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Canto, cuento y cu�nto encanto

Roc�o Arana, Mirar el fuego, Pre-Textos, Valencia, 52 pp., 2010

Desde su primer libro, Magia (2002), hay muchos méritos en la poesía de Rocío Arana (Sevilla, 1977). Abel Feu, en la antología Sombra hecha de luz (México, 2006) la describe así: Surgida del entorno poético del grupo sevillano Númenor, su voz sorprende por su frescura y su aparente ingenuidad. Optimismo, musicalidad, cercanía, magia, inocencia, desenfado, familia, trascendencia, emoción, son palabras que tienen mucho que ver con su poesía. También su propensión al mito, swiss replica watches especialmente al convertir las ciudades en las que vive en lugares míticos (Sevilla es Luminia, Pamplona es Pampaluna), aunque son lugares míticos habitables, de diario, donde hay autobuses y cafés y amigos… Su empeño como poeta es no vivir en un continuo "qué feliz fui", sino en un trabajoso "qué feliz estoy siendo"". Como dice en su "Declaración de intenciones": “Escribo porque soy / feliz". Este último encabalgamiento lleva toda la intención, como se verá más adelante.

Ninguno de esos méritos falta en sus dos nuevos libros, publicados casi simultáneamente y complementarios: los poemas en prosa de Las siete barbies solteras (Númenor, Sevilla, 2010) y los poemas en verso que reseñamos. Rocío Arana ha evolucionado sin renunciar a nada. Además contesta, como quien no quiere la cosa, a la crítica que se le podía hacer antes: la de una visión felicísima y, por tanto, alejada del mundo real. En el perspicaz prólogo de Las siete barbies solteras, Julio Martínez Mesanza destaca que la poeta deja "pistas involuntarias y no involuntarias" sobre su relación con la poesía. También las deja en su libro en verso. En la página 29 parece que responde con ironía a la posible crítica que decimos:

Yo me gano la vida fabricando
mundos como burbujas de champán,
dorados y radiantes;
sin prisas, sin atascos o negocios,
sin informes, sin hijos que suspenden.
Y la gente me paga por un sorbo
de mi poción, de mi bebida mágica.


Pero al fondo, en algunos poemas, asoma un alma dolorida. Jesús Beades vio que el tema esencial de la poesía de Rocío Arana es la compañía o su ausencia. El hueco adquiere ahora un mayor protagonismo. Dice: no queremos / recuerdos disecados en poemas / sino besos y lluvias y trineos / y sábanas que huelan a jabón / no estas páginas frías (p. 15) o Y nunca imaginé tus labios hondos / cruzando por mis labios (p. 22) o Y mira si estaré desesperada / que ayer me dio por escribirle versos / a un gato que tenía en Pampaluna (p. 30). O escribe "Nieve negra", en la línea de ciertos poemas de Amalia Bautista que recrean el ambiente inquietante que late por debajo de los cuentos.
Gracias a eso, la alegría, luego, brilla más y mejor. Ya se nos había avisado que la clave estaba en el "trabajoso "qué feliz estoy siendo"" [las negritas son mías]. En el primer texto de Las siete barbies solteras, que es esencial en todos los sentidos, Rocío Arana cuenta que su padre filósofo organizaba veladas metafísicas y que ella, a sus ocho años, contagiada, se preguntaba qué sucedería si no existiese. De aquella temprana confrontación con la nada, de la que salió victoriosa, porque ella era, nace toda su poesía celebratoria, que es casi toda. Recuerden: Escribo porque soy y sólo después, en el segundo verso, con segunda intención, añade: feliz. Y lo es a pesar de los pesares, por ser. Lo constata el poema "Glad to be unhappy", que igual podría haber encabalgado "Glad to be / unhappy", y que acaba:

Si yo no fuera yo,
cansada y con ojeras incipientes,
aquel balcón abierto con un naranjo vivo
no sería tan nuestro como ahora.


Técnicamente hay novedades importantes, que pueden pasarnos desapercibidas por la coherencia de la evolución de Arana. Encontramos una mayor audacia en las imágenes: Tardes en que mirar al fuego era / como tener un novio, / jugar a cosas serias de mayores (p. 5) o Se mecían / dulcemente los patos en mis ojos de niña de seis años (p. 43). La mano está más suelta y, cuando conviene, prescinde de los signos de puntuación o surrealiza un tanto y siempre retrata la realidad con precisión. Otro enriquecimiento es la aparición de poemas eminentemente narrativos, que disipan el riesgo de un exceso de autobiografismo. Su poesía ya era canto y encanto; ahora, como quería Machado, también es cuento. Qué impactante resulta "The end", y fíjense en la transformación, digna de Nicanor Parra, del penúltimo verso:

Cuánto te quise,
cuánto me quisiste,
cuánta dulce
tortura por el mundo,
cuántas noches
mirando las estrellas
y te adoro
Beethoven y la luna,
cuánta
cursilería con tarjeta
del corte inglés y
no me lo esperaba,
cuánta pelea tonta
por la calle
y compra de zapatos
y corbatas
y vienes a la boda de
mi hermano,
cuánto cansancio
muerto de cansancio,
cuánta vil mansedumbre,
cuánto vil
melodrama,
tebeo
y blablablá.


Que hasta de una ruptura Rocío Arana extraiga poesía y felicidad es una prueba más de que lo suyo no es un mundo ideal, sino la capacidad (contagiosa) de asombro ante la existencia tal como es. Sabe la poeta que el amor no termina, se transforma (p. 28). Y por eso estamos, efectivamente, y sin ironía, dispuestos a pagar por un sorbo de su poción, de su bebida mágica y burbujeante.


Enrique García-Máiquez









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