Para los que aún no conozcan directamente la poesía de Gonzalo Rojas, van aquí dos poemas. Y para los que hemos andado y desandado sus páginas varias veces, estos dos poemas también nos volverán a abrir los ojos y la carne y el alma al mismo tiempo. Y no las alas, porque físicamente no las tenemos, aunque sí sentiremos la urgencia de volar a lo más alto.
Gonzalo Rojas (Lebu, Chile, 1917) es uno de nuestros más grandes poetas vivos. Siempre sospechoso ante todas las construcciones humanas que tratan de dirigir la marcha de nuestro espíritu —en lo estético, en lo ideológico, en lo moral—, Gonzalo Rojas se desengañó muy joven de la radical ortodoxia surrealista del grupo Mandrágora, a finales de los años 30 del pasado siglo. Y no por ello desdeñó la exploración en nuestro inconsciente y en los fenómenos más oscuros de nuestro ser, como se puede comprobar en sus imágenes llenas de pasión y de deseo, de desconsuelo louis vuitton taschen fake y ebriedad. Toda su poesía es un intento de fundir las partes desconectadas de nuestro ser y de nuestro mundo, concebido como una unidad continuamente rota que clama por su armonía plena. Por eso el deseo erótico, la aspiración mística hacia el fundamento último del mundo (fuera, eso sí, de una fe religiosa) y la compasión con el desamparo humano, personal y colectivo; todos esos motivos no son más que las vertientes de un único deseo: el de volver al origen, a ese territorio desconocido y oscuro donde al fin todo y todos seremos uno.
Pero mientras, nos toca unir lo que constantemente se desune; sufrir y gozar provisionalmente, respirar y quedarse sin aliento. Su verso tiene siempre un ritmo imprevisible, tanto por sus motivos temáticos cartier replica como por el discurrir sinuoso y atosigado de su voz, como si le faltara el aire para expresarlo todo.
Entre sus libros cabe citar títulos tan esenciales como La miseria del hombre (1948), Contra la muerte (1964), Oscuro (1977), Transtierro (1979) o Materia de testamento (1988). En Metamorfosis de lo mismo (Madrid, Visor, 2000) encontrará el lector su poesía completa hasta esa fecha. Habiendo recibido en 1992 el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, obtuvo en 2003 el Premio Cervantes, que hasta el momento ha sido el culmen de otros muchos reconocimientos y galadornes.
Los d�as van tan r�pidos
Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones una semana más, los días van tan rápidos al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera nadie allá, voy corriendo a la materna hondura donde termina el hueso, me voy a mi semilla, porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas y en el pobre gusano que soy, con mis semanas y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse de haber entrado en este juego delirante, pero el espejo cruel te lo descifra un día y palideces y haces como que no lo crees, como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá en el fondo. Si eres mujer te pones la máscara más bella para engañarte, si eres varón pones más duro el esqueleto, pero por dentro es otra cosa, y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto: así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos con lo que somos, pero quememos, no pudramos lo que somos. Ardamos. Respiremos sin miedo. Despertemos a la gran realidad de estar naciendo ahora, y en la última hora.
(De Contra la muerte, 1964)
Papiro mortuorio
Que no pasen por nada los parientes, párenlos con sus crisantemos y sus lágrimas y aquellos acordeones para la fiesta del incienso; nadie es el juego sino uno, este mismo uno que anduvimos tanto por error: nadie sino el uno que yace aquí, este mismo uno.
Cuesta volver a lo líquido del pensamiento original, desnudarnos como cantando de la airosa piel que fuimos con hueso y todo desde lo alto del cráneo al último de nuestros pasos, tamaña especie pavorosa y eso que algo aprendimos de las piedras por el atajo del callamiento.
A bajar, entonces, áspera mía ánima, con la dignidad de ellas, a lo gozoso del fruto que se cierra en la turquesa de otra luz para entrar al fundamento, a sudar más allá del sudario la sangre fresca del que duerme por mí como si yo no fuere ése, porque no hay juego sino uno y éste es el uno: el que se cierra ahí, pálidos los pétalos de la germinación y el agua suena al fondo ciega y ciega llamándonos.
Fuera con lo fúnebre; liturgia parca para este rey que fuimos, tan oceánicos y libérrimos; quemen hojas de violetas silvestres, vístanme con un saco de harina o de cebada, los pies desnudos para la desnudez última; nada de cartas a la parentela atroz, nada de informes a la justicia; por favor tierra, únicamente tierra, a ver si volamos.