Releer a Antonio Machado (Sevilla, 1875-Colliure, Francia, 1939), a quien tantos españoles leímos por primera vez en nuestra adolescencia, es volver a encontrarnos con una voz inmensamente cordial, cercana, que nos pone en contacto, de una forma otra vez insospechada, con los misterios permanentes del mundo y de nuestra vida.
El mundo, para Machado, es una música secreta que se nos revela a través de la memoria y del sueño, los dos procesos psicológicos que nos sitúan en la perspectiva más adecuada para contemplar la labor del Tiempo en nuestra vida. Tan imbricados están la memoria y el sueño, que la una se halla siempre modificada por el otro: recordar es ver el pasado transformado por nuestros sueños, que lo modifican de continuo ayudándonos a descubrir nuevas verdades en nuestra vida anterior; soñar es proyectar en el futuro lo que fuimos, añadiéndole la fuerza determinante de nuestro deseo actual. El presente, pues, es el instante del deseo y, por eso, el instante del poema.
Contra lo que muchas veces se le ha reprochado, casi siempre después de muerto el autor, en la obra de Machado hay una replicas relojes evolución muy coherente —ni una ruptura ni un retroceso—, y en cada libro descubrimos la misma voz y las mismas obsesiones del autor (con nuevas resonancias, eso sí), que se reducen todas al deseo de llegar al otro y a los otros a través del dinamismo continuo del Tiempo, sin que éste consiga frustrar el proyecto fundamental de nuestra vida. Así ocurre desde Soledades. Galerías. Otros poemas (1907) hasta las composiciones de De un cancionero apócrifo (que aparecen en las ediciones de sus Poesías completas de 1928 y 1933), pasando por Campos de Castilla (1912) y Nuevas canciones (1924). El lector, entre otras muchas ediciones, puede encontrar todos estos libros en las Poesías completas editadas por Manuel Alvar (Madrid, Espasa Calpe, Col. Austral).
Aquí ofrecemos cuatro muestras de esta poesía incontestable.
POEMA LXXVIII
¿Y ha de morir contigo el mundo mago donde guarda el recuerdo los hálitos más puros de la vida, la blanca sombra del amor primero,
la voz que fue a tu corazón, la mano que tú querías retener en sueños, y todos los amores que llegaron al alma, al hondo cielo? ¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo, la vieja vida en orden tuyo y nuevo? ¿Los yunques y crisoles de tu alma trabajan para el polvo y para el viento?
(De Soledades. Galerías. Otros poemas, 1907)
POEMA LXX
Y nada importa ya que el vino de oro rebose de tu copa cristalina, o el agrio zumo enturbie el puro vaso...
Tú sabes las secretas galerías del alma, los caminos de los sueños, y la tarde tranquila donde van a morir... Allí te aguardan
las hadas silenciosas de la vida, y hacia un jardín de eterna primavera te llevarán un día.
Tejidos sois de primavera, amantes, de tierra y agua y viento y sol tejidos. La sierra en vuestros pechos jadeantes, en los ojos los campos florecidos,
pasead vuestra mutua primavera, y aun bebed sin temor la dulce leche que os brinda hoy la lúbrica pantera, antes que, torva, en el camino aceche.
Caminad, cuando el eje del planeta se vence hacia el solsticio de verano, verde el almendro y mustia la violeta,
cerca la sed y el hontanar cercano, hacia la tarde del amor, completa, con la rosa de fuego en vuestra mano.
(Poema atribuido a Abel Martín, en De un cancionero apócrifo, 1928)
POEMA CXXVI (A JOS� MAR�A PALACIO)
Palacio, buen amigo, ¿está la primavera vistiendo ya las ramas de los chopos del río y los caminos? En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!… ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? Aún las acacias estarán desnudas y nevados los montes de las sierras. ¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa, allá, en el cielo de Aragón, tan bella! ¿Hay zarzas florecidas entré las grises peñas, y blancas margaritas entre la fina hierba? Por esos campanarios ya habrán ido llegando las cigüeñas. Habrá trigales verdes, y mulas pardas en las sementeras, y labriegos que siembran los tardíos con las lluvias de abril. Ya las abejas libarán del tomillo y el romero. ¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas? Furtivos cazadores, los reclamos de la perdiz bajo las capas luengas, no faltarán. Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas? Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino*, al alto Espino donde está su tierra…
Baeza, 29 de abril de 1913
(De Campos de Castilla, 2ª ed., 1917, en Poesías completas)
*El Espino es el cementerio de Soria, donde está enterrada su esposa, Leonor, muerta en 1912 por tuberculosis.