"Marianne Moore es la poeta más importante de los Estados Unidos. Es una poeta metafísica, su mirada es una lente de aumento constantemente clavada en animales, plantas, porcelana y otros objetos pequeños; amplía cada detalle hasta revelar un secreto. Su lenguaje es conciso y preciso, sus emociones familiares son un placer estético, y tanto la curiosidad como la veracidad quedan satisfechas con bastante humor e indignación esporádicas", escribe sobre Moore Cyril Connoly. Esta indignación inicial con el orden del mundo es un buen punto de partida para entender a Moore. Nacida en el año 1887, recibió una esmerada educación,Replica Watches vivió desde joven en Nueva York, y abandonó en pocas ocasiones esta ciudad. Lo primero que conviene señalar en Moore es su actitud ante el poema y el lenguaje. Aquí se cambian las prioridades, la mirada se dirige a la periferia del mundo, a una naturaleza no idealizada —si no afrontada— en su perfección y en su crueldad.
Lo que Moore va a llevar a cabo a lo largo de toda su vida es un trabajo de campo sobre lo grande y lo pequeño, por decirlo con palabras de Adorno. No hay ninguna cosa en el mundo que sea en principio superior a otra, todo pesa igual en el devenir de la historia: el objeto y el pensamiento, la mirada y el oído. El acercamiento que Moore propone a las cosas se produce desde lo inmediato, por atención extrema de todos los sentidos a los que acaso las palabras puedan llegar a decir (Valente). Invertir las prioridades para despistar, para liberar, para abrir huecos, para generar sentido, para acceder a lo imprevisible. "La división del mundo en cosas principales y excéntricas, desde siempre ha servido para neutralizar los fenómenos clave de la más extrema injusticia social como meras excepciones, hay que secundarla hasta conseguir convencerla de su extrema falsedad. (...) Los grandes temas podrán seguir presentándose, pero apenas de manera temática en el sentido tradicional, sino de forma fragmentaria y excéntrica", escribe Adorno en este fragmento de los Minima Moralia.
Nada se le debe al mundo, nada hay que demostrarle. Moore entiende que hay muchas formas de ser mujer, y de escribir como una mujer, sin que esto sea importante. Si bien Moore decide desde el principio hacer desaparecer de su poesía su vida personal, como sabemos esto no ocurre nunca del todo. La poesía es para ella, ante todo, ejercer un derecho, ejercer la libertad de escoger y, sin embargo, no olvidar que una de las misiones del poeta es igualar, distinguir para igualar, señalar los límites para abrir los posibles, porque siempre se puede entrar más adentro en el bosque, porque siempre quedará una especie por catalogar. Esta idea de lo femenino, esta vasta maternidad americana reformula la relación del hombre con la naturaleza y con los lugares: nos hace habitantes dignos del mundo.
El trabajo del poeta es el del naturalista, ser capaz de ver en la adaptación de las especies al medio nuestra propia adaptación, todo lo que en ella perdemos fake taschen kaufen y ganamos. Somos parte de un paisaje que difícilmente podemos modelar. Así, en un mundo diverso donde tantas cosas han sido excluidas de la poesía, en que la poesía ha repetido siempre los mismos temas hasta aburrir, la necesidad de Moore por acceder a lo desconocido es lógica. En su complejo sistema de intertextualidades, la cita es antijerárquica y democrática, como escribe en el prólogo la traductora. Tolstoi y el New York Times pueden y deben convivir en el poema. Esta es una fórmula para la gran poesía: obligar a los opuestos a convivir en la historia. El malentendido es el principio de lo verdadero.
Primero lo extraño, y después todo lo demás.
La poesía es un lugar de superficies que chocan, de fracturas, de líneas de fuga, de respiración, palpitación, latencia. Todos los animales, toda la naturaleza duerme sobre nosotros hasta que despierta. Creer que podemos conocerla, cuidarla, y aprender algo de ella ya es decisivo. El inconsciente no se revela solo a través de un territorio de sueño, sino de la atención, del trabajo de alguien que se arrojó en brazos de su propia mente (ese mecanismo intratable), que no buscó medidas humanas, sino que relativizó la idea de lo humano para poder acceder a lo innombrable.
Hay fragmentos de poemas de Moore que podrían haber sido escritos por Ashbery. Quizá Ashbery podría decir de Moore que, aunque rompió con el lenguaje poético, ella todavía creía en el poema como algo sagrado, intocable. Ashbery ensucia el poema definitivamente, ni siquiera corrige porque pierde mucho tiempo en ello, ha llegado a declarar. Por otro lado está Ammons, el gran poeta de la naturaleza americana. Acaso el único acto que distingue a un poeta y a otro es salir o no salir de casa a tiempo. Presenciar el espectáculo de la mente o el del mundo, porque uno siempre acaba excluyendo al otro.
En el diálogo con la materia hay aún una mística posible; en los comportamientos del animal puede salvarse el hombre, entendiendo esa actitud humilde, de escucha, de atención a una naturaleza salvaje que vive dentro de nosotros, y que solo una mirada lúcida y valiente puede modelar. Moore se entrega a la naturaleza y al animal porque desconfía de todo lo humano, de lo ilustrado, de los discursos de poder, de todo lo que nos ha conducido a la catástrofe y a la destrucción. Busca en el bosque el ejemplo que no encontró entre las personas, la salida a tanta vergüenza acumulada por los hombres.
El recuento, las listas, los archivos, todo acaba encontrando su lugar en el poema. Así funcionan como conjuros, como encantamientos. Y esto era cuanto podía conseguir Moore, una imagen fiel de lo que el mundo ha sido, una imagen definitiva de todos los mecanismos que nos impidieron cambiar algo, que nos expulsan cada vez más lejos. La constancia en la disección, la selección, la descripción. De esto se trata, de no dejar al cerebro respirar ni un instante, de persistir en lo innombrable, de estirar las fronteras, de mover lo inamovible.
Dime, dime / dónde puede haber un refugio / para mí del egocentrismo / y su propensión a diseccionar, / tergiversar, malinterpretar, / y destruir la continuidad. Volvemos sobre la necesidad de Moore de no hablar de sí misma, sobre su necesidad de ceder la palabra, de retraerse. Escribe sobre ella Richard Howard "No hemos desarrollado todavía un léxico con el que podamos comprender la erótica de la renuncia, el alejamiento, la ambigüedad, o la negativa al gesto sexual explícito". ¿Y no es seguramente esta renuncia inicial la que posibilita la libertad del inconsciente? ¿No es esto la mística? No hemos desarrollado ese léxico porque la renuncia radical está por encima de los discursos y de los juegos. "Renunciar— lo único que da poder" (Gunnar Ekelof).
Es un placer poder leer esta Poesía Completa en castellano, traducida por Olivia de Miguel, después de su publicación parcial en Acantilado. Ya a principios de los noventa Lidia Taillefer había publicado en Hiperión una espléndida edición de la Poesía Reunida de Moore. La grandeza, la altura, la dignidad. La mujer americana vive eternamente, se ha escrito en estos días sobre Marianne Moore. Su obra sobrepasa toda idea de la poesía, es energía acumulada, posicionamiento impecable, una de las cimas del pensamiento moderno. No hay en ella los comportamientos sospechosos que adivinamos en Pound o Eliot. Moore dirige la mirada a un sitio distinto del que le importa en realidad, porque sabe cómo funciona la mente, sabe que acudirá allí donde no se le llame; confía en el lector, su único amante. Confía en la inteligencia del que desconfía, como ella, del lenguaje. Porque si madre decía que algo no estaba allí / es que allí estaba ("Sharon Olds"). Lo sagrado, finalmente, es asumir la propia responsabilidad, decidir sobre aquellos a los que no conocemos y conseguir que nos importen. He aquí la seducción absoluta: la exuberancia escandalosa de todo lo que no se dice.