Una lectura reciente de Doctor Pasavento y El mal de Montano, las dos últimas novelas de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), me ha permitido, además de acercarme a un mundo, el de este escritor, que apenas conocía, preguntarme por las secretas concomitancias que en ocasiones se dan entre obras y autores aparentemente distantes. He ido comprobando, sin que inicialmente tuviera intención de hacerlo, que entre el mundo de Enrique Vila-Matas, al menos en las dos obras mencionadas, y el mundo de Philippe Jaccottet (Moudon, Suiza, 1925), se establecen numerosas conexiones en varios niveles. Un novelista, Vila-Matas, y un poeta, Jaccottet; pero ese novelista es también un poeta de la prosa, un investigador de formas nuevas para la escritura, un apasionado de la poesía y un autor de espléndidos libros de diarios y de ensayos; y ese poeta, Jaccottet, es una especie de escritor total, autor también de una novela, de libros de diarios, de ensayos, de textos híbridos entre la narrativa, la poesía y el ensayo, de traducciones renombradas.
Dos escritores, por lo tanto, que desde un inconformismo y una inadaptación que los han llevado a concebir la escritura como una forma de resistencia ante la vulgaridad y la precariedad del mundo contemporáneo,Swiss Replica Watches
acaban encontrándose a través de vasos comunicantes no siempre evidentes: la fascinación por lo aéreo, por la ligereza, por los pájaros, por la aviación (primera vocación, frustrada, del niño Jaccottet); un afán, relacionado con lo anterior, de desaparecer, de adelgazarse para atravesar la vida lo más discretamente posible ("plantarse en el abismo y tratar de ir más allá y, por tanto, desaparecer", se lee en Doctor Pasavento; "que l’effacement soit ma façon de resplendir", ha dicho Jaccottet); lecturas coincidentes como Musil, Walser, Kafka, Emily Dickinson, Leopardi, Michaux, Valéry, Handke; la ciudad de París bajo una luz siniestra, amenazadora, como si en ella se concentrara algún tipo de energía maléfica; motivos como la errancia, el viaje permanente, la infancia como un dudoso paraíso perdido, la constante presencia de la muerte, el abismo y los encuentros entre la realidad y la imaginación. Y todo esto, quisiera dejarlo claro, en dos trayectorias no sólo absolutamente independientes la una de la otra, sino en cierto modo irreconciliables en sus planteamientos estéticos, lo que demuestra tal vez que son muchos y muy diversos los caminos por los que pueden rastrearse las pistas y señales que pueden conducirnos a alguna verdad válida para la vida, aun cuando a veces no la alcancemos o no sepamos si la hemos alcanzado o no.
No quería, en el pórtico de este breve ensayo sobre la obra de Philippe Jaccottet, dejar de dar testimonio de mi sorpresa ante estos recientes descubrimientos de confluencias imprevistas. La literatura, más allá de autores, géneros, épocas, temas y recursos, es como un único mar en el que navegamos sin saber muy bien adónde pero con la secreta obstinación de nuestra sed de horizontes. Recientemente le he escuchado a Philippe Jaccottet decir que hace años que no escribe poemas porque siente haber perdido la fuerza o la seguridad necesarias para ello. Tal vez lo que ocurre es que desde hace mucho tiempo el escritor suizo ha dejado de creer en compartimentaciones o clasificaciones en lo que para él se ha convertido en una voz de aliento único: una voz que apenas busca estremecer un breve instante el aire antes de desaparecer, o hacer brillar un poco los ojos del lector que se acerca a unos fragmentos dispuestos en la página, una voz de consuelo que busca alejar de la desesperación aun cuando haya tomado profunda conciencia de ella, una voz dicha a media voz, a medio camino entre el grito y el silencio, dicha precisamente contra el grito y contra el silencio, apacible, ligera, honda, incapaz de mentir, de camuflar, de manipular en ningún caso lo que sabe o lo que no sabe. Esta voz, claro, ¿cómo podría contenerse en alguno de los géneros literarios existentes sin sentirse encorsetada, traicionada en su mismo nacimiento, amordazada? Prefiere ir de aquí para allá, desplegarse en párrafos de prosa contemplativa, ahondando una y otra vez en una realidad misteriosa o truncarse abruptamente en fragmentos, briznas de sentido inconcluso, como un arroyo cuyo rumor aparece y desaparece a medida que avanzamos por un bosque, como los puntos suspensivos que proyectan lo dicho en un haz de innumerables sentidos. Escuchémosla:
Palabras, apenas palabras
(susurradas por la noche)
no grabadas en la piedra
sino trazadas en estelas de aire
como por pájaros invisibles,
palabras no para los muertos
(¿quién se atrevería en estos tiempos?)
sino para el mundo y de este mundo.
Como un legado vaporoso, como una mirada de aliento, como una canción de cuna para el viejo mundo que acaba de nacer. Esos versos pertenecen a uno de los últimos libros publicados por Philippe Jaccottet, Ce peu de bruits [Estos pocos ruidos], de 2008, un volumen inclasificable que contiene obituarios de amigos o familiares, fragmentos nocturnos entre el verso y la prosa, relatos de paseos o de viajes, notas de lectura, breves poemas como el que he citado, traducciones de poemas ajenos, anotaciones casi diarísticas, apuntes de poética y pequeños ensayos sobre autores leídos o releídos en el curso del tiempo. Unos pocos ruidos, en efecto, pero que parecen condensar toda la trayectoria de Philippe Jaccottet en un solo libro a modo de testamento posible. Si tenemos en cuenta que en ese mismo año de 2008 Philippe Jaccottet ha publicado también un breve volumen titulado Le cours de la Broye. Suite moudonnoise [El curso del Broye. Suite de Moudon], en el que evoca los recuerdos infantiles que le quedan de su ciudad natal, Moudon, y comenta en relación con esos recuerdos algunos fragmentos extraídos de varios de sus libros; si, además, leemos la correspondencia entre Jaccottet y Ungaretti, también publicada en 2008, en la que aprenderemos cómo amistad y traducción se dan la mano para que nazca de esa alianza algo nuevo, una palabra purificada, un canto de inocencia contra las fauces aterradoras de nuestro mundo; y si, finalmente, leemos la traducción que en el mismo 2008 ha publicado Jaccottet de las Elegías de Duino de Rilke, traducción en la que ha ido trabajando gran parte de su vida y que constituye, sin duda, una de las lecciones más emocionantes de este maestro de traductores; si nos acercamos, aun brevemente, a todos estos regalos que pasados sus ochenta años nos ofrece Philippe Jaccottet no nos quedará más remedio que intentar mirar hacia atrás, preguntarnos de dónde viene esta voz, qué ha ido diciendo hasta ahora, por qué ha callado cuando lo ha hecho, qué nos descubre o qué nos oculta, en fin, quién es este autor que seguramente hubiera preferido no tener que decir nada pero que se ha visto una y otra vez obligado a hablar.
La admirable trayectoria de este autor comienza, después de alguna obra juvenil de la que luego ha renegado, con el Réquiem [Réquiem] de 1947, poema coral de ambicioso aliento inspirado por las fotos de unos jóvenes de la Resistencia francesa asesinados por los nazis. Una reciente reedición comentada de este poema le ha permitido a Jaccottet preguntarse por aquella voz juvenil que se enfrentaba ya al mundo sin ninguna superchería, con honestidad y con valentía. Vendrían luego, después de trasladar su residencia a París, dos libros de poemas que revelan su visión ambivalente de la ciudad. Se trata de L’Effraie [La lechuza] y El ignorante. Ya en este último libro aparecen poemas escritos después de abandonar París, ciudad en la que nunca se sentirá demasiado a gusto, e irse a vivir tras su matrimonio con la pintora Anne-Marie Häsler a Grignan, un pequeño pueblo de la Provenza en el que el matrimonio Jaccottet sigue viviendo hoy en día. Dos libros centrales, a modo de reflexiones en prosa, surgen a raíz de este traslado que es al mismo tiempo un reencuentro con el mundo primitivo del paisaje, de los mitos esparcidos entre las brumas y los claros del tiempo: se trata de La Promenade sous les arbres [El paseo bajo los árboles] y Élements d’un songe [Elementos de un sueño]. La poesía en verso, sin embargo, parece haberse perdido ante las convulsiones de la memoria que se reencuentra con su origen y las oscuras premoniciones de la muerte. De este enmudecimiento y de esta profunda crisis personal dará testimonio la que es considerada como la única novela de su autor, sin que realmente pueda clasificarse este texto estrictamente como tal: me estoy refiriendo a La oscuridad, publicada en 1961. Poco leído aún hoy, e incluso no demasiado estimado por su autor, este libro me parece fundamental en su trayectoria, pues revela el fondo (la oscuridad) que debe tocar toda voz verdadera para nacer de nuevo, para saberse diciéndose con autenticidad, surgida de los desechos de sí misma, arrastrada por el fango de la incomunicación, del abandono, del desamor, del anonimato urbano, de la desconfianza, del deseo desbordante, de la repulsión por uno mismo. Qué contraste con el libro que, años después, en 1967, tras su descubrimiento del haiku, publicará Jaccottet bajo el título de Airs [Aires], colección de poemas breves que el autor ha confesado haber escrito casi siempre mientras paseaba por los alrededores de Grignan o mientras trabajaba en su jardín. Palabras verdaderamente aéreas las de este libro que se cuenta entre los preferidos por su autor y que leemos o escuchamos como fogonazos fugaces y reveladores en medio de la opacidad del mundo. El poeta es aquí como un coleccionista de harapos en donde ha quedado prendido algún resto del vasto tejido de la luz que ha huido para siempre.
Pero luego vendrán años de duelo y ni siquiera esos pobres harapos protegerán su cuerpo vulnerado. Morirán seres muy cercanos: su suegro, su madre. La palabra descenderá a las más incómodas cavernas, a las de la palabra como único refugio, a las de las palabras que son como lágrimas que apenas logran aflorar en unos ojos resecos después de tanto llanto. A la luz del invierno (1977) y Pensamientos bajo las nubes (1983), dos de los más bellos libros de su autor, reflejan ese mundo turbio de la enfermedad y de la muerte, de la soledad del cadáver y de la desolación de los deudos que, en cierto modo, no abandonará ya nunca a su autor y llegará hasta el impresionante testimonio que es Truinas, le 21 avril 2001 [Truinas, el 21 de abril de 2001], publicado hace unos años y escrito a raíz de la muerte del poeta André du Bouchet y bajo el peso de su dolorosa ausencia entre quienes le apreciaban. Ya a partir de la década del 90 los libros de Jaccottet se debatirán entre esas dos fuerzas de lo luminoso y de lo oscuro, de la vida y de la muerte, de la realidad y del mito, del saber y de la ignorancia, que parecen haber impulsado toda su obra. Libros tan bellos y centrales como Cuaderno de verdor, Après beaucoup d’années [Después de muchos años] y Et, néanmoins [Y, sin embargo] combinarán prosa y verso en una escritura dúctil, libre, desinhibida, capaz de reinventarse a sí misma en cada página, lo que revela una vez más la grandeza de este autor.
Apenas hay aquí espacio para hablar de sus traducciones, que constituyen un capítulo en absoluto secundario de sus intereses y búsquedas. Baste decir que desde la Odisea de Homero hasta las Soledades de Góngora, de peregrinación en peregrinación y de regreso en regreso, desde la casi totalidad de la obra de Musil hasta buena parte de la de Hölderlin, Rilke o Ungaretti, sin contar con otros numerosos autores y obras, han sido objeto de esa transacción secreta que es para Jaccottet el arte de la traducción. ¿Y qué decir de sus diarios? Publicados bajo el título de La Semaison [La siembra], constituyen un conjunto de cuadernos en que el autor apunta, siempre en el estado primitivo del esbozo, es decir, en estado naciente, todo aquello que le impresiona o le habla en el curso de su vida: músicas, paisajes, lecturas, viajes, sueños, personas, pensamientos. Todo esto aparece aquí con el frescor de lo vivido y con la ambivalencia de una mirada poética a la que le cuesta afirmar o negar nada porque nada cree saber.
Y hay también, en lo que podría llamarse la periferia de esta obra, periferia que en este caso nos conduce una y otra vez a la centralidad de la misma, multitud de libros y pequeñas publicaciones que reflejan la amplitud de intereses de su autor: el libro dedicado al pintor Morandi, la antología comentada de haikus, el cuaderno À partir du mot Russie [A partir de la palabra Rusia], sus libros de ensayos sobre literatura, la monografía sobre Rilke, la magnífica correspondencia con uno de sus maestros, el poeta suizo Gustave Roud, el libro sobre Austria, los textos sobre pintores… Y pensar que todo esto continúa, que ahora mismo, en su casa de Grignan, hay un hombre asomado a una ventana desde la que se ve Orión, y que la luz de su mirada se une una vez más a la luz del universo, que una vez más va a darse ese saludo, en la noche, en la ignorancia…
Rafael-José Díaz
Traducciones de Philippe Jaccottet al español
Antología, traducción de Antonio Lara Pozuelo, Editorial Dendrónoma, Sevilla, 1982.
A la luz del invierno, traducción de Rafael-José Díaz, Editorial Calima, Palma de Mallorca, 1997.
Dos prosas, traducción de Rafael-José Díaz, Editorial La Playa del Ojo, Tenerife, 2000.
Antología personal, traducción de Rafael-José Díaz, Editorial Igitur, Tarragona, 2002.
Pensamientos bajo las nubes, traducción de Francis Cillero y Miguel Veyrat, Calima, Palma de Mallorca, 2002.
A través de un vergel, traducción de Rafael-José Díaz, Editorial Ultramarino, Las Palmas de Gran Canaria, 2003.
Cuaderno de verdor, traducción de Rafael-José Díaz, Editorial Bartleby, Madrid, 2005.
24 poemas, traducción de Fernando Romera, Pavesas, hojas de poesía, Segovia, 2005.
La oscuridad, traducción de Rafael-José Díaz, Editorial Artemisa, Tenerife, 2005.
El ignorante, traducción de Rafael-José Díaz, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2006.
Los cormoranes, traducción de Rafael-José Díaz, Cuadernos del Noroeste, León, 2006.
Cantos de abajo, traducción de Rafael-José Díaz, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2007.
Aires, traducción de Rafael-José Díaz, Fundación Ortega Muñoz, Badajoz [en prensa]