"La carrera de la modernidad no se mide por metropolitanos o rascacielos, sino por el alegre hierbajo que se abre paso entre los adoquines de la ciudad". Estas palabras, escritas por Osip Maldelstam hace casi un siglo, ejemplifican bien el mecanismo de cambio en la forma de ver la realidad cercana cuando, como allí y entonces (es decir, Varsovia, poco después del triunfo de la revolución bolchevique), esa abstracción que es la idea del progreso suplanta o pretende suplantar cada una de nuestras motivaciones privadas. Mercado Común,IWC Replica Watches
el último libro de poemas de Mercedes Cebrián (Madrid, 1971), plantea una compleja mirada a la realidad, compleja por certera y porque supone una vuelta de tuerca dando dos pasos atrás hacia un análisis distanciado y crítico de la vida moderna.
Toda forma de sofisticación impone una nueva distancia respecto al origen. Un modelo desaloja a otro. Nada parece más obvio: aquí y ahora, más que nunca, estamos rodeados de progreso. Pero ¿qué hay o qué había antes, detrás, alrededor de todo esto? Instalados en una exageración (todo destino global lo es: Europa, sin ir más lejos), rodeados de pequeñeces, como animales adiestrados para pensar en el bien del amo, se nos contenta con golosinas, se nos sugestiona desde pantallas y logotipos, se nos traslada de la autarquía española a la autarquía europea al tiempo que se nos da un nuevo idioma que aceptamos para nombrar los nuevos beneficios. Mercado Común nos propone un vértigo: desde dentro y para los de dentro, con una sencillez de guía turístico, es decir, con el acento puesto en los matices que por domésticos resultan más reveladores, traza un mapa de fisuras selectivas en la superficie de lo aparente. Ahora que van muriendo / nuestros analfabetos y con ellos su olor / indestructible, nos parece que el aire / intenta explicar algo. Lo que aparece a la luz de esas fisuras es lo que a menudo tratamos de no ver, una España casi idéntica en aridez (y aquí el sentido debe leerse con amplitud) a la descrita por Antonio Machado o, en palabras de Mercedes Cebrián: esa España que raspa.
Desde la cita inicial del genial Philip K. Dick hasta la elección de los títulos de las tres secciones en que se organiza el poemario, "Mercado común", "España limita" y "Población flotante", cada palabra escrita pide más de una lectura. El propio término "Mercado Común" nos remite a otra época, la de la infancia de los que ahora nos alejamos de los treinta (Habremos conocido la democracia tanto como el aceite. Alguien está filmando / ya / el documental / de toda esta certeza). La ironía, que ya caracterizaba su anterior libro, El malestar al alcance de todos (Caballo de Troya, 2004) —buenos ejemplos de esto que digo son, entre otros, el relato "Retóricos anónimos" o el poema "Hablemos con el clero"—, resulta de una particular mezcla de ingenio e identificación. El ingenio, por supuesto, lo dosifica a su antojo la autora, la identificación la experimenta el lector por lo acertado de las alusiones. En otras palabras, los poemas de Mercado Común sonrojan porque nos señalan con el dedo (Nosotros que ascendimos hasta el tuteo a los padres). Se trata, en cualquier caso, de un sarcasmo no forzado, continuo, natural, como si la poeta hubiera llegado a la conclusión de que es precisamente esa distancia, la que confiere cierto tipo de ironía, la más adecuada para hablar con seriedad de algunos temas.
En el plano formal, son muchos los rasgos que distinguen a Mercedes Cebrián de la mayoría de poetas jóvenes y no tan jóvenes que están publicando actualmente. La voluntad de dejar de lado lo innecesario no es aquí sinónimo de enigma ni de adelgazamiento, más bien parece una forma de evitar la sugerencia como una vacuna contra la sobreinterpretación. Esa claridad expresiva, formulada a través de un ritmo sincopado que avanza por la semántica más que por la sintaxis, renuncia desde el principio a la belleza programada de la métrica castiza. El lenguaje, que es utilizado como parte del tema en algunos poemas, rehúsa lo poético y a menudo se sitúa a un nivel inferior en grado al del sentido, priorizándolo, adaptándose a él. En suma, una apuesta que oxigena el panorama de la manida "joven poesía" y que parece reclamar, bajo su cuenta y riesgo, un poco de autenticidad. Crece con su aeropuerto la capital pequeña / como crece el tumor incontrolable hasta hacerse / metástasis, / hay fauna y flora autóctonas / adheridas al tren de aterrizaje y es literal / el modo en que se toma / tierra. Ya ven, casi un siglo después, el alegre hierbajo abriéndose paso entre los adoquines.
Andrés Navarro