Jan Twardowski, Antolog�a po�tica, Rialp, Madrid, 151 pp., 2009
Jan Twardowski (Varsovia, 1915-2006) es un poeta muy popular en Polonia, donde de alguno de sus títulos ha llegado a vender más de un millón y medio de ejemplares. En un país con tan extraordinario elenco de poetas contemporáneos (piensése en Milosz, Szymborska, Zagajewski, entre otros muchos), www.ok-replicas.org
el mérito de ese éxito suyo se multiplica más, si cabe, lo cual nos despierta una inmensa curiosidad.
Curiosidad que los traductores Anna Sobieska y Antonio Benítez Burraco se apresuran a satisfacer en el prólogo, donde nos dan los datos necesarios para encuadrar perfectamente la poesía de este sacerdote polaco, por lo que me ahorran el trabajo de repetirlos aquí. Insisten en que se trata de unos textos aparentemente sencillos que, secretamente, han requerido mucho esfuerzo creativo y un gran conocimiento de la tradición literaria polaca. De hecho, el lector va reconociendo a cada paso un aire de familia con esos poetas polacos que ya conoce.
A pesar de ese aire y del excelente trabajo de los traductores, el lector de poesía en otras lenguas siempre anda con la mosca detrás de la oreja. Literalmente, porque es en el oído donde se le posan las sospechas: cuanto más le interesa una poesía, y ésta lo hace mucho, más se le acrecienta la nostalgia de escucharla en versión original. Esa nostalgia, que a falta del don de lenguas se nos antoja tantas veces inevitable, puede salvarse en el caso de Jan Twardowski.
Él es sacerdote. No es un dato circunstancial: "Me considero un sacerdote que habla de Dios en sus poemas", se ha definido. Si fundamentales son los nexos y confluencias con la tradición y la actualidad de la poesía polaca, no menos (sino más) lo son los que tiene con la tradición y la actualidad de la poesía católica.
Su filiación franciscana es evidente, y por eso es una feliz coincidencia que la Antología poética se abra con estos dos versos: "¡San Francisco, / soy incapaz de imitarte!", aunque luego verso (las abejas que alguien doró con esmero) a verso (¡Sonrisa del Cordero de Dios, ten piedad de nosotros!), él mismo se desmienta. Pero también es significativo que Jan Twardowski cite a san Juan de la Cruz para explicar por qué el creyente, quedándose sin palabras, ha de recurrir a la poesía. Con san Juan entramos en una serie de poetas en español que nos ayudarán mucho a entender la música (acallada por la maldición de Babel) de la poesía de Twardowski.
Resulta fácil y, sobre todo, útil recordar a los poetas sacerdotes de nuestra lengua y de su tiempo. El primero que viene a la memoria es el mexicano Joaquín Antonio Peñalosa, también sacerdote y poeta popular de dulces acentos franciscanos. Un poemario de Twardowski de 1983, titulado Tú, que creas los arándanos, no puede dejar de remitirnos a la "Receta para hacer una naranja" del poeta mexicano. En 1985 el polaco insiste en la horticultura, titulando otro poemario Directamente de la mata (1985). Con la música de fondo de Peñalosa, qué bien nos suena, entre muchos otros, "El aguacero":
¡Oh, aguacero, que en los Evangelios caías indistintamente sobre buenos y malos, que repiqueteabas sobre la casa edificada sobre roca! De ti no se ocupan los exégetas, porque un aguacero es sólo eso: un aguacero. […] Y sin embargo, tú lavabas los pies de Jesús caminante como un varón justo, con mucho mayor recogimiento, como un hombre,
no como la Magdalena.
Otro poeta sacerdote fue Ernesto Cardenal y algunos poemas de Jan Twardowski son muy cercanos, por su prosaísmo lírico y su acidez tierna, a los Epigramas del nicaragüense. Éste, titulado "¡Oh, Dios!", de su libro Remordimientos de conciencia y otros nuevos poemas (1990):
¡Oh, Dios, a Quien hoy no veo, pero a quien veré algún día! Me acerco a Ti como un parado, me pongo en cola y Te pido amor como si Te pidiera un pesado trabajo.
No podemos olvidar al chileno José Miguel Ibáñez Langlois, que coincide con el polaco en una intensa valoración del ministerio sacerdotal y en una cosmovisión cristocéntrica. El poeta chileno llegó a pedir que se le maldijese si, por escribir, olvidaba su sacerdocio, y Twardowski tituló un poemario suyo Ante el sacerdocio me arrodillo (1996), y con temor y temblor escribió: Siento miedo ante mi propio sacerdocio.
El interés de estas relaciones va más allá de la cuestión del oído. Las confluencias permiten entender el fondo de la poesía del polaco. Tendría que escribirse un ensayo sobre la renovación de la poesía religiosa durante el siglo XX, en la que los sacerdotes poetas han tenido mucho que decir, lógicamente. El propio Jan Twardowski ha avisado: "Mi impresión es que la lírica religiosa debe asemejarse a la poesía de carácter erótico […] La lírica religiosa, al igual que sucede con la amorosa, debe estar llena de admiración, de anhelo, de inquietud, de tristeza, de desesperación; tiene que ser capaz de tocar toda la escala de las emociones más genuinas. Algo parecido puede encontrarse en la poesía del rey David". Significativamente, también Ibáñez Langlois ha mostrado un vivísimo interés en la figura del salmista, al que dedicó un poemario entero, El rey David (1998).
Entre las características de esta nueva poesía religiosa se cuentan el uso del humor ("la teología de la sonrisa de Dios", se ha dicho hablando de Twardowski), la apuesta por el coloquialismo ("Ser un lirismo cada vez más avergonzado de sí mismo" se propone explícitamente) cosplay kostüme y por la claridad (en buena parte por amor al prójimo lector, y por interés apostólico), el diálogo constante con el mundo secularizado en pie de igualdad, con una manita de ironía. Y, sobre todo, la exigencia inexorable de calidad literaria y de modernidad. Como a los españoles nos ha enseñado por activa y por pasiva Miguel d’Ors, el poema religioso no puede anquilosarse en formas del pasado sin dar la imagen de que la fe es una reliquia. Tiene que ser muy de su tiempo, porque la eternidad no es de ningún tiempo o, mejor dicho, lo es de todos.
La poesía de Jan Twardowski cumple a rajatabla todas estas características. La edición bilingüe nos vale a los que no sabemos polaco al menos para comprobar que en las versiones originales los signos de puntuación brillan por su ausencia. Y la osadía de las imágenes nos sorprende a cada paso:
por lo que Te encogías en la cruz como la garza encoge su cuello […] por lo que con los ojos empañados de lágrimas, Te alzo cada día en la misa, como a un cordero del que se tirase de las orejas. [p. 79]
Esta poesía está trufada de auténticas greguerías, con su divertido aire de despeinada modernidad y valentía: El silencio en la iglesia era tal que se convertía en penumbra (p. 61); Dios no rebaja el pecado, pero lo perdona (p. 101) o La soledad es el pariente más cercano del amor (p. 107).
Otra técnica indudablemente moderna del sacerdote polaco son las enumeraciones. Zbigniew Jankowski ha caracterizado este recurso estilístico en Jan Twardowski como "letanía aforística". Un cambio semántico muy ilustrativo, porque a la normalmente conocida como "enumeración caótica" se la bautiza, fíjense, como "letanía". Para esa conversión ha pasado por Chesterton, que en cualquier lista de objetos veía el milagro de lo que se había salvado de un naufragio.
Podría seguir yo con una letanía crítica de aciertos de Twardowski. Resumiré diciendo que esta Antología poética se nos queda muy corta. Y no sólo porque echamos en falta más poemas, sino por el resto de la obra de Jan Twardowski. En el prólogo se nos informa de una obra completa de diez volúmenes, en la que también hay aforismos, sermones y unas memorias tituladas Anonadado por la gracia. Ese anonadamiento gracioso —por lo que le hemos leído— le resume.