Ramón Gaya, Obra completa, Pre-Textos, Valencia, 986 pp., 2010
Todos los poemas de Ramón Gaya (Murcia, 1910-Valencia, 2005) ocupan apenas 47 páginas de su Obra completa, preciosamente editada por la editorial Pre-Textos, pero esas 47 páginas, y especialmente sus transparentes sonetos, le hacen un poeta imprescindible. No falta nada. En sus poemas muestra una visión altísima de la vida y del arte, la misma que en sus cuadros y ensayos desarrollará algo más por extenso. Su poesía es el compendio de su lugar en el mundo. (Escribí esto porque lo veía, pero con cierto temor a exagerar, a llevarme el ascua de su obra inmensa a la sardina de mi amor por la poesía. Imaginen, pues, la sorpresa con la que después he leído la misma idea y hasta con palabras coincidentes en el prólogo extraordinario de Tomás Segovia, expuesta, naturalmente, con más osadía y seguridad: "Pero claro que no es esa perfección formal lo más importante, sino la visión que esos sonetos nos transmiten […] Esos sonetos son como su pensamiento central quintaesenciado", p.13). Interesa, por tanto, leer la poesía de Ramón Gaya con atención, no sólo por el goce estético que depara, sino porque nos permite entender mejor a una figura clave del arte y su obra completa.
Tan pronto como en la guerra civil, escribe Ramón Gaya un romance a la primavera que termina con una observación suya fundamental: Tanta guerra en nosotros / mientras tú reverdeces. / Yo no sé si consuelas, / hermosura, o nos dueles (p. 614). La cercanía al dolor será uno de los temas de su poesía, como en el soneto "Al sufrimiento", que acaba con un endecasílabo inolvidable: Me lo has quitado todo, tierra, cielo , / déjame sin embargo que te abrace, / que todo cuanto he sido está en mi pena (p. 617).
Otro tema suyo es Dios. En uno de sus sonetos iniciales le dice, con un logradísimo encabalgamiento: No te entiendo / todavía (p. 617). Es casi una jaculatoria, a medias respondona, a lo Job, pero esperanzada enseguida. Más adelante, en un romance, ya le entiende mejor y hasta nos lo explica: Él se esconde, nos huye/ porque teme creernos/ vanamente, deprisa;/ y nos quiere más tercos (p. 625).
Muy asociada a esa búsqueda de Dios está su espera del alma. Muchos de sus poemas relatan la inminencia de su llegada, casi siempre al borde del verso final. La espera tanto, y con tanta fe, que se diría que ese momento es el del misterio del arte verdadero y de la vida:
Parece que estuviera —bien pintada— la simple realidad indiferente; pero el Alma está dentro, agazapada. (p. 631)
o
Parece abandonado a la belleza, esperando, pasivo, que a este trazo se asome todo el ser, y acuda el alma. (p. 635)
o
Acude entero el ser, y, más severa, también acude el alma, si el trazado, ni justo ni preciso, ha tropezado, de pronto con la carne verdadera. (p. 635)
o
Pintura no es hacer, es sacrificio, es quitar, desnudar; y trozo a trozo, el alma irá acudiendo sin trabajo. (p. 637)
No quisiera dar a entender con estas citas seguidas y exentas cierto espiritualismo o platonismo en Ramón Gaya. Nada más lejos de un poeta y de un pintor entusiasmado con la carnalidad y con la realidad, a las que ve más que nada como concavidades a la espera del alma, pero concavidades necesarias, gozosas y sagradas. En realidad, Gaya postula una poética de la encarnación, y la practica. En el encuentro entre el alma y la materia se produce el milagro. En los sonetos "Para el crepúsculo de Michelangelo" la fusión se observa desde el otro lado. El alma de la obra es la que casi llega a este mármol de acá, más dolorido // que es la carne del hombre (p. 638).
No hay diferencias entre la búsqueda metafísica y la metapictórica. Mientras que A la pintura de Rafael Alberti, suele quedarse en la superficie (con mucha brillantez), Gaya va al fondo (Su pincel, tembloroso, / no es pincel que dibuja, / no tropieza en la tela: / lo que quiere es hondura, del poema "Tiziano") o más allá (pero el Alma está dentro, agazapada, es el endecasílabo final, ya citado, del poema a Velázquez). Como Bashô, que mantenía que no existen diferencias entre escribir un haiku, servir un té, montar un ramo de flores o pintar, que todo es lo mismo, Gaya no ve diferencias entre la pintura verdadera y la vida.
Con todo, muchas de sus observaciones son específicamente valiosas para entender la creación artística, que es a la vez un acto humilde (la creación de esa concavidad) y religioso, por lo que implica de sacrificio personal. Pero no bastará con eso: luego debe haber una pasividad, una renuncia, un abandono, que es la espera paciente del alma. Lo explica en el tembloroso soneto "Mano vacante":
La mano del pintor —su mano viva— no puede ser ligera o minuciosa, apresar, perseguir, ni puede ociosa, dibujar sin razón, ni ser activa,
ni sabia, ni brutal, ni pensativa, ni artesana, ni loca, ni ambiciosa, ni puede ser sutil ni artificiosa; la mano del pintor —la decisiva—
ha de ser una mano que se abstiene —no muda, ni neutral, ni acobardada—, una mano, vacante, de testigo,
intensa, temblorosa, que se aviene a quedar extendida, entrecerrada: una mano desnuda, de mendigo.
La reedición de su poesía dentro de la Obra completa ha permitido recuperar un buen número de inéditos, donde al lector le esperan algunas gratificantes sorpresas, como los "Dos divertimenti", sonetos epigramáticos contra el arte vanguardista: Hoy los cuadros se han vuelto problemones […] todo es… moler, moler, pero sin vida, etc. Y entre otros, la maravillosa "Nana para un Lázaro": Esta nana niña / no es para dormir. / ¡Despierta, despierta! / —mi nana es así—. […] (p. 655).
Pero la reedición resulta especialmente interesante porque, al incluir la poesía en su obra completa, destaca la unidad de todos los escritos de Ramón Gaya. Sus poemas, con tanta carga de reflexión, aparecen rodeados de la prosa ensayística, tan hecha de sentimiento. Para mayor imbricación uno de los mejores ensayos es el fundamental estrambote en prosa al soneto "Velázquez". La prosa ensayística se cuela hasta el centro mismo de su poesía, como su poesía (su expresión) sostiene desde dentro, junto con su visión artística y un espíritu socrático, incluso con su daemon, diríamos, la escritura suya en prosa. Para lograr mayor fusión, y que fuese aún más iluminadora, el libro tendría que venir con láminas de sus cuadros, en cuyo caso tendría que haberse llamado Unidad, con un guiño juanramoniano. En esta Obra completa, sin embargo, casi no los echamos en falta: los poemas ponen la estremecida belleza.