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Otra andadura

Dionis�a Garc�a, El enga�o de los d�as, Tusquets, Barcelona, 2006.

Voy a utilizar, de un modo simple, el término “nihilista” en el sentido de estos versos de Dionisia García: no hay reposo final. Todo se desvanece. Pues bien, hasta al poeta más nihilista se le olvida a veces que lo es. Y El engaño de los días,Best Replica Watches que está lleno de versos como ése, parece olvidarse muchas veces, como si sus versos se despistaran cada dos por tres, y cantaran libres, sin pagar el peaje del epitafio desesperado. Incluso, la aparente desesperación de algunos giros, se expresa con una serenidad clásica, un saber hacer, que ablanda el golpe. Los poetas sentimos la atracción de dos campos gravitatorios: lo que hemos leído y admirado, y que entra en nosotros y nos habita, y, por otro lado, la voz personal, insustituible, la que quiere surgir y abrirse paso; la voz que más importa atender y cultivar. Pero, durante todo el camino, hay retornos, momentos en la obra poética, en que resuenan de nuevo las viejas voces. Compárense estos versos de las Coplas de Manrique (ese gran poema pagano): ¿Qué se hizieron las damas, / sus tocados e vestidos, / sus olores? (...)/ ¿Qué se hizo aquel dançar, / aquellas ropas chapadas / que traían?, con estos otros, de El engaño de los días: ¿Dónde están los vestidos, las levitas, / las clámides de seda y chalinas de raso?. El ubi sunt es un recurso estilístico universal, como universal es el sentimiento que lo inspira. Pero es una pregunta retórica, que ya tiene la respuesta: a la muerte, a su fin definitivo. Es muy diferente de otro enfoque, que también se encuentra en Dionisia García (alternado, contradictorio con el anterior), que Silvio Rodriguez, por ejemplo, expresó de un modo tan bello en su canción “A dónde van”: ¿A dónde van las palabras que no se quedaron? ¿a dónde van las miradas que un día partieron? ¿acaso nunca vuelven a ser algo? ¿acaso se van? ¿y a dónde van?. Esta forma de decirlo es diferente: no tiene muy claro a dónde van las cosas, pero casi parece tener claro que a algún sitio van, al fin y al cabo, aunque sea un misterio. Entre estas dos aguas, la de un pesimismo “conformista”, apagado, y la de un misterio levemente luminoso, se mueve El engaño de los días.


Lo mejor de este libro son esos momentos no resabiados, como maestro pedante, sino frescos y expectantes, como un niño ante todas las cosas. En el poema “Inmanencia en el tiempo”, hay un verso, un adjetivo, que se entrega, brevemente, a la atracción de lo nuevo, de la vida: la ciudad de la luz está dormida. Lo que está dormido, aunque lleve dos mil años dormido, puede despertar, como la princesa del cuento. Porque, ante la pregunta que se hace la autora en “Cumpleaños” (¿alguien de ustedes sabe...?, / ¿me podrían decir a qué he venido?), hay como un inconformismo, que nace de una intuición interior: No sólo soy recuerdos (“Frente al invierno”).

Pero el ir y venir de un estado de ánimo a otro tiene sus vaivenes,Fake Cartier watches y sus recaídas en el primer ubi sunt, el resabiado. En el poema “Bajo la lluvia” leemos: el agua sobre el rostro resbalaba / con disfrute de alivio y sensación primera / (...)/ ¿será la voz del agua o mi hablar solo?, y parece que la experiencia de un momento inesperado, de lluvia real y disfrute, libera a la poeta de su continua conciencia de la muerte, para dejarle respirar un rato. Pero al final responde a su pregunta: tan sólo yo calándome los huesos. Se impone de nuevo la visión fatal, un tanto apagada, un tanto repetida, pero que acaba con el gozo. No obstante, este poema inaugura la sección mejor del libro, a nuestro juicio, titulada “La cierta referencia”. Aquí hay muy buenos momentos de calma, de contemplación pausada y agradecida del pasado, de los seres queridos, como en el poema díptico “Recordatorios”: Era su nombre abuela, y me bastaba (...) dejando que la luz invadiera la estancia, / que yo aprendiera a ver tanta armonía / desde tan poca cosa. Aquí está el tesoro escondido.


En esta sección, el poema “Domingo” está dedicado a Eloy Sánchez Rosillo (la solución de dedicarlos al final del libro hace un tanto equívoco el sentido de algunos), y concluye viendo cómo se aleja amparado en la luz de sus poemas. Es el tópico del arte como antídoto para el veneno de la vida, o de armadura contra las embestidas de la realidad. Lo cual no deja de ser cierto, y sin embargo el arte también es, como decía Gaya al hablar de Velázquez, el velo translúcido que deja pasar la luz. Hay una luz (o una Luz, como prefieran) que nos ampara, y que se vierte en los poemas. Los poemas, como los cuerpos, son cálices.

El engaño de los días es un poemario extenso, y hay que leerlo con detenimiento para encontrar los momentos mejores, allí donde la autora se olvida del epitafio pesimista y se permite una voz más límpida y esperanzada: Mientras las olas llegan, la mirada traspasa / y alcanza hasta la hondura donde constante vive / el agua poderosa, que allí guarda / almacenes de peces y cristales. Momento nerudiano que nos deja ensimismados, y que ha dejado atrás (aunque sea un momento) la negra perspectiva continua de la muerte.

Y para terminar esta reseña, un curioso hallazgo poético del libro, para una autora nacida en1929: la luz era la misma y era otra; / a su amparo comienza otra andadura.


         Jesús Beades










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