En dos puntos distintos de un segmento suena a la vez una sirena de ambulancia. Y cuando en un extremo alguien teme por los suyos, y nota una angustia primero pequeña y cada vez más terriblemente madura, así pasan los segundos, mientras en el otro hay quien recuerda que no está solo y piensa un deseo. En esta dicotomía, entre los extremos de este segmento que no está en ninguna parte, se abre la herida que Juan Marqués plasma en su segundo poemario, Abierto. Que es herida porque sólo cuando algo se daña puede entender que está vivo.
Referirse a Abierto genera la misma sensación que se tiene al hablar de un cuento. No se puede contar todo sin el destrozo y, de igual modo, es preciso encontrar la manera en que lo esencial se transmite por sus páginas. Esto ya ocurría en cierto sentido con su primera entrega, Un tiempo libre, porque así es el verso de Marqués, leve como el gesto de la mano con el bisturí, profundo como la imagen de aquello que se contenía y queda crudamente expuesto.
El poeta toma la cita de Hugo von Hofmannsthal para abrir el libro con aquello de "…una vez más, traté de refugiarme en lo abierto". Pero no es un refugio que nos oculte, nos resguarde, el que propone. Más bien se trata de una guarida que se construye como hogar, desde la que articula la búsqueda. Porque es en lo abierto que el poeta, vivo, descubre y se descubre. Así el poema "Aviso": Nada que no sepamos // que resulta imposible despegar / hasta que termine de llover.
El descubrimiento se hace desde el propio cuerpo del yo poético. Poemas como "Mudanza (o 2)" y "Material" entienden el cuerpo como algo bondadoso, con un vitalismo carente de inconsciencia, sereno. "Cuando ya no habitemos este mundo / seremos peores". Cierra así Marqués "Material", con templanza, con un conformismo que no se ajusta a los parámetros normales. Como ocurre en la película Up in the air (Jason Reitman, 2009), donde dos de los personajes hablan acerca del conformismo como algo distinto al fracaso, algo que se entiende cuando ya no se tiene prisa; el poeta se enfrenta aquí al tiempo y su erosión desde la aceptación, sabiendo que sólo así se puede valorar lo que se tiene: A menudo daría lo que fuera / por tener lo que es mío, / lo que ya tengo.
El motor de Abierto es el del proceso de entender qué hay y qué se es. No se persigue tanto explicar (nadie dijo que el arte diera respuestas) como contar desde dónde se aprende, cómo llega ese esbozo de anagnórisis. Y en ese proceso, el tiempo, el presente, importa (No tengo tiempo para tener prisa). Es en "Laberinto" que se acerca a un posible manual de vida, donde la mañana despliega un laberinto y el poeta entiende que "El reto no es salir, sino instalarse".
La mañana, como un principio, habita los versos de Marqués como el mejor modo de tomar riendas y sentir que el ideario es propio. Abre el libro el impactante poema "Agenda": Madrugar, caminar y leer bien. / Desayunar contigo. // Morir atropellado por un ciervo. La existencia se justifica con tener algo que hacer por la mañana: así "Propósito de enmienda" y "Doméstico", el único poema que compone la segunda parte del libro, "Preludio".
Están en Abierto las huellas de algunos viajes, pero no hay retrato ni bitácora. Al contrario, de lo visto el poeta esboza un dibujo en el que se borra más que se pinta. "La muerte en Venecia" habla del prodigio y, en lugar de descubrirlo ante el lector, lo envuelve, como quien dice "yo en realidad es que hablaba de otra cosa". Y en "Casa roja en la nieve" el cuadro se pinta y se altera, describiendo un lugar que es todos los lugares y que no está en parte alguna (Hay un cuerpo tumbado en un colchón / mientras el mundo gira / y hay un problema con la identidad).
Es la identidad una preocupación latente en el libro (Lo único bueno de tener un nombre / es saber que se puede / prescindir de él). Y es que respiran en Abierto tres personas: el yo del poeta, el tú —que muchas veces sigue siendo un yo—, y el ellos. "Ellos" es el muro, como se ve en uno de los poemas más lúcidos, "Lunes": Les contesto que no, / que siempre hablo en serio, / que es la misma quietud desde la infancia, / la misma sensación de irrealidad, / que han crecido los ojos y las manos / pero es el mismo tiempo, / (…) / que quiero cobrar poco. // Hay restos de domingo en este lunes. // Me contestan que no. Hay, además, una tendencia a lo masticable, a ingerir las metáforas y a presentar el cuerpo como receptor de lo que no tiene explicación. Calles con pulpa, tejidos por todas partes que pueden rasgarse con los dientes. En este paisaje, en el que de vez en cuando los objetos se descontextualizan (cascos de moto, piezas de ajedrez), hasta los gorriones se alejan de la imagen libre que podían tener en el primer libro de Marqués, para ser quienes devoran: son de carbón y se alimentan, presumiblemente de carne. En esta condición carnívora, de pájaros y gentes, está uno de los mayores contrastes: Nos pasamos la vida / comiendo carne muerta / y después protestamos. La otra ave que aparece en el libro planea sobre el apocalipsis, casi celebrándolo, porque celebración, vértigo y desahucio conviven en estos poemas. En "Bandera verde" sobrevuela una gaviota en un fondo de luz y ya puede caerse el cielo como una certeza.
Abierto, en esa imagen que configura del espacio y del tiempo, busca, al igual que el verso del poeta que lo firma, desprenderse (Dame, naturaleza, lo que quieras. / Quítame lo que quieras). Y como quienes de verdad entienden la paciencia de la búsqueda, sabe esperar también a que amaine, o, como en “Te llaman”, el poema en el que se puede encontrar la poética de Juan Marqués, detenerse a escuchar el timbre de un teléfono, "de no querer tocar lo que no es tuyo".
Fugaz, como un deseo, en un extremo de un segmento perdido alguien teme al mismo tiempo que en el otro alguien sueña. Y es entonces cuando el segmento, sin ruido, se abre.