / No hay culpable, esfumado. / ¿Quién ha huido / con repicar de cascos sobre los adoquines? / Abolidos sus ojos; ciegos. / Ya no hay testigos, para nada (quinto fragmento de "En escena").
"Soy en el fondo una cuestión de luz" (cuarto fragmento de "Sobre un rayo de sol en invierno"), escribe Seferis, y resume las obsesiones cardinales de sus Tres poemas. En ellos la luz igual que irrupción de la memoria, freno del sueño, marca del tiempo: y era dulce la ola sin embargo/ en la que yo de niño me caía y nadaba / e incluso de muchacho / mientras buscaba formas en las guijas / averiguando ritmos (cuarto fragmento de "En escena"). Tres coordenadas también secretas, entonces, que recogen el empeño de la gran poesía: innovar en el cómo, ahondar en el qué. Buscas esquinas en las que lo negro, entona Seferis, se ha desgastado y no resiste / a tientas vas buscando la lanza destinada / a perforar tu corazón / para abrirlo a la luz (cuarto fragmento de "Sobre un rayo de sol en invierno").
También la escritura en Seferis, la correspondencia entre el poeta como artífice de una creación que es poema, y es sí mismo: El papel blanco firme espejo / devuelve sólo lo que fuiste. // El papel blanco te habla con tu voz, / tu propia voz / no aquella que te gusta; / tu música es la vida / esa que has malgastado (octavo fragmento de "Solsticio de verano"). Una coctelera: Eliot, Montale en cierto modo, la tradición helénica (sin apellidos: símbolo de lo sabido y escrito, conciencia de lo que —en todos los sentidos— se representa), la sintaxis quebrada, rota, rebelde ante el idioma propio, y cuya puntuación Isabel García Gálvez ha respetado. Así Seferis: cuerda tensada entre exterior e interior, biografía y bibliografía, teoría y acción, y no obstante al dormir / el sueño degenera fácilmente / en pesadilla. / Como el pez que brilló bajo las olas / y se quedó enterrado en el fango del fondo, / como el camaleón al mudar su color. / En la ciudad que se volvió burdel / mujeres públicas y chulos / pregonan pútridos encantos; / la muchacha traída por las olas / viste una piel de vaca / porque pueda cubrirla así el novillo; / el poeta/ —los golfillos le lanzan inmundicias / mientras ve rezumar sangre de las estatuas. / Debes salir del sueño; / esa piel azotada (tercer fragmento de "Solsticio de verano").