Nacido en Onil (Alicante), en 1938, Carlos Sahagún es uno de los poetas españoles de la llamada "Generación del 50". Su primer libro, Profecías del agua (1958), obtuvo el Premio Adonáis cuando el poeta sólo tenía diecinueve años. Desde esa prodigiosa lucidez hasta el momento, Carlos Sahagún ha seguido fiel a su "primer y último oficio", la poesía, que ha cultivado con una ética ejemplar a la hora de dejar reposar y revisar concienzudamente cada uno de sus poemas, aunque pasaran muchos años entre uno y otro libro y su obra poética sea relativamente breve. Si a eso se une su resistencia a publicar en libro los poemas escritos en las dos últimas décadas, el lector se explicará el desconocimiento que de su obra tienen muchos jóvenes.
Sin embargo, la poesía de Carlos Sahagún posee una gran capacidad para implicar al lector de inmediato, mediante una emoción profunda que oculta una sabiduría secreta, incitadora de otras muchas relecturas. De la infancia, de su infancia, con su inocencia y sus carencias, arranca una memoria personal (tanto intelectual como sentimental) que alimenta todas sus intuiciones y valoraciones de madurez. El niño y el adulto se reconocen huérfanos en la intemperie de un mundo que jamás tendrá sentido sin la presencia del otro, del amor de otra persona que le haga existir de verdad. De ahí arranca su necesidad metafísica del amor erótico, del amor fraterno y del amor solidario, que se funden en una palabra cálida, donde lo más inerte y lo más sensible de la Naturaleza cobran igual vida y alcanzan el temblor propio de un drama verdaderamente humano.
Después de Profecías del agua (1958), Sahagún publica Como si hubiera muerto un niño (1961),Estar contigo (1973), En la noche (1976) y Primer y último oficio (1979), Premio Nacional de Literatura. Su obra poética fue reunida en 1976 con el título de Memorial de la noche (Barcelona, Ed. Lumen). Recientemente la editorial Bartleby, de Madrid, ha vuelto a publicar Como si hubiera muerto un niño, con un luminoso epílogo de Antonio Lucas.
El río adolescente se perdía, en el llano, gozosamente triste, como el corazón. Hölderlin
Le llamaron posguerra a este trozo de río, a este bancal de muertos, a la ciudad aquella doblada como un árbol viejo, clavada siempre en la tierra lo mismo que una cruz. Y gritaron: "¡Alegría! ¡Alegría!" Yo era un río naciente, era un hombre naciente, con la tristeza abierta como una puerta blanca, para que entrase el viento, para que entrase y diera movimiento a las hojas del calendario inmóvil. Castillos en el aire y aun estando en el aire, derrumbados, los sueños hechos piedra, maderas que no quieren arder, rayos de sol manchando los cristales más puros, altísimas palomas ya sin poder volar... ¿Lo estáis viendo? Vosotros, los que venís de lejos, los que tenéis el brazo libre como las águilas y lleváis en los labios una roja alegría, pasad, miraos en mí, tened fe. Yo era un río, yo soy un río y llevo marcado a fuego el tiempo del dolor bombardeado. Mi edad, mi edad de hombre, sabedlo bien, un día se perderá en la tierra.
De Profecías del agua, 1958
Amanecer
1
He visto un niño con tambor a la orilla del agua. Yo no sé si ha venido a lastimarnos con su canción al viento, ni sé si hay forma humana de estar como él, descalzo, ante la espuma, hoy que no en balde subió la marea a hacernos responder de nuestros actos. En esta tierna alfarería, viva y frágil, en este cuerpo que es proyecto y duda, jamás afirmación, ¿me reconocería, ahora que ya mis pasos y mi vida resuenan en lo oscuro?
2
Pero vuelven las barcas con la aurora y vuelvo también yo nuevamente a recordarme solo, junto al mar y los huesos calizos de las sepias. De aquellos merodeos de la infancia, ¿qué queda? Nada está consumado. El tambor suena y el aire gratuito da a las cosas su perfil más exacto, quiero decir, su tenue bruma, su ávida ensoñación. Y prevalece, hoy como entonces, la melancolía, la soledad, lo inútil en la arena.
De Estar contigo, 1973
Claridad del d�a
Te digo que ésta ha sido la primera vez que amé. Si la tierra que ahora pisas se hundiera con nosotros, si aquel río que nos vigila detuviera el paso, sabrías que es verdad, que te he buscado desde niño en las piedras, en el agua de aquella fuente de mi plaza. Tú, tan flor, tan luz de primavera, dime, dime que no es mentira este milagro, la multiplicación de mi alegría, los panes y los peces de tu pecho. Contéstame. No quiero hablar yo solo, estar —yo solo— alegre. Te amo. ¡Fuego, la mañana hace fuego y nos golpea los corazones! Levantémoslos arriba, siempre arriba. Alguien nos lleva, alguna mano pura nos empuja. Aire en el aire, iremos a aquel monte. Cristal en el cristal más limpio, un día nos miraremos hasta emocionarnos. Y ya lo estamos como nunca. Dame la mano. Si me dices que eche al río mis versos, yo los echaré, si quieres que arranque aquella flor y te la traiga, te la traeré. Pero anda, ven conmigo. ¿Ves un pinar allá a lo lejos? Vamos. Ya todo es nuestro: el buen camino, el árbol, la generosa claridad del día.