Anhelo la tierra que no es, / porque estoy cansada de anhelar las cosas que son… Así comienza uno de los poemas más célebres de la poetisa finlandesa Edith Södergran, nacida en San Petersburgo en 1892 y fallecida en Carelia (actualmente en Rusia) en 1923, a la temprana edad de 31 años. Este poema, perteneciente a su libro póstumo y cumbre de su poesía, nos da una primera impresión de la ansiedad de totalidad que atraviesa toda su obra: ansiedad por contemplar toda la belleza de la naturaleza, por disfrutar de todos los entresijos de la verdad, por encontrar el camino de la felicidad, por conocer y tratar a Dios, que es la última meta de su itinerario, aunque una meta nunca poseída en plenitud. En un lenguaje lleno de inocencia, Edith Södergran trata a todos los seres de la Naturaleza con una familiaridad sorprendente, como si todo el Universo le perteneciera. Estéticamente se halla cerca del Simbolismo, pero su lenguaje no se sujeta a ningún molde de escuela, sino que salta de un personaje o de un paisaje a otro con la misma naturalidad inesperada con que discurre su pensamiento o su inquietante emoción.
El lector de lengua castellana cuenta con una Antología poética de considerable extensión (Madrid, Visor, 1992), cuya selección, traducción (del sueco, lengua literaria de la autora) y prólogo realizó Jesús Pardo. De ella nos servimos para leer estos poemas en nuestra lengua.
Yo
Soy extranjera en esta tierra hundida bajo el mar opresivo, el sol penetra en ella con serpenteantes atisbos Swiss Replica Watches y el aire pasa entre mis manos. Me dijeron que he nacido encarcelada, y aquí no veo rostro conocido. ¿Era yo piedra que se tira al fondo?, ¿era yo fruto que rompe la rama? Yazgo al acecho al pie del árbol susurrante, ¿cómo me subiré por el tronco resbaladizo? Allá arriba me esperan las copas oscilantes donde podré sentarme a otear el humo de las chimeneas de mi tierra.
(De Poemas, 1916)
Orfeo
Transformo serpientes en ángeles. ¡Levantad la cabeza!, ¡erguíos sobre la cola! Un segundo más… y ninguna silba. Yacen embelesadas a mis pies, presas de ensueños, besan el borde de mi túnica. Acaricio la lira. Sopla viento sobre la tierra, suave, solemnemente, entre lágrimas, besando en la boca las estatuas marmóreas, sin vida, de la belleza para que se abran los ojos. Soy Orfeo. Canto como me place y todo se me perdona. Tigres, panteras, pumas me siguen hasta mi roca lisa del bosque.
(De Lira septembrina, 1918)
La tierra que no es
Anhelo la tierra que no es, porque estoy cansada de anhelar las cosas que son. La luna me habla en runas de plata sobre la tierra que no es. La tierra donde todos nuestros deseos se cumplen maravillosamente, la tierra donde caen todas nuestras cadenas, la tierra donde se refresca nuestra frente herida al rocío de la luna. Mi vida es una cálida ilusión. Pero he hallado una cosa, he conquistado realmente una cosa: el camino que conduce a la tierra que no es. En la tierra que no es está mi amado con su resplandeciente corona.
¿Quién es mi amado? La noche es oscura y el temblor de las estrellas me responde. ¿Quién es mi amado?, ¿cuál es su nombre? Los cielos se comban más y más altos y un niño humano se ahoga en interminables nieblas sin encontrar respuesta. Pero un niño humano no es otra cosa que certidumbre, y alarga sus brazos, más altos que todos los cielos. Y llega una respuesta: Yo soy el que tú amas, el que amarás siempre.