¿De qué hablamos cuando hablamos de poesía comprometida? La paráfrasis no resulta, sospecho, gratuita. Hablar de poesía comprometida en España implica aludir a un estereotipo, cómo no, irreal e inexacto: el del realismo anclado en lo explícito y rondando, incluso, el feísmo expresivo, que abusa de lo narrativo y elude la sugerencia. Los últimos tiempos, sin embargo, descubren a autores empeñados en investigar “nuevos lenguajes”, según muestra el acertado texto de contraportada de El libro de los hundidos. Poetas que reivindican, sí, pero con otras maneras, y desde otra perspectiva.
Es la premisa de Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975, aunque residente en Córdoba), que presenta en El libro de los hundidos un poemario con historia y protagonistas. Dos tragedias marcan su inicio y su final: Cuenca Sandoval esboza los primeros poemas en “diciembre de 2004, cuando una enorme cadena de tsunamis asoló el sudeste asiático”, y culmina su labor “en los días en que el huracán Katrina arrasaba la ciudad de Nueva Orleans”, a finales de agosto de 2005. Nueve meses casi exactos: una gestación enloquecida. Y es que el ritmo de El libro de los hundidos tiene mucho de frenético: sin signos de puntuación, sin un margen en que pararse a respirar, abundan los heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos, combinándose para crear un tono coloquial y, aun así, rotundo, prácticamente religioso. Porque los hundidos son perdedores, pero sus experiencias sirven para aprender, y no repetir, aunque el último acorde de la pieza / no lo decide uno.
El título de la obra alude al primer acontecimiento; también su división en bloques —cuatro: uno primero, sólo numerado y con una cita de Spinoza, y los tres siguientes, llamados primera, segunda y tercera, respectivamente, “lección de los hundidos”— y la alegoría principal, puesto que es la voz de los hundidos —aquellos que no aspiran al Reino, sino que deben conformarse con merecer el próximo verano— la escuchada poema tras poema. Sin nombres propios, pero con situaciones que todos conocemos, Cuenca Sandoval inaugura su poemario con un homenaje a las víctimas del tsunami, prosigue recreando la atmósfera de una fábrica cerrada, recoge unas palabras de la película Hotel Rwanda para encabezar una reflexión en torno a la solidaridad y la figura del prójimo, o relata una “Fábula sobre el orden mundial”, que parte de Samaniego y desemboca en la disyuntiva entre la globalización / o la cárcel del cuerpo…
Continuamos encontrando un homenaje a las víctimas de las dictaduras aunque, conforme los hundidos tocan fondo, El libro crece y expande su red temática disminuyendo el contenido social, meditando sobre el amor —con una visión originalísima— en el segundo bloque, y sobre los perdedores en el tercero: George Foreman, Houdini, un lanzador de cuchillos, un cazarrecompensas —cita de Eduardo Galeano incluida—, un boxeador… Personajes —independientemente de la parte de El libro de los hundidos en que aparezcan— muy diferentes entre sí, con historias distintas, pero condenados a plantearse la existencia de un túnel de lavado de todas las conciencias. Quizá, por ello, podríamos hablar de un único personaje, un sujeto múltiple compuesto por testimonios distintos, pero con objetivos y finales coincidentes.
Mario Cuenca Sandoval presenta en El libro de los hundidos un poemario que contempla la reflexión no como opción, sino como deber. Y es que este protagonista colectivo invita, desde su multiplicidad, a leer El libro de los hundidos desde otra perspectiva: la filosófica, por ejemplo. En este sentido, otro de los mejores poemas es “Bukowski en los grandes almacenes (ficción filosófica)”, que en cierto modo nos recuerda a Alberto Santamaría, poeta coetáneo a Cuenca Sandoval, y también experto en aunar filosofía y contemporaneidad. Es el caso, también, del siguiente y penúltimo poema, “Madrugada”. Porque El libro de los hundidos se cierra con un significativo cuarto bloque, la “Tercera lección de los hundidos”, que se limita al silencio y a una advertencia del autor: si, según Rilke, todo ángel es terrible, según Cuenca Sandoval no puede ser hermoso / quien no conoce el miedo y la vergüenza.
Leemos en “Chile”: No hablábamos de temas trascendentes. La poesía de Mario Cuenca Sandoval me recuerda a la de César Vallejo y Juan Gelman —citados o mencionados en El libro—, al Gamoneda de Blues castellano, a poetas como Enrique Falcón, Jorge Riechmann o Antonio Méndez Rubio entre los españoles más recientes. Agradezco a Mario Cuenca Sandoval que especifique su ciudad de nacimiento porque, de lo contrario, por su decir —cómo, qué— le imaginaría latinoamericano. Y es que el valor de Libro de los hundidos reside en su capacidad para abordar asuntos que cambian el mundo, pero sin reprocharte a cada palabra cómo el mundo cambia, ni cuánto de culpa tienes tú. Todo ello sirviéndose de imágenes tan hermosas —y, al mismo tiempo, crueles— como la que vertebra “Nos miraba”: ese pez ahogado dentro de un cajón, hundido en el oxígeno, condenado ante nuestros ojos, sin que podamos —ni queramos— hacer nada.
Elena Medel