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Javier Vela

"El poeta es más mortal que el resto de los seres"

Javier Vela (gaditano nacido en Madrid en 1981) publicó su primer libro en 2003 y ganó en 2004 el Premio Adonais. Ahora acaba de publicar su último libro en Acantilado. En medio, otro poemario: Increado el mundo.  Lo conocimos en la pasada Feria del Libro de Madrid, mientras firmaba en la caseta y Jaume Vallcorba iba haciendo hueco a Zagayevski, que vendría por la tarde a firmar. Vela nos atendió con magnanimidad y mucha simpatía y estuvimos charlando. En esta entrevista, que cuidadosamente el poeta ha ido retocando a lo largo del mes de junio (ajustando las palabras a su pensamiento, ajustando su pensamiento), nos habla de su último poemario y de su poética con una gravedad extraordinaria a sus veinticinco años.

Antes de entrar en el contenido del libro, leemos en el interior de la cubierta que has publicado Aún es tarde en 2003, La hora del crepúsculo en 2004 (Premio Adonais) e Increado, el mundo en 2005. Es decir, tres libros en dos años, o cuatro en tres si contamos este Tiempo adentro. Hay algunos que hablan de que un poeta debe escribir muy poco y en mucho tiempo. ¿Cómo se explica esta profusión lírica?

No me salen tus cuentas: que yo sepa, he publicado un libro en cada año, lo que hace cuatro en cuatro. No obstante, existen demasiados prejuicios horacianos: no habría más que echar un vistazo a poetas como –por citar sólo a unos pocos españoles– Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti o José Ángel Valente para comprobar que la cantidad no está en ningún caso reñida con la calidad de la obra: todo responde al ritmo creativo (personalísimo) de cada autor. Yo ahora, por ejemplo, llevo algo más de un año sin escribir ni un solo poema mío exterior.

Aunque sólo han pasado tres años, es posible que desde Aún es tarde tu lírica haya evolucionado hacia algún lugar, quizá debido también a la incorporación de vivencias diferentes. ¿Qué ha cambiado en Javier Vela desde su primer poemario?

Creo que la excesiva conciencia de obra puede ser perjudicial para un creador. Dicho esto, quizá en los últimos poemas inéditos –no así en Tiempo adentro– haya un mayor desnudamiento retórico, centrado en la conceptualización expresiva de la imagen –el intelecto, hoy, sí canta– y en el empleo del ritmo desde su potencial significativo, y no desde su sola consideración formal.

Publicar en Acantilado después de ganar el Adonais te reserva un espacio casi obligado en las reseñas de los periódicos. ¿Qué esperas de la crítica?

La pregunta sería: ¿Qué espera ella de mí?

Ha pasado fugazmente por Madrid estos días Adam Zagayevski, un poeta extraordinario que llegó a España gracias a Manuel Borrás y Jaume Vallcorba. Se puede decir que es un poeta no oficial, sin duda, que alimenta a muchos poetas actuales. ¿Cuáles son tus poetas no oficiales?

Por citar, de nuevo, solamente unos pocos: Lucrecio, Saint Pol-Roux, Juan Larrea, el Neruda de Crepusculario, José Gorostiza, Victoriano Crémer, R. S. Thomas, Eugénio de Andrade, Roberto Juarroz, Michel Butor, Geoffrey Hill, Yves Bonnefoy, Mark Strand, Miguel Florián…

Dos de tus primeros poemas de Tiempo adentro, "Infancia" y "Búsqueda", miran atrás, a la infancia perdida, en un tono que para algunos sólo esta reservado a los ancianos (eso critican por ejemplo de la joven Leticia Bergé). También hablas de la muerte, con una gravedad extraordinaria en Miedo. ¿Qué hace falta para mirar a la infancia o a la muerte con “conocimiento de causa”, con solvencia como haces tú en Tiempo adentro?

Esos poemas pertenecen a la primera parte del libro, titulada ‘La edad de las palabras’, que alude, no sólo a mi niñez, sino también a la del lenguaje, a la edad primitiva (dijo Vico) del hombre: la poesía nos devuelve, supongo, a lo que fuimos.

Por lo demás, la conciencia de pérdida surge en mí tempranamente: no en vano, nací ya póstumo de padre. Pero así, a bote pronto, me vienen a la memoria –de entre todos los muchos que podríamos traer– dos pasajes cercanos que te responderán mejor que yo. El primero de ellos está escrito por un poeta de veinticuatro años: Sólo yo que he tocado / el sol, la rosa, el día, / y he creído, / soy capaz de morir. El segundo, por un poeta de aproximadamente dieciocho: ¿Es que voy a vivir? ¿Tan pronto acaba / la ebriedad? Ay, y cómo veo ahora / los árboles, qué pocos días faltan...

Esta prodigiosa madurez discursiva, claro, no ha vuelto a darse en la poesía española desde entonces.

En "Fondo abajo" tu mirada repasa unas manos, que guardan su mismo tacto adolescente, / sonrosada la palma, el dorso túrgido, / como si nunca hubieran acariciado a nadie / más que a mí, ni sentido la arena deslizarse / o el mar humedecerlas, incontenible huir / gota tras gota, lenta, mansamente / caer hasta el azul y allí perderse, / lo mismo que un anillo, fondo abajo. ¿Podemos decir que una de las características del poeta es la consideración de lo pequeño en toda su magnitud? ¿Es ése el modo más justo de mirar?

No veo por qué el más justo. Aunque sí el más atento. En principio, las manos no son sino meros instrumentos que median entre el yo y el mundo, y que por tanto cumplen una función práctica en la inmediatez de nuestras vidas. Pero cuando acariciamos, o cuando golpeamos, hacemos un uso poético de ellas, al desproveerlas de todo valor instrumental convencionalmente entendido. Así las palabras, usadas poéticamente, y no como simples instrumentos comunicativos, se entredesencadenan de su significado, desnombran lo real, grande o pequeño. La conciencia poética, transmutada en lenguaje, agudiza la percepción sensible y rebasa, ampliándola, nuestra capacidad lógica: por eso el fenómeno poético (en sentido amplio) constituye siempre un acto de rebeldía contra la lógica estricta de lo cotidiano y contra la alienación estética del individuo.

En "Cuerpos III" nos parece encontrar otro rasgo del ojo poético: extraer de las cosas su sentido, aquello que reflejan. Tus versos dicen que Estás aquí, lo sé. No puedo verte en cambio. / (Me basta con saberte entre las cosas.). ¿Puedes glosar brevemente esa capacidad del poeta de mirar más allá, o más adentro en las cosas que nos rodean día a día? ¿Esa mirada separa al poeta del resto de los mortales?

No creo que el poeta esté separado del resto de los mortales (es una concepción tardorromántica), antes bien es más mortal que el resto, porque suele tener, como hemos visto, muy temprana conciencia de desaparición: la autenticidad, nos dice Heidegger en Tiempo y Ser, consiste en reconocer que somos seres-para-la-muerte, única vía de acceso a la libertad.

Por lo demás, más que mirar más allá, diría que el poeta ad-mira, de entre las cosas, lo que está detrás de ellas. El poeta se mueve en la hipervisibilidad. Su tarea radica en señalar con el dedo lo que ya estaba ahí (de manera increada, como en el negativo de una fotografía) antes de que él lo viera, pero pasaba desapercibido.










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