El poeta francés Edmond Jabès (El Cairo, 1912-París, 1991) nos ha dejado, después de casi cincuenta años de escritura, una obra llena de sorpresas y, a la vez, de obsesiones recurrentes. Heredero de la pasión por las imágenes de asociación libre, propias del cubismo y del surrealismo, desde el principio Jabès supo hechizar el papel con una poesía de gran concisión, donde las imágenes nos abren las cortinas de un mundo en continuo cambio que, sin embargo, ríe y sufre hublot big bang replica
por los mismos anhelos esenciales: la inocencia, la libertad, el amor, la vida perdurable y, entre todos, la búsqueda de una palabra que nos haga ver el mundo en toda su amplitud y profundidad.
Poco a poco el poeta va incorporando la reflexión sobre el mundo que las palabras le revelan y sobre el valor de la propia palabra. Aparecen entonces sus poemas en prosa, pero sin desobedecer nunca a la ley del silencio, que es el estado natural en que el poeta puede abrirse a la realidad, escuchar todas las voces y unirse con ellas a todo lo existente, mediante una palabra cada vez más despojada de razonamientos y de ritmos llamativos, para ser proferida en sus notas esenciales.
El lector de habla hispana puede leer su obra poética en el libro bilingüe El umbral. La arena (Poesías completas, 1943-1988), traducido por Julia Escobar y publicado en Castellón por Ellago Ediciones (2005). De esa edición extraemos los dos poemas siguientes.
El peso de la noche
Esta noche descansa sobre la noche como el techo sobre la calle como un niño en la cama Una noche y luego otra asombrada de no haber empezado de nunca terminar olvidada encontrada Esta noche y luego un día como una isla soleada como un barco a la deriva separado de la orilla donde te llamo donde tú me oyes Pronto sólo estaremos nosotros para amar De pie frente al sueño como sobre una nube sólo estás tú arrostrando con tu orgullo el futuro imposible que tu corazón promete Aquí fuera más allá de la sombra que te hostiga tus pasos te siguen Crees cambiar de ruta Siempre te he encontrado donde me habías dicho que fuera donde ya no estabas segura de estar Acechada sumergida como una mano en la mano más ancha como la pupila en el ojo y sin embargo tú eres la roca frente a la aventura del entusiasmo Tú sola atraes y multiplicas Eres el orden de las noches enumeradas Eres el hambre en el primer siglo Tú existes para el músculo del hombre para su brazo derecho que alegra la tierra Tú abogas por cada cosa real procedente de la oscuridad devuelta a la oscuridad Yo te conocía por tus pensamientos seductores en sí mismos por el paisaje exaltante que encarnas Yo te conocía por el rocío por el grano de trigo por el mar Milagro de un cuerpo proporcionado agraciado y desnudo Aquí y mucho más fuera donde deambulas sin recuerdos yo aprendo ciego a parecerte Esta noche plantada sobre la noche como una abeja sobre la rosa como la onda sobre el agua Una noche y luego otra idéntica recomponiendo el mundo a nuestra imagen por tu sola voluntad de ser amada
(De La piedra angular, 1949)
Puertas de socorro (Fragmento)
A la llegada del poema, aurora y crepúsculo se convierten en noche, el comienzo y el final de la noche. El poeta lanza entonces su red, como el pescador en el mar, a fin de captar todo lo que se mueve en lo invisible, esas miríadas de seres incoloros, sin hálito y sin peso, que pueblan el silencio. Se apoderará, por sorpresa, de un mundo prohibido cuyos límites y poder ignora, y sobre todo le impedirá, una vez tomado, perecer; los seres que lo componen, como los peces, prefieren la muerte a la pérdida de su reino. Rondando por cada sombra perpetuada, indefinidamente, el poeta desgarra una cortina de raso, párpado del secreto.