Wislawa Szymborska, Aqu�, Bartleby, Trad. Gerardo Beltr�n y Abel A. Murcia, Madrid, 72 pp., 2009
La famosa definición de Bashō: "Haiku es lo que está sucediendo aquí y ahora" y los tres títulos que Wisława Szymborska ha publicado tras la concesión del premio Nobel se parecen como dos gotas de agua. Léanlos seguidos y despacio: los poemarios de la polaca son: Instante, Dos puntos, Aquí. Aunque sea casualidad, no es casualidad, sino confluencia. El "aquí" de Szymborska, como el de Bashō, es la realidad inmediata, la de los pequeños detalles, la de la observación y el asombro. Es el "divertido mundo sublunar" que W. H. Auden celebra en "No, Platón, no" de Gracias niebla (1974), y el mismo "aquí" del poeta venezolano Eugenio Montejo, explicado magistralmente en el poema que da título a su libro Terredad (1978): Best Replica Watches […] Estar aquí por años en la tierra, con las nubes que lleguen, con los pájaros, suspensos de horas frágiles. A bordo, casi a la deriva, más cerca de Saturno, más lejanos, mientras el sol da vuelta y nos arrastra y la sangre recorre su profundo universo más sagrado que todos los astros.
Las similitudes con el primer poema de Aquí saltan a la vista. Wisława Szymborska arranca con esta declaración de principios:
La vida en la tierra sale bastante barata. Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo. Por las ilusiones, sólo cuando se pierden. Por poseer un cuerpo, se paga con el cuerpo.
Y por si eso fuera poco, giras sin billete en un carrusel de planetas y junto a éste, de gorra, en un torbellino de galaxias, […]
Esta visión cósmico-lúdica es la de G. K. Chesterton, que en el poema "La novedad" de su primer libro, El fiero caballero (1901), estallaba así:
[…] Y los planetas y los soles del silencio sideral, para mí son los brillos de un instante: el fuego artificial que va lanzando Dios en esta loca noche de carnaval.
Encontrarnos a Chesterton por aquí resulta muy sugerente. El gran (tanto en sentido literal como figurado) inglés postuló siempre un optimismo de mínimos, donde el simple hecho de existir en este mundo inimaginable sería ya motivo de sobra para el agradecimiento. Chesterton apenas pudo poner en práctica esa visión suya, pues fue empezar a dar gracias y encontrar a Quien dárselas, de modo que su optimismo de mínimos se convirtió enseguida en una plenitud inmensa y desbordante. Wisława Szymborska, en cambio, se ha venido manteniendo dentro de los límites de una mirada desnuda y estremecida sobre la mera existencia.
Eso explica las peculiaridades de su obra. La ironía bienhumorada es la manera en que su voz puede adaptarse a las asperezas de la realidad sin perder el brillo de los ojos. Resulta de capital importancia para nosotros —que irremisiblemente perdemos en las traducciones otros aspectos de esta poesía— la estructura de los poemas. Su estrategia más común es el método de Jericó, tal y como lo definió Ortega y Gasset. Se trata de ir dando vueltas divagatorias a un tema hasta que sus murallas se desmoronan solas y se puede entrar a entenderlo a fondo. El uso de una técnica de la razón vital no debe extrañarnos en una poesía tan existencial y que no desdeña (véanse "Divorcio", "Ejemplo" o "Terroristas") la reflexión cívica. Dos poemas de este libro son un prodigio constructivo: el metapoético "Idea" (p. 19) y el extraordinario "Adolescente" (p. 23). En éste, se da otra vuelta de tuerca (o de bufanda) al tópico del encuentro con uno mismo por encima del tiempo, tan borgiano. La octogenaria premio Nobel recibe en su casa a la poeta adolescente que fue. El poema discurre por los raíles de la imaginación y la ironía, pero al final te pone un nudo en la garganta con un giro tan realista como inesperado, que remite y supera a aquella flor del futuro que se trajo al presente el protagonista de La máquina del tiempo de Wells:
Al despedirnos nada, una especie de sonrisa y ninguna emoción.
Sólo cuando desaparece y olvida con las prisas la bufanda.
Una bufanda de pura lana virgen, a rayas de colores, hecha a ganchillo por nuestra madre para ella.
Todavía la conservo.
Esa bufanda normal y corriente, que viene del pasado, es la bandera que simboliza la resistencia de Szymborska a alejarse del abrigo del aquí y el ahora. En la entrevista concedida a "Babelia" (El País, 5 de diciembre de 2009), la poeta explicaba su rechazo a la muerte como tema poético por su facilidad; pero sobre todo —sugeriría yo— por lo que implica de más allá y de después. Por eso resulta crucial el poema "Microcosmos" (p. 33). Nos cuenta que siempre había querido escribir sobre esos mundos diminutos, visibles sólo bajo el microscopio y que deciden, sin embargo, sobre nuestra vida y nuestra muerte. Debido a la dificultad, lo había ido posponiendo. A continuación, la poeta suspira: "Pero el tiempo apremia. Escribo".
Quizá este apremio esté también detrás del sorprendente poema titulado "Ella Fitzgerald en el cielo" (p. 63), que desbarata de un manotazo cualquier riesgo —que en una poeta mayor y consagrada sería natural— de conformarse con variaciones y reincidencias. Dice:
Le rezaba a Dios, le rezaba ardientemente, para que hiciera de ella una feliz chiquilla blanca. Y si ya es tarde para esos cambios, pues al menos, mi Señor, mira cuánto peso y quita de aquí como poco la mitad. Pero el misericordioso Dios dijo No. Simplemente puso la mano en su corazón, le miró la garganta, le acarició la cabeza. Y cuando todo haya pasado —añadió—, me llenarás de júbilo viniendo a mí, mi alegría negra, mi tonel cantarín.
"Ella Fitzgerald en el cielo" nos permite señalar tres detalles o cuatro. Primero, lo interesante que sería compararlo con el poema de Miguel d’Ors titulado "Escuchando a Ella Fitzgerald da en meditar en los misterios del amor de Dios" de Hacia otra luz más pura (1999) Luego, una o dos notas sobre la versión española: en polaco no riman los dos últimos versos ni el 8 con el 9 y el 11, aunque tratándose de un homenaje a una cantante, no deja de tener su gracia. Lo que sí vale por una clase de traducción es la razón por la que lo han titulado "Ella Fitzgerald en el cielo" cuando en v.o. es "Ella w niebie", sin apellido que valga. En español "Ella" se puede leer como "ella", claro, y sería un lío. Lío que se monta, sin ir más lejos, en la traducción del artículo "Ella" en Lecturas no obligatorias (Ediciones Alfabia, 2009), volumen (absolutamente recomendable, por cierto) que recoge las prosas de Wisława Szymborska. El artículo en cuestión comienza: "Durante mucho tiempo he querido dedicarle un poema a la gran (tanto en sentido literal como figurado) Ella. Por algún motivo no fructificó". Esto lo escribió en 1995. Por algún otro motivo, fructificó más tarde, y hemos de celebrarlo mucho: la delgada y sutil Szymborska, llevada en volandas por la voz honda de la Fitzgerald, entrevé los misterios de la misericordia divina.
Los dos breves poemas siguientes, con los que termina el libro, son igualmente fundamentales. "Vermeer" (p. 65), a pesar de su inusitada sobriedad, es el manifiesto de un inmenso amor al mundo y una súplica por él, esperanzada gracias a la belleza. Trae al recuerdo la poesía de José Jiménez Lozano, además de serenidad y alegría:
Mientras esa mujer del Rijksmuseum con esa calma y concentración pintadas siga vertiendo día tras día leche de la jarra al cuenco no merecerá el Mundo el fin del mundo.
El último poema se titula "Metafísica" (p. 67) y es una defensa de la permanencia del aquí y el ahora, incluso de lo más banal y prosaico, como haber comido fideos con tocino. El título no es una paradoja. Como en Bashō, en la poesía de la Szymborska la espiritualidad no desciende, asciende: se deja ver en las cosas más triviales, que no serán entonces —como ella misma señaló una vez— tan triviales…
Como se habrán dado cuenta, he ido dejando caer numerosas confluencias de y con la poesía de la polaca. Y a éstas podríamos sumar las que indicó generosamente Jesús Beades en su reseña a Dos puntos, publicada en esta misma revista, y bastantes más. Todas incidirían en lo mismo: Wisława Szymborska, sin que la entorpezcan ni su inconfundible personalidad ni la narratividad ni su ironía ni sus coloquialismos, sino todo lo contrario, toca ese fondo común que sólo alcanza, muy discreta y para siempre, la gran poesía.