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Luis Muñoz

El poema como un cuarto de hotel

Aunque su primer libro publicado es Calle del mar (1987), Luis Muñoz considera como tal el siguiente poemario, Septiembre, de 1991, que obtuvo ese año el Premio Hiperión de Poesía. En ésta y en las entregas posteriores Luis Muñoz ha ido configurando una voz poética muy personal  y, a la vez, muy variada, que no duda en acudir a una imagen cotidiana o a un suceso vulgar para tratar de expresar los sentimientos más graves, como tampoco duda en acudir al mundo de los sueños para tratar de encontrar una explicación lógica a sus vivencias diarias. Lo irracional, que no irreal, colinda sin fronteras con lo más lúcido. Se diría que su mundo poético, a pesar de su compleja profundidad, se nos presenta siempre con la frescura de un sentimiento instantáneo, con esa frescura inocente del que revela su interior antes de hacer valoraciones sobre lo vivido.
A Septiembre (1991) le han seguido los poemarios Manzanas amarillas (1995), El apetito (1998), Correspondencias (2001) y Querido silencio (2006). En 2005 apareció, en la editorial Visor, el volumen titulado Limpiar pescado. Poesía reunida (1991-2005).


En tus poemas nos encontramos con visiones ciertamente pesimistas sobre la existencia, que contrastan con otras más positivas y esperanzadoras. Incluso hay poemas donde asistimos a una reflexión aparentemente satisfactoria que, finalmente, nos deja sumidos en la oquedad de la nada o en un resignado fracaso. ¿Cuál de estas dos tendencias espirituales consideras dominante en tu vida?

Bueno, yo creo que esa tensión, ese forcejeo forma parte de la naturaleza de uno. Todos los días encuentro razones para ser pesimista pero también para maravillarme, para enamorarme de algo. Junto al espanto de civilización en que vivimos está la recompensa de las pequeñas cosas importantes que muchas veces tenemos a la mano. Si tuviera que hacer un diagnóstico, diría que soy una especie de pesimista vitalista, algo así.

Tu mundo poético está determinado por la pasión amorosa, concebida como impulso seguro hacia la felicidad. El título de tu libro El apetito lo consigna claramente. De todas formas, esa felicidad se presenta siempre como un logro fugaz: pienso, por ejemplo, en ese conciso e intenso poema "Escultura líquida", de Correspondencias, que es toda una declaración de principios. ¿Crees que, en efecto, toda felicidad es fugaz, como una noche en un cuarto de hotel?

La felicidad, tal y como la entiendo --como un estado de no necesidad, como la sensación de sentirse completo--, me parece claro que no dura mucho. Creo que desde un punto de vista científico se puede entender de la misma manera, como la carencia de necesidades. Antes de la felicidad y después de ella, está todo ese cruce de batallas que van y vienen de la insatisfacción y que son el pan de cada día. En todo caso, tomando el ejemplo de ese poema, "Escultura líquida", la felicidad a la que creo que se refiere no es tanto la que se puede producir en una relación esporádica una noche de hotel sino la de un momento pleno, también fugaz, dentro de una experiencia más honda. Por otra parte, me parece muy interesante la cuestión de la administración de la felicidad por parte de algunos poetas, cómo se convierte en un instrumento de conocimiento poético, en el único modo de llegar a algunas zonas de la realidad inescrutables hasta entonces. Es el caso, por ejemplo de Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez, y también, por poner otro ejemplo muy diferente, de las Odas elementales de Neruda, donde las cosas más corrientes están tocadas por la varita mágica de la felicidad.

Una de las cosas que más me asombran de tu poesía es su capacidad para expresar estados tan radicales del espíritu como la soledad, el desengaño o el gozo del amor, en un tono siempre contenido, sereno y hasta lúdico. ¿A qué se debe esa moderación de tus sentimientos en el poema?

La verdad es que no me veo moderado. Mis poemas suelen nacer de una especie de intensidad insoportable que trato de colocar en un esquema más amplio. Es decir, nacen de una especie de calambre emocional que intento que deje una especie de huella de palabras y al que procuro abrirle un hueco en mi esquema de valores. Bueno, quizá haya en todo eso algo de moderación de la que no soy consciente.

¿Tienes mucha dificultad para construir tus poemas en torno a estructuras tan variadas como la narración, la reflexión, la exclamación, la descripción…, o esas modalidades textuales surgen tan espontáneas como la misma intuición creadora?

Sí, vienen a la vez. Nunca pienso: voy a escribir un poema narrativo o un poema idea, y luego lo hago. Los primeros versos vienen ya con una intuición formal y, además, con el deseo de huir pavorosamente de lo manido. Prefieren estrellarse antes que repetir conscientemente esquemas, modos, efectos. Por eso cuando escribo lo único que sé es por dónde no quiero ir. Me guían lo que podríamos llamar los caminos del no y me llevan a los caminos del sí, digamos.

También me sorprende el uso de imágenes tan variadas, ya sean caseras, librescas o pertenecientes a los elementos más sustantivos de la Naturaleza. ¿Te surgen con facilidad esas imágenes? ¿En qué momento y de qué modo llegan a tu escritura esas metáforas y símbolos tan diversos?

Soy una especie de fetichista de imágenes y de metáforas. Me afectan de una manera tremenda, y en muchas ocasiones son el origen de mis poemas, y van de fuera adentro. Pero otras veces, en el proceso de escritura de un poema sucede lo contrario, hay algo interior latente, que busca una imagen exterior y se lanza sobre la que cree que es la suya.

¿Cómo has conseguido mantener, a lo largo de más de veinte años, un lenguaje poético tan coherente y equilibrado, en el que encuentran acogida la figuración y la imaginación, la reflexión y el canto?

Ojalá fuera así como tú dices. Yo lo vivo como una colección de conflictos, de subidas, de intentos. Trato de contar con los instrumentos verbales que hagan que mis poemas sean lo más fieles posibles a mi manera de entender esa cosa tan variable y con tantos ángulos oscuros que es la experiencia de vivir. Es decir, que se ajusten lo más posible a la gama tan compleja de sensaciones, ideas y emociones que se dan juntas a cada tramo. Pero lo consigo en muy escasa medida. Siempre pienso que cada nuevo poema es una última oportunidad para conseguir lo que en ocasiones anteriores no pude.

Habiendo llegado a la poesía a finales de la década de los 80, cuando el panorama poético español se debatía entre una poesía figurativa y otra de lenguaje más o menos hermético, ¿cómo has conseguido ser leído y apreciado por poetas y lectores de preferencias muy diversas y hasta encontradas?

Yo nunca me creí ese debate porque no está en mi naturaleza ni cabe en mi idea de la poesía. En la poesía más figurativa y en la más metafísica y más hermética hay elementos que me interesan mucho. Creo que cada poema produce sus propias exigencias, sus propios juegos de luces y de sombras, de claridad y misterio, de expresividad y de silencio. Por otra parte, las banderías estéticas, los grupos poéticos, sobre todo a partir de cierta edad, me parecen un poco ridículos.

¿En qué medida influyó en tu escritura, en esa variedad y coherencia de tu escritura poética, el trabajo con Rafael Alberti y la convivencia diaria como secretario suyo?

La relación que tuve con Rafael Alberti, a medida que pasan los años me parece más extraña. Me resulta muy difícil hablar de él con brevedad porque cualquier anécdota corre el peligro de caricaturizar la calidad de su delicadeza y su inteligencia. Él era un gran poeta que estaba en plena madurez de su vida, yo era muy joven y alguien por supuesto absolutamente insignificante, y sin embargo me dejó estar a su lado y me convirtió durante algún tiempo en su confidente más próximo. Se trataba, sobre todo, de eso. Un ser en plena ebullición, en una especie de estado creativo casi permanente, lleno de gracia y de talento, y alguien que le admiraba mucho y le observaba mucho. Hablábamos de todo tipo de cosas y, desde luego, continuamente de poesía. Yo recibía cada una de sus opiniones como un regalo, pero me daba cuenta de que el tipo de poeta al que yo podría aspirar sería de un temperamento poético muy distinto del suyo. También leíamos juntos después de comer. Yo le leía en voz alta y luego comentábamos los poemas. Ésa creo que es una de las experiencias fundamentales de mi vida. Hace poco he rescatado varias fotografías hechas por María Dolores, su asistenta, en las que estamos en la terraza de su casa de Madrid en algunos de esos momentos de lectura bajo el sol del invierno de 1991. Qué raro.

¿Y en qué otros ámbitos de tu vida ha influido el magisterio de Alberti?

Él era una lección continua de sorpresa, de capacidad de disfrute, de capacidad de trabajo, de pasión por la vida. Ponía el listón de la vida muy alto. Ojalá no se me haya caído hasta el suelo.

Siendo tan bien acogido desde el principio por críticos y lectores, ¿cómo no has hecho incursiones en otros géneros literarios de mayor repercusión para el gran público? Pienso, por ejemplo, en los muchos poetas de tu generación que han cultivado la novela, con mayor o menor fortuna. Tampoco has practicado el ensayo, al menos en un sentido consciente e intensivo, cuando el ensayo parece ser uno de los respiraderos naturales del poeta contemporáneo. ¿De verdad que te basta con la poesía?

La verdad es que no tengo la impresión de haber sido tan bien acogido por los críticos. Hay algunos que sí, que han apoyado y comprendido el sentido de mi poesía, pero otros muchos no. Y en cuanto a los lectores, en poesía nos movemos siempre en unos términos muy modestos. En todo caso, el que no haya publicado ningún libro de otro género con lo que tiene que ver es con que no he tenido hasta ahora nada que proponer que me parezca suficientemente valioso. Si en algún momento creo que puedo, desde luego que lo haré. Y bueno, la poesía no es que me baste o no, es que me pide cada vez más.

Carlos Javier Morales








    Comentarios

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    Chinca Coromoto Salas Rodriguez 02-06-2011 |

    De verdad que la coherencia algunas veces es bueno ponerla por un instante a un lado para vivir el estado animico del poeta, la felicidad no es tan importante, en cambio la soledad y la tranquilidad es mucho mas necesaria ya que con ella llegamos a reflexiones buenas; los poemas narrativos nos llevan a describir situaciones reales, complejas y hasta graves para aprender de todas y cada una de ellas donde muchas estan cargadas de pasion, el poema romantico nos lleva al plano de lo erotico, sueños, fantasias y placer. El talento estriva en saber narrar crudamente la situacion, desnudar un cuerpo y sin erizarnos tocar lo mas profundo que tiene un ser su alma, su interior, entre lineas eroticas disfrutar el desprendimiento del espiritu cuando se alcanza lo maximo en el entusiasmo y saber transmitir ese sabor divino de saber que es el cielo mediante el acto sexual por medio de la pluma, es el arte supremo de descifrar lo sublime del amor ¿Queres conocer el cielo?, ama profundamente y la entrega absoluta del acto mismo le lleva a ver estrellitas, se muere en cosa de fracciones de segundo y el disfrute es hermoso, pleno y eso se debe saber hacer sobre el papel y el estado de animo del que escribe de estar apto para ese momento, veremos lineas dedicada y delicadas como si estuviera ejerciendo sobre el lecho el acto mas sublime del mundo... amar de verdad y saber expresarlo.

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