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M�s all� de la alargada sombra de Rub�n

Daniel Rodr�guez Moya (Ed.), Antolog�a. La poes�a del siglo XX en Nicaragua, Visor, Madrid, 536 pp., 2010

Cuando Rubén Darío publica en 1904 sus Cantos de vida y esperanza, su país natal tiene medio millón de habitantes, la población actual de una provincia española de tamaño medio, digamos Navarra. Desde esa porción más que modesta del mundo, el vate nicaragüense revolucionó la poesía hispánica y la introdujo en la modernidad. Ciertamente, para llevar a cabo su proyecto, tuvo que salir y vivir en el exterior. De hecho, su fama internacional fue tan grande que su patria, de pronto, se dio cuenta de que, si por algo se la conocía más allá de sus fronteras, era gracias a su Poeta. Así pues, podríamos decir que, gracias a Darío, el país encuentra un rasgo de su propia identidad —la poesía— y lo estimula con un tesón inusitado. Lo cierto es que, tras la muerte del vate nacional, el panorama literario, hasta entonces escondido ramplonamente en la retórica del siglo XIX, cambió en Nicaragua. A partir de Darío creció una tradición poética única, arraigada en su obra gigantesca y abonada por su ejemplo.

La presente antología se encarga, pues,Replica Watches de presentar al publico general la trayectoria de la lírica nicaragüense moderna desde su fundador hasta nuestros días. Con criterio equilibrado y sensato la selección se abre con Darío y algunos de sus poemas más conocidos, y abarca todos los nombres del canon nacional: los "tres grandes"  del posmodernismo (no tan grandes, por cierto, si exceptuamos a Salomón de la Selva); la interesante vanguardia de José Coronel Urtecho, Joaquín Pasos, Pablo Antonio Cuadra o Manolo Cuadra; la Postvanguardia de extraordinaria calidad (Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez y Carlos Ernesto Martínez Rivas); la precursora de una amplia poesía femenina, Claribel Alegría; las producciones prerrevolucionarias de los sesenta y revolucionarias de los setenta; la poesía femenina, acaudillada por Gioconda Belli y, por fin, acaso las opciones más personales del editor, la poesía "nicaribe" que incorpora oralidad y música de la costa, y la poesía joven de Jazmina Caballero o Carlos Fonseca. Salvo estas elecciones, lo cierto es que la antología persigue presentar un panorama de los valores consagrados, y lo consigue. Con honradez, en la introducción se dan detalles de otras antologías anteriores y se dibujan las líneas principales de la historia poética en Nicaragua. Así, se dedica atención a los talleres literarios emprendidos durante el sandinismo que, con loable intención, trataron de acercar la poesía a las capas populares de la población recién alfabetizada. No se descubrió, al parecer, ningún poeta de valor extraordinario con estas iniciativas, pero, como el prólogo señala con ponderación, al menos se consiguió crear una conciencia del valor de la poesía y de la necesidad del trabajo con la palabra.

Mención aparte merece la intersección entre política y literatura, relación sustancial para conocer la poesía nicaragüense. Ciertamente el sandinismo moldeó las conciencias de la mayoría de los poetas a partir de los años treinta. En ocasiones, incluso, esa influencia derivó en simplificaciones de la poesía combatiente tan en boga en toda América Central durante los años setenta. El prólogo no deja de subrayar la importancia de esta simbiosis, si bien es cierto que, acaso por la complejidad del asunto, no comenta demasiado, o nada, acerca de las simpatías derechistas, que también existieron, entre algunos grandes nombres de la poesía nicaragüense (Pablo Antonio Cuadra, por ejemplo). También se pasa de puntillas por la huella cristiana, rasgo presente en casi todos los poetas canónicos, desde Coronel Urtecho a Cardenal. Llama más la atención esta ausencia si se piensa en la vinculación fortísima que existe entre la fe de los poetas y su compromiso politico. La presencia del fenómeno religioso se produce incluso por la vía de la negación. Así, cuando se da un abrazo de la ideología marxista revolucionaria sin otro aditamento, algunos poetas sienten la necesidad de expresar su rechazo explícito de sus creencias anteriores (tal el caso de un Fernando Gordillo), con lo que no hacen sino afirmar el peso que éste tiene en su entorno cultural.

De todas formas, aquello no es lo importante, sino más bien, esta otra idea: la poesía nicaragüense, a pesar del excelente nivel de su conjunto, ha sido poco conocida después de Rubén Darío. Sólo Ernesto Cardenal y Gioconda Belli han superado con claridad las fronteras, a veces por razones que no son estrictamente poéticas. Sin embargo, este libro es una buena oportunidad de conocer de cerca a otros valores de gran nivel, como Salomón de la Selva, Pablo Antonio Cuadra, Manolo Cuadra, Ernesto Mejía Sánchez, Carlos Martínez Rivas o Joaquín Pasos.

Javier de Navascués









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