Philippe Jaccottet, El paseo bajo los �rboles y Aires, Cuatro y Fundaci�n Ortega Mu�oz, trad. Rafael-Jos� D�az, Madrid y Badajoz, 140 y 145 pp., 2011 y 2010
Se puede decir que Philippe Jaccottet (sin ser un teórico de la poesía, a pesar de haber escrito El paseo bajo los árboles, obra en la que reflexiona sobre la propia labor poética) es uno de los autores en que la especificidad de su impronta está más clara en todo lo que escribe. Su perfil poético está perfectamente contorneado y ningún lector quedará indiferente después de habérsele acercado. Tanta claridad se debe al esfuerzo continuo que el autor hace por alcanzar la palabra exacta, huyendo de alambicados juegos verbales, evitando la multiplicación connotativa. La verdad de su honradez creativa es la que lo hace tan cercano al lector, al mismo tiempo que deja entrever una particular visión platónica de la realidad. Jaccottet, al reconocerse incapaz de una reflexión filosófica de "alto vuelo", así como al dudar de la metáfora, opta por dejar que sea la palabra desnuda la que descubra lo que hay de invisible en lo visible. Como dirá Starobisnki, "A través de lo que nombra, el poeta designa lo que no se deja nombrar". Ahora bien, no podemos dejar de señalar que, en su concepción del poeta como "medium", Jaccottet no hace sino excluir al hombre y a su actividad como elementos de conocimiento de "lo Absoluto". Es la fugacidad del instante de gracia lo que le lleva a intentar alargar dicho instante, plasmándolo en la expresión poética; pero no hay una aceptación de la expresión poética como momento de gracia en sí misma. Y es que el autor de El paseo bajo los árboles dirige su reflexión a explicar su actitud lírica ante la vida más que a dar razón de lo que pueda ser la poesía. De manera implícita, descubrimos unas pautas, acordes con su cosmovisión, que tienen su equivalente en el poemario Aires. Ambas obras se complementan y, como cabía esperar, los poemas ofrecen una realidad más rica que la que la reflexión teórica aventuraba.
Philippe Jaccottet, en El paseo bajo los árboles, recurre al "ensayo" en el sentido moderno de hibridismo de géneros, en una huida clara de cualquier tipo de sistematización. Como también dirá Starobinski, el poeta suizo "hace de la ignorancia el receptáculo de la verdad más preciosa, con la condición de que el no-saber permanezca perpetuamente en movimiento, abierto a todos los accidentes de la luz del mundo". No hay en esta obra, como ya hemos dicho, una poética explícita. El autor conduce al lector a través de su pensamiento para dar razón de su experiencia poética. Hay más un acto de intentar comprenderse que de hacerse comprender. En ese viaje de dudas e incertidumbres, sin embargo, el poeta necesita fijar unas pocas certezas a partir de las cuales poder seguir su andadura. Así como cuando expresa que "es verdad que el poema —y más aún el poema breve, desembarazado de todo comentario interno, como los reunidos en Aires—, sigue siendo el ideal para mí (lo resalto), pues es en él donde la luz del mundo se transparenta de modo más puro; y es bajo esta forma como mi palabra cumple mejor su cometido, el que le asigné desde el momento en que me consideré, al menos de vez en cuando, capaz de él".
Descubrimos en las páginas de El paseo la huella de Shaftesbury e, incluso, del estoicismo, por su modo de plantear la ética vinculada a la estética. Por una parte, hay una lucha interna constante por alcanzar la verdad de lo que se dice. Los poemas de Aires se caracterizan por la depuración del lenguaje a la que los somete el autor. Huye del fervor de las palabras que pueda contaminar lo que se quiere decir. Para conseguirlo, el poeta recurre al presente como tiempo verbal predominante, a la supresión de los adjetivos, al uso de sustantivos concretos y, sobre todo, elude la imagen. Para él la imagen es figura del mundo visible, nunca recurso poético. Consigue, de este modo, una ligereza y limpidez en las palabras que llena de claridad cada uno de sus poemas. Por otra parte, la contradicción que descubre en muchos de los momentos de la vida real tiene su reflejo en la propia escritura poética, en la que es utilizada como recurso, de donde nace mucha de la fuerza de sus poemas. En este punto, junto al de la brevedad, es donde confluyen el haiku y la poesía del suizo, sin necesidad de afirmar que ésta sea un remedo de aquélla. A la vez, aun cuando Jaccottet encuentre una actitud ética en el hecho poético, en su obra hay un predominio de la vida frente a la poesía, resultado lógico de la desconfianza continua que manifiesta ante la palabra. Cuanto más grande es el propósito, más pequeño resulta el intento. El poeta suizo debe al Romanticismo la avidez de aliento por nombrar lo fabuloso y lo desconocido, "lo Absoluto", que llama él, pero sin trascendentalismos. Cualquier explicación ha de nacer del mundo, y Jaccottet encuentra su fuente de inspiración en la luz, en el aire, en ese algo imperceptible que desaparece rápidamente. Servir a la luz, anulándose el poeta —éste es el principio ético que se impone—, para transmitirla de la manera más pura. "Es la triste preocupación por mi piel lo que me impide ser un verdadero poeta", afirmará en El paseo. Parece que oímos el eco de Kant, el cual afirmaba que la belleza es un estado del espíritu. Llegado a este punto, cobra una relevancia capital, como vía de conocimiento —y volvemos a sentir la huella de Shaftesbury—, la intuición, en la que el poeta suizo deposita toda la confianza por encima de cualquier ley humana, la cual siempre admite su contraria.
El que busque un canto ilusorio de la realidad, no lo encontrará en los versos de Aires. Jaccottet busca reconciliarse con el mundo y lo consigue de la manera más honrada: entiende que son, precisamente, los límites que impone la muerte los que hacen bello el mundo. El lector de esta obra notará abrírsele los oídos a los sonidos externos, pero también a los internos, y se le invitará a abrir los relojes replicas ojos y descubrir el alma de las cosas.
Con la certeza de haber dejado muchos aspectos relevantes sin reseñar, quiero acabar señalando aquello que la poesía le ha aportado a Philippe Jaccottet, y que el lector atento puede encontrar en sus versos: por una parte, le ha descubierto algunas leyes sencillas de la vida y, por otra, el hecho de nombrar las cosas visibles crea una red invisible entre su mente y el mundo que hace que el mundo deje de serle hostil y pase a serle morada, tesoro. La lectura de los versos del poeta suizo se hace hoy en día imprescindible. Hay que agradecer, en este sentido, la labor de difusión de Rafael-José Díaz, cuya traducción llena de hallazgos hace posible el acercamiento, siempre cautivador, a la obra de Jaccottet.