Jos� Daniel Garc�a, Estibador de sombras, Cangrejo Pistolero Ediciones, Sevilla, 49 pp., 2010
El poeta y Ella han quedado en un café. El Poeta es tangible, porque los cafés no se pueden beber solos. Ella parece la propia alucinación del otro, pero habla, por lo que tiene boca, y eso ya es. En mitad de los versos, Ella y El Poeta, que es poco más que su propia voz poética, se miran desde los dos lados de una mesa en la que humean dos tazas de café. Ella habla y escucharla es como tomarse el café muy caliente: el paladar queda dañado, toda la piel sensible y rosada se contrae y parece chillar en silencio. Después, cada uno a su casa. Y entonces, el paladar comienza a tener esa forma cavernosa de algo que se quema y busca cicatrizar. Así los poemas de José Daniel García en Estibador de sombras: nacidos de un daño interno avanzan a otra parte, donde esté el futuro.
Las tres partes que dividen este poemario cerrado (no decir poemario breve, no decir poemario pequeño: como si se pudiera medir la longitud de una reflexión) dan ya una clave de hacia dónde va el autor. O quizás fuera más correcto decir desde dónde. "Sub umbra, dormio", "Sub umbra, dego", "Sub umbra, floreo" indican ya que ésta es la panorámica temporal de un viaje, aunque el desplazamiento sólo influya en cómo se proyecta la luz, y sus sombras, por la ventanilla.
La voz que "duerme" tiene un oficio ("separar / la luz del humo") que afronta como quien asume su jornada laboral, que le lleva por túneles ("donde los cuerpos caen / empaquetados / en suaves vainas de algodón / y nylon") y le convierte la lengua en una corbata que le impide gritar mientras se ahoga. Qué hacer entonces con lo que se sabe, con aquello que resulta tan claro y demoledor. El dolor del mundo en los huesos flacos de las falanges que quieren contarlo confeccionando de nuevo la palabra. Recurrir en última instancia al "placebo": "He rallado la piel / de unas bombillas; si la ingiero, / disuelta en algún líquido, / provocará en mis órganos / una constelación / de enanas rojas".
La voz de la segunda parte está herida y lo sabe. Su trabajo daña, contar y contarse erosiona piel, enferma órganos. Letraherido, el modo en el que el propio José Daniel García se define, cobra entonces presencia, nos revela más sobre el estibador que se pelea con los claroscuros. El letraherido es, además, un pájaro. Un pájaro que tiene problemas con su jaula, con sus plumas y con el hecho de ser pájaro cuando eso implica asumir lo que los demás esperan de uno ("De ti sólo se espera el dulce treno,/ no el graznido metálico / del cuervo estrangulado en la alambrera" ). Si la creación, la literatura, se puede comparar con un vuelo, el poeta se siente estático: "Sortilegio de plumas / sobre papel marchito es tu poesía, / una labor inútil". Piensa en Ícaro y desmitifica las alas. Se reprocha el vivir sedentario ("Alimentas los tallos de una jaula").
Como quien lleva piedras en los bolsillos, el poeta sabe que no se va a alzar. Envidia la fe en las causas perdidas. Pero anuncia ya una posibilidad, un "paraíso" en el que "la luz se descompone".
La voz que "florece", la que cierra el libro, es aquella que entiende y acepta su inconformismo. Poco importará lo inútil que pueda parecer, el dolor que todo esto geste. Es una voz que canta a Anabel Lee en el poema en tres partes 2(manifiesto apócrifo de la joven poesía española 1979-2009)". Anabel Lee no es sólo la hermosa muerta de Poe (de Santiago Auserón, de Enrique Bunbury). José Daniel García va más allá del tópico que obsesionaba al poeta norteamericano y vuelca su musa ("lámpara de cometa") en los huesos antiguos de la doncella Lee: "he de recomponer / tu rótula roída, / tus ojos como leves arañazos / en una fruta exótica y os- / cura; / tu cuerpo abanderado".
Cierra el poemario con unos de los aforismos que dispersa por el mismo, swiss replica watches
y lo hace con la variante de una cruel máxima: "La letra con sangre sale". Revela que ha descrito con un fino cincel un dolor y una crisis, como señala Luis Antonio de Villena en su "prólogo con lija". Ha mostrado una pátina áspera, un pedazo de una lucha por dentro que sabe que existe por fuera. No habla sólo de su herida por la palabra, si no de la herida que le hace el mundo. Que el mundo mismo se hace.
A la finura, la precisión de cirujano de los poemas de José Daniel García, hay que sumar en este "Cuaderno Caníbal" de la editorial Cangrejo Pistolero, las ilustraciones del artista Antonio R. Montesinos. Si en muchas ocasiones el ilustrar los versos despista o, peor, cae en la redundancia (normalmente por falta de comunicación real, de empatía, entre dibujante y poeta), Montesinos permite otra lectura, asume el conflicto que hay en los poemas de Estibador de sombras y plasma las preguntas, como el goteo del "velo de una luz contaminada". Imágenes que sobrecogen y complementan, con la imaginería de un delineante secuestrado por lo orgánico. Un diálogo interdisciplinar que estimula al lector, y que se agradece.
Igual que no se sabe la identidad real (¿el personaje que cobra vida no cobra vida real?) de la Anabel Lee de Poe, existe la duda de si la de García será la misma Ella del poema "(raro)2, la que toma café con él, la que lo ve "como un suspiro en un cuadro de Munch", la que le recomienda hacerse "una biopsia / de glándula pineal". Quizás la musa sea, en días oscuros como lo son éstos, una llamada de atención: que han cortado la luz, que por aquí la vida sangra, que alguien ha de dar nombre a todo esto. Aunque nombrar sea "poseer y destruir".