El título de este poemario es un oxímoron, pues resulta extraño que a los aspirantes a infractores se les proponga un manual. La cosa chirría más si se recuerda que el autor es Caballero Bonald, poeta prácticamente oficial, como demuestran su flamante Premio Nacional de las Letras o su pública Fundación.
Da risa, por tanto, leer lo que declaraba a “El País” del 22 de octubre de 2005: “El libro se iba a llamar La desobediencia, un título que recoge bien su tono libertario. Yo aspiro a que este Manual sea incluido en la lista de libros prohibidos por parte de las personas de orden,breitling replica watches
de los biempensantes, porque lo escribí contra la norma, contra los gregarios y los obedientes.” Epatar al burgués es el divertimento —por supuesto, rentable— de los burgueses de hoy.
Estas circunstancias añaden al poemario un valor extra como documento social. El pensamiento progresista ha oficializado la retórica revolucionaria, imponiendo el deber de la infracción. En este libro se pueden ver textos ácidos y, por eso, políticamente correctos, como “Secta” (Líbrate, compañero,/ de esas iglesias y esos mentecatos), “Bienaventurados los insumisos” o “Deprecación” (Sálvame del irreprochable y sus acólitos).
Nada de esto es, contra lo que podría pensarse, independiente de la emoción que transmite (o no) una obra. El personaje poético tiene que ser atractivo y sus posturas, aunque no sean personalmente las nuestras, han de ser asumibles. Lo explica Carlos Bousoño en su impagable Teoría de la expresión poética. En el Manual se hace un poco cargante la autosatisfacción del poeta, especialmente contento con sus errores: soy aquel que se jacta de haberse equivocado. Qué diferencia con los dolientes versos de Luis Rosales: sabiendo que jamás me he equivocado en nada, /sino en las cosas que yo más quería. Los poetas autobiográficos, si no marcan cierta distancia consigo mismos, corren el riesgo de caer en el autobombo.
En la contraportada del volumen se nos ofrece otra clave de lectura: “el despojamiento ornamental y la síntesis analítica”. Ciertamente, si se compara Manual de infractores con textos anteriores de José Manuel Caballero Bonald, hay un avance hacia la sencillez. Pero ocurre que ningún lector compara el lenguaje de un poema con el código de anteriores títulos, sino con el normalizado o, como diría Antonio Machado, con lo que se habla en la calle. Este libro continúa siendo —aunque menos— muy retórico y ornamentado. Se le agradece, en todo caso, el esfuerzo y, desde un punto de vista teórico, el reconocimiento implícito, desiderativo, de que en la naturalidad se encuentra la verdadera poesía.
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Como soy un hombre de orden y obediencia, supongo que a Caballero le gustaría que incluyese Manual de infractores en un índice de libros prohibidos, pero no es para tanto. Aunque, el poemario es (y se hace) largo, de vez en cuando, entre una inmensa mayoría de poemas correctos, escritos con oficio, brillan algunos elegíacos o metapoéticos (“Desacuerdos póstumos”, el final de “Desventuras de la virtud”, “Azotea” o “Noche de alabastro” entre otros) que merecen la pena. Así acaba, por ejemplo, el poema “Madinat al-Zahra”: Quien ahora pasea entre escombros y atisbos / inusitados de belleza, musita de repente / una plegaria justiciera: dejad / que las ruinas perpetúen su rango de ruinas, / que las piedras repelan a otras piedras innobles, / dejad piadosamente / que los muertos entierren a sus muertos.
Enrique García Máiquez
egmaiquez.blogspot.com